Pensar en Euphoria es pensar en mi propia adolescencia. Elles, tan seres celestiales; yo, tan rolinga con flequillo grasoso llena de granos; elles, tomando cristal puro, yo, drogándome con prensado paraguayo y cartones de mala calidad; elles, tan cool y GenZ; yo, tan millenial de los 2000 con mi remera de La Renga y las manos manchadas con birome; elles, tan fluídes, yo, tan terriblemente paki; elles y sus camionetas; yo, tan usuaria de la línea 15.
Sin embargo, a pesar del mundo de diferencia que nos separa, hay experiencias adolescentes universales que aborda esta serie que me hacen empatizar con estos dioses y diosas del olimpo teen. Sus inquietudes por experimentar con las drogas y con su propia sexualidad en ebullición, los peligros a los que se exponen al interactuar con un universo adulto, la adrenalina que genera perder el control, los picos de ansiedad y los bajones de la depresión, cómo transitan sus primeros vínculos sexoafectivos y cómo viven el amor, la traición, la amistad y las pérdidas.
Hay muchos motivos por los que esta serie se convirtió en un fenómeno mundial. El domingo 13 de marzo, cuando salió el sexto episodio de la segunda temporada, 5.1 millones de personas le dieron play. Es, además, desde hace cinco semanas, el título más visto de HBO en EEUU y su primer capítulo cautivó a una audiencia de 16,7 millones de personas, mientras que la primera temporada tiene un promedio de 6,6 millones de vistas por capítulo. ¿Qué tiene Euphoria que nos gusta tanto?
Olor a espíritu adolescente
La serie desarrolla las experiencias de distintxs adolescentes de 17 años que viven en el suburbio de East Highland. Rue (Zendaya), la protagonista, acaba de salir de una temporada en rehabilitación por su adicción a los opiáceos y se enamora de su mejor amiga, Jules (Hunter Schafer), una chica trans a la que le prometió dejar de drogarse. Sin embargo, Rue no tiene la intención de abandonar las drogas y pica pastillas que aspira en el baño del colegio.
Maddy (Alexa Demie), la porrista preciosa y sexy, navega a través de una relación tóxica con su novio, el futbolista más macho de la escuela que, a su vez, siente deseos ambiguos por su sexualidad, que lo transforman en un monstruo violento y manipulador.
Kate (Barbie Ferreira), “la gorda del grupo”, hace un pacto con su cuerpo empoderándose a través de su sexualidad y convirtiéndose en una dominatrix que vende contenido erótico por internet a adultos fetichistas.
Lexie (Maude Apatow) busca su propia identidad y quiere ser algo más que la hermana en las sombras de Cassie (Sydney Sweeney), una bomba sexual y una seductora serial. Ningún personaje es lineal: no hay buenos ni malos, todxs tienen sus muertos en el armario, sus puntos débiles y sus perversiones.
La serie es atractiva, en primer lugar, por su magistral tratamiento cinematográfico. Sus referencias a la cultura pop, su dirección de cámaras que registran el lado más íntimo y vulnerable de los protagonistas, su estética barroca cuidada hasta en lo artesanal es, visualmente, una propuesta ultra estetizada en tonos ocres, neón y pasteles.
La música, por otro lado, apela a una diversidad de títulos que van desde los artistas más seguidos entre los centenials hasta géneros latinos, ambientando escenas con música de Rosalía y JBalvin. Los vestuarios son una fantasía en cada escena, desde el maquillaje súper producido de las actrices hasta los detalles de los looks mega cool que las visten y que complementan sus personalidades.
Por otro lado, tiene un abordaje fresco y novedoso con respecto a la sexualidad que da cuenta de los reclamos feministas y LGBTIQ+ de los tiempos que corren. Mientas en Rebelde Way, hace dos décadas, Mía (Luisana Lopilato) estuvo una infinidad de capítulos debatiéndose si “perder su virginidad” con su amorcito adolescente porque “la primera vez es un momento único, mágico y especial”, Kate quiere dejar de ser virgen para sacárselo de encima, y tiene su primer encuentro sexual con un desconocido, como quien hace un trámite en la AFIP. Y no queda traumada por eso.
Jules es una chica trans que se corre de los guiones usualmente asignados a esta identidad: no anda llorando por los rincones por sentirse un monstruo ni es rechazada por su comunidad. Es una piba que tiene un montón de levante y amigues y ser trans es un rasgo más de este personaje. Y su historia no gira alrededor de eso. Rue, que es la protagonista, no es la más “linda”, ni la mejor alumna, ni la más canchera, ni la más popular, ni la que más coge: está en un espectro gris con respecto a su sexualidad. La serie gira alrededor de una ambigüedad sexual que se vive con libertad, sin dar motivos ni explicaciones. A su vez, aborda los vínculos sexuales entre adolescentes y adultos sin una mirada moralizante e infantilizante, donde los menores de edad son siempre las víctimas.
Por otro lado, tiene una perspectiva interesante sobre el lado más perturbador de las redes sociales. La filtración de videos íntimos es tan común que todos los protagonistas asumen que nadie puede librarse de eso. Kate, que no es de las más populares en la escuela por ser “la amiga gorda” de las chicas lindas, descubre que en las plataformas de contenido erótico es una diosa sexual por la que cientos de personas están dispuestas a pagar muchísimo dinero, solo para verle los pies. Al mismo tiempo, lucha mentalmente contra las voces de las influencers feministas, flacas y “empoderadas”, que la hostigan para que “se ame”, aludiendo al discurso body-positive donde amarse a una misma se volvió un imperativo obligado en internet.
Por otro lado, la serie también retrata la crisis por los opioides en Estados Unidos y cómo drogas como el fentanilo causan estragos entre lxs más jóvenes, convirtiéndolxs en fantasmas. Y, finalmente, también pone en juego dinámicas de poder que tensionan capital económico con capital erótico en un pueblo chico-infierno grande. Las desigualdades entre los chicos intocables que andan en camioneta y las pibas que andan en bici siempre siempre está latente.
En definiva, Euphoria se posicionó como un fenómeno mundial y adictivo porque le habla a una audiencia adolescente con una mirada propia sobre los feminismos, la militancia LGBTIQ y las crisis sociales, sin subestimarla. Y, por otro lado, apunta a un público adulto que goza evocando su propia adolescencia a través de arcos narrativos de luces y sombras. Promete, en síntesis, un guión por fuera de la normativa esperable para este tipo de dramas teens, basados generalmente en una dicotomía entre los populares y los loosers, las lindas y las feas. Euphoria trasgrede las normas de las series adolescentes para ofrecer un producto muchísimo más fresco, sin perder de vista lo que más nos gusta de este tipo de novelas: drogas, sexo y hormonas. Y logra que, incluso les millenials que fuimos rolingas sucixs en los 2000, podamos meternos de cabeza en esta historia.