A la largo de la historia el sistema capitalista ha propiciado guerras como supuesta resolución de sus crisis. Éstas pueden cobrar mayor o menor intensidad pero siempre han tenido como objetivo aquello que certeramente Donzelot denominó "la movilización general".

El estado de guerra es permanente y no hay territorio del Planeta Tierra que no esté en disputa.

La magnitud de los conflictos varía entre otras cuestiones por la correlación de fuerza. Guerras civiles como las de Ucrania que lleva 14 años o bien conflictos como los de la región del Kurdistán, los múltiples enfrentamientos interétnicos en Aficar y Asia, también largas contiendas de varias décadas en países de Latinoamérica.

Como lo han señalado con contundencia Eric Fromm en su libro Psicoanálisis de la sociedad contemporánea y Erich Hobsbwan en El siglo XX los interregnos no bélicos son la excepción.

El siglo XXI no es la excepción.

La implosión del bloque encabezado por la ex URSS no impidió que la aparente multipolaridad emergente derivara en períodos sin invasiones perpetradas por EEUU en Irak, Afganistán y otros territorios.

Los conflictos en Oriente Medio llevan décadas.

Todo lo anterior, añadido a las hambrunas crónicas y la emergencia de endemias y pandemias, llevan a pensar que las guerras en distintas escalas eliminan lo que los centros de poder global, es decir los complejos industriales militares: población supernumeraria.

Los movimientos revolucionarios anticapitalistas y antiglobalización lo han denunciado hace tiempo y luchan contra el exterminio.

Las guerras son el verdadero rostro del capitalismo.

Las sonrisas de los jerarcas en las cumbres diplomáticas no son más que máscaras del

horror.

Carlos A. Solero