La decoración de una casa familiar es la manera más honesta y brutal de revelar la vida de una persona: fotos de bebé percudidas por el tiempo, retratos de sonrisas con ortodoncia y el flequillo peinado con secador posando al lado de un plato con frutas esmaltadas, portarretratos que enmarcan la juventud reprimida en el interior de la Iglesia, y un instante feliz (y excepcional) de la infancia en traje de baño. Las imágenes se suceden al ritmo de la canción Kansas State Line, de Connie Conway, hasta que la música alegre se detiene de forma brusca para chocarnos con la protagonista (que acabamos de conocer en fotos) de Somebody Somewhere en el presente. Una cuarentona rubia y cachetona, de caderas anchas y grandes dimensiones de espalda. Su mirada es esquiva, no solo con nosotrxs: ignora al mundo como si ella no formara parte de él.
Ella es Bridget Everett: la comediante y cantante de 49 años, reina en los bares gay de Nueva York, que se definió a sí misma como una provocadora de cabaret alternativo. Íntima amiga de Amy Schumer, Bridget realizó monólogos en Comedy Central, actuó en películas y series populares, pero no había tenido hasta ahora el protagonismo merecido. Somebody Somewhere no solo la pone en el centro del plano, la historia de la miniserie está basada en la propia vida de Bridget Everett. Nacida en Manhattan, Kansas, Everett atravesó la infancia y juventud con baja autoestima. Pero algo cambió al pisar su primera discoteca gay: el espacio donde no la hizo sentir distinta sino especial.
Somebody Somewhere no explica con palabras el pasado o presente de sus personajes, tampoco los etiqueta. Describe la estructura emocional de cada cuerpo a través de acciones y, en particular, por la manera elegida de tratar a lxs demás. Sam (Bridget Everett) recoge hojas de una mesa en un aula y se sienta a completarlas junto a otrxs participantes en el Centro de calificación de pruebas de excelencia estandarizadas.
Su rostro parece de piedra, los gestos están congelados, pero de pronto ella quiebra en llanto desde su pupitre al leer el ensayo de una niña. La gente se incomoda, la mira con fastidio, salvo un pelirrojo gay de anteojos que se preocupa y sale del aula a socorrerla con pañuelos de papel en la mano. El estallido de lágrimas permite el (re)encuentro entre estas dos personas y, también, el encuentro entre la protagonista y nosotrxs.
Sam estalla en lágrimas al leer un texto sobre cómo una chica le enseña a su hermanita a quitarle las rueditas a la bicicleta porque hace seis meses falleció su hermana adorada, Holly. La extraña y no sabe todavía cómo, cuándo y dónde continúa su vida sin ella. Sam vuelve después de 15 años a su tierra natal (Manhattan, Kansas) para cuidar de su hermana enferma porque ningunx de la familia se ofrece a hacerlo. A partir de la inevitable muerte de Holly, la protagonista queda entrampada en el pueblo sin saber por qué.
Somebody Somewhere, una historia para “todas las personas que no encajan”
“Siento mucho lo de Holly”, le dice el compañero de pupitre a Sam luego de prestarle los pañuelos para secarse los mocos. Cuando termina de escuchar las condolencias, Sam descubre que ese pelirrojo no es un desconocido, es un compañero de la secundaria a quien dejó de ver hace muchos años. “Estuvimos juntos en el coro”, le informa Joel (Jeff Hiller). La protagonista simula recordarlo en las clases de canto, pero Joel se da cuenta de que está mintiendo. “Mucha gente no me recuerda”, expresa sin ponerle peso dramático a la palabra. Asumiendo que durante la juventud fue un chico invisible para el resto.
