Hay muchas formas de caminar una ciudad que celebra el carnaval. Durante esos pocos días, la fiesta tomará las calles, se respirará alegría, la ligereza en el aire suspenderá las angustias y obligaciones aunque, por supuesto, no para todes.

El carnaval más renombrado por estos sures es el carioca, y claro que debe ser lindo vivirlo en los barrios bajos pero… ¿el Sambódromo? No, demasiados brillos, muchos auspiciantes, no me conmueve tanto glamour. Lo que sí me interesaría sería bailar al ritmo del bloco Mulheres Rodadas, creado en 2015 para combatir el acoso en el carnaval. Su nombre mismo remite a la forma despectiva que se usa para nombrar a las que viven libremente su sexualidad. Me imagino bailando A luz de tieta con ellas, y el cuerpo se hace fiesta.

Bienvenidos a la mayor fiesta popular, convida Daniela Mercury, reina del carnaval bahiano, y qué ganas de ir a bailar atrás del trío eléctrico.

Si el carnaval siempre fue el espacio donde vivir la sexualidad con libertad para quienes no podían mostrarse el resto del año, también hay que recordar sus violencias. Sí, ya sé, siempre la misma aguafiestas. Qué le voy a hacer. Para disfrutar, disfrutemos todes.

La fiesta de carnaval toma algunas partes de la ciudad, se hace baile, comparsa, desfile, tablado, depende la geografía. Se convierte en pibas cosiendo sus lentejuelas desde agosto, murgas de estilo uruguayo, se hace vida compartida en las plazas de Rosario y los ensayos mucho antes de esos cuatro días que vamos a vivir.

Aunque… Si pudiera elegir, si fuera realmente libre de esas circunstancias que son la vida misma, me gustaría estar en Montevideo. En especial, entre enero y marzo, para disfrutar del carnaval más largo del mundo.

Un puñado de canciones me lleva a esa ciudad, empezando por la canónica de Jaime Roos que canta “parece mentira las cosas que veo por las calles de Montevideo”, llena de nostalgia.

Biromes y Servilletas de Leo Masliah le trae poesía al recorrido, y quiero repetir con la voz de Soledad Villamil. Entonces, mi cabeza sigue esa letra increíble mientras recuerdo extasiada el cielo montevideano. “Hablan de la aurora hasta cansarse,/ sin tener miedo a plagiarse,/ nada de eso importa ya,/ mientras escriban su manía, su locura, su neurosis obsesiva./ Andan por las calles los poetas/ como si fueran cometas/ en un denso cielo de metal fundido”.

¿Se puede recorrer una ciudad a la distancia? Recordar sus calles, la plaza del Entrevero, esa representación de una batalla que parece una danza; llegar por la 18 de julio hasta la Plaza Independencia, cruzar la puerta de la Ciudadela como un ritual, caminar un rato por Sarandí, tomar la Rambla, subir hasta barrio Sur, encontrar alguna cuerda de Tambores porque en los sueños, todo es posible, y encontrar la forma de subir hasta el parque Batlle para llegar al Velódromo.

En este momento, es Fernando Cabrera con La Huella de Montevideo quien marca el paso. Quiero seguir con mis voces uruguayas, y me voy a Rosana Taddei, que invita a Poder Sonreír. Le dicen el paisito pero yo creo que es superpotencia musical. Sigo imaginando esos recorridos con Ana Prada en los auriculares, en su exquisita versión de Dulzura Distante.

En los mil caminos que podría recorrer una vez más en esa ciudad amable, que algunxs dicen se parece a Rosario, evito la nostalgia. Más bien me siento acurrucada en la amabilidad uruguaya, el termo debajo de la axila y el mate en la mano. ¿Escuchaste a Luciana Mocchi, me escribe una amiga por whatsapp? Y la playlist abre otros sentidos. “Me despojé de todo lo que siento, lo puse casi todo en la canción”, me dice la cantautora al oído en Ejercicio.

