“Nada más difícil que explicar la música con palabras, es una tarea casi imposible”. Facundo Ramírez apunta y acierta en su definición sobre el arte de las musas. Hay que tocarla, escucharla y sentirla. Es precisamente lo que el hijo del maestro Ariel propone para cuando este jueves a partir de las 20.30 inicie su ciclo sobre piano argentino en el Café Berlín (Av San Martín 6656). Y lo propone a partir de recorrer la obra de grandes compositores argentinos a través de planos sonoros que trabajó en formato guitarra-bajo-percusión. “Siempre me interesó intentar tensar los aspectos tímbricos y rítmicos de nuestra música tradicional y llevarlos a otro plano”, explica Ramírez hijo, cuyo sostén colectivo pasa hoy por la guitarra de Leo Andersen, el bajo de Lucas Rosen y la percusión de Ulises Lescano.
La presentación en el Berlín llega después de un año agitado para el músico. El pasado estuvo signado por el centenario del nacimiento de su padre, centralmente por el concierto en el Teatro Colón, donde interpretó Navidad nuestra y la Misa Criolla, acompañado por el Chango Spasiuk y Abel Pintos, pero también por charlas, muestras y documentales que se hicieron a propósito. “La verdad es que sentí miedo de que los cien años de mi padre pasaran inadvertidos”, admite Facundo. “Pero afortunadamente no fue así, lo que me dio un sentimiento de profunda emoción y de alivio, ya que si sus cien años hubiesen pasado inadvertidos hubiese sido una forma de volver a experimentar su muerte”, señala el músico que, pasado el centenario, tiene en carpeta grabar 100 Ramírez, disco basado en piezas emblemáticas de su padre compartidas con otros artistas. “Ese será la parte uno del cd, en la otra voy a grabar el Concierto Cuyano, que acabo de estrenar con la Orquesta Provincial de Santa Fe, y consta de melodías cuyanas que papá me entregó antes de su muerte para que escribiera un concierto para piano y orquesta”, informa.
--¿Y de qué manera va a estar presente tu padre en el ciclo del Berlín?
--A través de clásicos de su repertorio como compositor, y entrando y saliendo de su manera de tocar. Me gusta tenerlo presente a través de ese toque “tan Ramírez” que lo definió pianísticamente.
--¿Y vos? ¿de qué manera vas a estar presente?
--Con toda la información de mi vida como músico clásico volcada en mi arreglos. Ese soy yo. También, con temas de mi propia autoría.
Además de su padre, los maestros que el pianista y compositor tiene pensado homenajear son, entre otros, Atahualpa Yupanqui, Astor Piazzolla, Alberto Ginastera, Horacio Salgán, Carlos Guastavino y Eduardo Lagos. “Tomar obras de ellos es una forma de reivindicar la música instrumental argentina. Pienso que es necesario reflexionar sobre este problema”.
--¿Problema? ¿en qué sentido?
--Es que nuestra música se ha transformado en sinónimo de canto. Si no se canta, pareciera que no es música, quiero decir, y por ende, los que hacemos música instrumental tenemos cada vez menos espacios para tocar… la música instrumental se programa cada vez menos, mientras que en otras latitudes, cuando viajo, me piden que agregue más repertorio instrumental.
--¿Qué más tenés para reflexionar sobre las músicas de raíz argentina de hoy, en clave de problemática?
--Otro aspecto sobre el que pienso bastante seguido es sobre cómo se cosifica el lenguaje musical: lo que se escucha masivamente tiende a sonar igual, no hay riesgo y el resultado es anodino. Hay como un afán de aprobación, de inmediatez, que resulta alevoso. Pero a la vez, por suerte, siguen apareciendo talentos con su propia manera de decir, apartados del facilismo.
--¿Del piano argentino en particular cuál es tu mirada?
--Hay muchos talentos, sobre todo en la música clásica. En la música popular no es que no los haya, ojo, solo que percibo que la formación de los segundos es más rigurosa en términos de armonía y de conocimiento de las formas musicales argentinas, pero deficiente en el abordaje técnico del instrumento. Esto imposibilita desarrollar los propios recursos expresivos con total libertad.
Además de versiones y homenajes, Ramírez hijo tiene pensado varios estrenos propios y ajenos. Entre ellos, dos gatos. Uno compuesto por su hermana Laura, y otro por Diego Rocha. “Voy a ir también con una chacarera de Alberto Rojo, otra mía, y la versión de la versión de la versión del arreglo de la “Chacarera del 55” que el compositor Guillermo Borghi escribió para cuatro pianos para Martha Argerich”, se ríe, y después aclara: “Para que se entienda, el asunto es así: la primera versión fue concebida para cuatro pianos, al escucharla contacté a Borghi para que me escribiera una versión para el dúo de pianos que tengo con la pianista Marcela Roggeri. Luego, basándome en la versión para dúo de pianos, hice la mía para piano, guitarra y percusión… el arreglo y sus derivados son realmente muy novedosos. Lo estrené en Israel en la sala de la Filarmónica de Tel Aviv con mucho éxito y va a ser la primera vez que la toque en nuestro país”, cuenta.
--Se acaban de cumplir cuatro décadas del retorno de Mercedes Sosa al país, tras su exilio. ¿Recordás algo de los recitales en el Opera? Tu padre tocó allí.
--¡Fui a todos! Volver a ver a mi viejo junto a ella y a Domingo Cura en el escenario fue tremendo. Con Mercedes volvió la democracia, aunque en términos formales faltaba un tiempo para volver a votar. Pero ella representó la voz de nuestra libertad.
--Once años después la invitaste a participar en Ramírez x Ramírez, tu primer disco.
--No me resigno a que no esté más con nosotros. Mercedes fue vanguardia en todos los sentidos de la vida. Fue una mujer realmente extraordinaria. Fuimos tan amigos, tan cómplices, y nunca dejó de ser protectora conmigo. Siempre que hablo de ella se me hace un nudo en la garganta. Musicalmente, siempre me trató como a un par a pesar de mi juventud y de mi inexperiencia propia de aquellos años.