Juntxs planean una estrategia para que Sam escape del examen: una diarrea que la hizo llorar. Es uno de los tantos pactos de complicidad que harán Joel y Sam en Somebody Somewhere. La miniserie queer de HBO producida por los hermanos Duplass y creada por la dupla Hannah Bos/Paul Thureen. El escape de Sam funciona como un paseo turístico por Kansas: locales de donas, fachadas de ladrillo a la vista, edificios bajos al alcance de la mano y una librería que anuncia la presentación de un libro local: Showgirls.
Las memorias escritas que preocupan a una generación entera de ex estudiantes en Kansas. El libro amenaza revelar secretos de varixs compañerxs de la secundaria, entre ellxs Joel y Sam. Y lo hace: la autora inmortaliza uno de los traumas de Sam. A fines de los 80 la apodaron Sam-pira en la secundaria cuando alguien empezó a correr el rumor de que chupaba tampones usados. El maltrato con Sam no cesó al terminar el ciclo lectivo, continúa dentro del esquema familiar. Con una madre parca y negadora y una segunda hermana conservadora que no quiere que su hija adolescente esté cerca de la tía torta. “Estás intentando apegarte a mi hija, y hacerla tu nueva Holly, y no lo voy a permitir”, le grita Tricia (Mary Catherine Garrison) dando a entender que Sam puede “pegarle lo gay”.
Kansas no es el lugar ideal para ser lesbiana. Tampoco puto. Según Bridget Everett, no hay un solo bar gay en la ciudad; sin embargo, existe una comunidad gay aunque nadie quiera verla. Esa realidad es la que retrata Somebody Somewhere. Una historia destinada a todas las personas que no encajan. La miniserie consigue reunir a ese grupo para que, a pesar de las dificultades, encuentren un sentido de pertenencia.
Coro de maricas: una iglesia como refugio queer
Muchas personas le preguntan a Sam si sigue cantando, algunas por compromiso, otras porque extrañan su voz de ángel. “Me encantaría verte cantar. Estabas tan feliz. Como que me lo transmitías. Nada me hacía feliz en la secundaria, y eso me hacía muy feliz”, le confiesa Joel. Sam no puede hacer nada salvo extrañar a su hermana Holly. Peligra su puesto de trabajo porque colapsa de angustia e ira en situaciones que le hacen notar que, peor que estar sola, es estar rodeada de gente de mierda. Y, de nuevo, quien aparece sin que lo llame es Joel. Su ángel guardián o la última esperanza en el mundo sin Holly. “¿Qué vas a hacer esta noche?”, le pregunta él. “Esconderme. Incluso más de lo habitual”, responde Sam. En esta miniserie la tristeza y el humor entran a presión en la misma escena como alfalfa prensada.
Somebody Somewhere es una comedia dramática que usa la risa para detener el llanto y lograr al menos hacer pie. Joel le hace la invitación más inesperada: una cita en la iglesia presbiteriana a las 22hs. Sam, reticente, le aclara que no es una persona de iglesia. “No tiene que ver con la iglesia. Creo que te gustaría mucho”, dice Joel intentando convencerla para que asista esa noche. Sam descubrirá horas más tarde que al fondo de un centro comercial abandonado existe una iglesia tomada por la comunidad LGBTIQ. Tortas, putos y drags realizan sus shows (entre ellxs el drag king Murray Hill bajo su personaje Fred Rococo). La iglesia le presta las llaves a Joel para la práctica de coro, pero detrás del telón rojo ocurre otra actividad que solo ellxs conocen. Un secreto colectivo. Un refugio queer donde bailan lentos, beben, leen sus diarios íntimos y hacen chistes sobre las incomodidades cotidianas. Cargan a Sam con la leyenda de que chupaba tampones y la invitan a apropiarse de su apodo: Sam-pira. Una participante del encuentro comparte en voz alta su alegría por tener este lugar, sin embargo, todavía le asusta estar dentro de una iglesia porque le recuerda muchas cosas. “No eres la primera persona que lo dice, pero a pesar de toda la mierda que nunca defendería, y todas las veces que me han excluido, aquí es donde todavía encuentro consuelo”, les explica Joel.