Tengo una historia de amor (no necesariamente correspondido) con el carnaval de Montevideo. En 1995 fue el primero, todavía recuerdo el vestuario de Araca la Cana, el impacto que me causó ese espectáculo donde se conjuga teatro, música, protesta política, sátira, ironía, humor. Era una de las tradicionales, y como siempre, había fanáticos tanto como detractores.

Muchos años después supe de su origen en el Carnaval de Cádiz. Dice la historia que en 1908, una compañía de Zarzuela llegó a Montevideo y, para recaudar dinero, sacó a la calle a una chirigota, un conjunto coral carnavalero que salió a la calle con sus coplas. Un año después surgió la primera murga registrada, llamada Murga La Gaditana que se va, dirigida por Antonio Garín, para parodiar lo ocurrido. Nació así una tradición todavía vigente.

A fines del siglo 20, esa tradición había pasado por muchas idas y vueltas, había un organismo de premiación llamado DAECPU (Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay). En ese entonces, me incomodaba que fuera tan masculino, tuvieron que pasar los años, la Antimurga BCG, Agarrate Catalina, Cayó la Cabra y, claro, Cero Bola. Con los años, el feminismo se hizo fuerte. Vinieron las murguistas a tomar la palabra. Y los tablados.

Esa historia se hizo más vibrante cuando leí a la colega uruguaya Azul Cordo contar que Perlita Cucu, con solo 14 años, dirigió en 1932 la murga Don Bochinche y Compañía. Ellas siempre estuvieron.

En 2018, Falta y Resto –la histórica murga que dirige Raúl Castro- tuvo un gesto audaz. Un coro de seis mujeres levantó polémica. Ese año, la premiación oficial fue para la murga más tradicional, destacar el machismo de Los Saltimbanquis era una declaración de principios para el carnaval oficial.

En mi memoria queda el impacto de las seis mujeres tomando el escenario en Ni Un Paso atrás, en el momento más álgido de un espectáculo que en sus cuplés ironizaba sobre la conversión de un feministo. Si cierro los ojos, vuelvo a sentirme en medio del Club Malvin, emocionada.

Desde lejos, apenas se ve el bosque, sin detalles. En febrero de 2019, un pañuelazo rojo al grito de “Sin nosotras no hay carnaval”, organizado por Murgas de Mujeres y Mujeres Murguistas, conmovió el Desfile Inaugural.

Supe que en 2020, otra vez por Azul Cordo, sobre la cuenta de Instagram Varones Carnaval, que fue en pocos días de agosto de 2020 cosechó 262 denuncias de acoso, abuso y machismo en el carnaval. Más de 50 mil seguidorxs, una conmoción que llegó a la Justicia. El carnaval ya no será lo mismo. Este año, habrá un premio oficial a las murgas que promuevan la igualdad. Todo lo hicieron, lo empujaron, lo revolucionaron, las que fueron por más.

Mientras sueño con otro carnaval en Montevideo, a esta columna le llega el tiempo de la retirada. Una murga feminista, cooperativa y autogestiva, la Cero Bola, desistió de presentarse al concurso oficial –cada año, en el Teatro de Verano, las murgas, las comparsas, Humoristas y Parodistas compiten por premios- porque su arte quedaba descalificado más allá de su calidad. La gran afrenta era una murga sin voces de varones.

En 2021, Cero Bola lanzó su presentación en las plataformas. Ese año no hubo carnaval. Da ganas de ir a verlas en el ciclo Marea, el próximo 6 de marzo, en la Sala Zitarrosa. Es un deleite escucharlas. Avisan que ahora tienen el pomo y lo van a usar. “Como verán, la Cero Bola, entrando por la puerta principal”. Ahora, tampoco convalidan el certamen oficial. No se las pierdan, y de paso, escuchen la retirada. Es el final de la murga, el momento en que -la mayoría- promete volver al año siguiente, como me lo prometo yo. 

Y para quien desee, hay playlist.