Desde Kiev

Cientos de jóvenes charlaban y bebían en la acera el vino caliente con frutas que ofrecía gratis un bar que celebraba su inauguración. Esta era la escena del pasado sábado noche en la avenida Khreshchatyk de Kiev, a la altura del de metro de Ploshcha Lva Tolstogo.


Hoy no hay ni un alma, en ese mismo rincón de la capital ucraniana, un lugar típico de la vida nocturna. Las calles están desiertas. Las sirenas antiaéreas suenan cada pocos minutos y los vecinos buscan refugio en los andenes del suburbano.

En la madrugada del jueves al viernes, en la segunda noche de la guerra, se escucharon multitud de explosiones en los suburbios. A través de mensajes de Whatsapp o Telegram, cada cual intenta descifrar la situación real de la ciudad y la distancia a la que se encuentran las tropas rusas.

El Ministerio de Defensa de Ucrania confirmaba el viernes por la mañana que esperan que los acorazados rusos lleguen a las afueras de la ciudad durante la jornada. Algunos medios locales informaban de que, en efecto, el ejército ruso ya estaría en los suburbios de Kiev.

El ambiente en el centro de Kiev se torna a cada hora más tenso y confuso. Los pocos coches que circulan por las calles lo hacen a toda velocidad. Cada vez se ve a más civiles armados caminando por el centro.

Decenas de miles de personas escaparon ayer en automóviles particulares, autobuses o trenes.

Otros, se niegan a huir. Artur, un comerciante de 45 años, lo explicaba así: "Soy del Donbas y rusoparlante. Nací en Donetsk y después de muchos años de trabajo conseguí abrir en mi ciudad dos tiendas de muebles. En 2014, cuando la guerra empezó por culpa de unos malditos locos apoyados por el Kremlin, decidí salir de allí y venirme a Kiev. Perdí todo. Empecé de nuevo aquí en la capital y ahora resulta que Putin me va a volver a fastidiar la vida. Me niego. Estoy cansando. Que sea lo que tenga que ser, pero yo no pienso volver a escapar de ningún sitio".

*Del diario español Público, especial para Página/12