Antes de que se termine la velada, Joel invita a Sam a subir al escenario para que cante una canción mientras él la acompaña con el piano. El público grita eufórico “¡Sam-pira! ¡Sam-pira! ¡Sam-pira!”. Sam se pone colorada y, aunque rebalsa de pudor, cumple el deseo del anfitrión y su ex compañero de coro. “Yo cantaré la parte de Kate Bush”, le promete Joel para que se sienta acompañada. Sam hace un cover de Don't Give Up, la canción de Peter Gabriel que ella cantaba de adolescente en el coro escolar. “Cambié mi cara/Cambié mi nombre/Pero nadie te quiere cuando pierdes”, canta la protagonista intentando conectarse con su voz, tantos años silenciada. Joel recitará su parte: “No te rindas/Porque en alguna parte hay un lugar/Donde pertenecemos”. Ese lugar existe y, pese a todos los pronósticos, es esa iglesia. No importa el espacio, sino las personas que lo habiten.
Kansas, pueblo chico con pequeños paraísos
“No te rindas/Porque tienes amigos”, le dice Kate Bush a Peter Gabriel mientras en el videoclip de 1986 se dan un abrazo eterno de seis minutos. Sam empieza a transitar otra vida por un nuevo amor: un grupo de amigxs que después de mucho tiempo la hace reír con todos los dientes. A veces la risa no alcanza para frenar el llanto y hacer pie. Lxs amigxs son ese salvavidas que aparecen para evitar que nos ahoguemos en el mar de la desolación. Joel es ese inflable que hace lo posible para inyectarle vida a Sam que, no chupará tampones, pero hace tiempo se ha convertido en vampira. Débil porque no muerde cuellos ni consume sangre. Y aunque a ella le quede poca en el cuerpo, la familia biológica bebe poco a poco las últimas gotas de sangre que almacena. Somebody Somewhere hace foco en un tema ríspido: cómo lxs integrantes heterosexuales con hijxs de una familia hacen responsables de mamá y papá mayores a sus hermanxs sin hijxs. Tricia, casada y madre de una adolescente, exige a Sam que contenga los achaques de su padre y el alcoholismo del que nadie quiere hablar que padece la madre de ambas. Sam no solo es soltera, también es lesbiana. “¿Cuándo vas a tener una vida real? Tenés más de 40”, le grita Tricia. Los discursos hirientes no son pronunciados solo por los personajes malvados. La verdad más incómoda que expone Somebody Somewhere en sus 8 episodios es que estamos tan inmersos en esos ambientes, en ese código para relacionarnos, que muchas veces repetimos actitudes dañinas.
En una escena de los primeros capítulos, Sam descubre que Joel visualiza sus sueños clavando imágenes recortadas sobre una pizarra de corcho. Una postal de París, un conjunto de niños que forman una familia, una licuadora. Sam se burla de su amigo y hasta lo acusa de ser inocente por creer que en Kansas puede ser feliz. “Merecemos ser felices”, le dice Joel. “No estoy segura”, responde seca ella. Sin darse cuenta, Sam comete crueldades similares a su hermana Tricia.
¿Qué sucede cuándo detectamos que lastimamos a través de la palabra? Nos hacemos cargo. “No sé si tengo madera de amiga”, confiesa Sam al intentar reparar el daño. Nadie nos enseña a ser buena amiga, pero Joel está dispuesto a darle unas lecciones a ella, y también a nosotrxs. A través de estas clases espontáneas, Sam se irá transformando y buscará razones para asentarse en Kansas o para irse y no volver nunca más. El dicho “Pueblo chico, infierno grande” no se aplica a todos los casos. En cada pueblo hay pequeños paraísos en forma de personas esperando ser descubiertos y valorados. El desafío es vomitar el infierno que llevamos dentro.
Somebody Somewhere está disponible en HBO Max.