La moral de los moralistas del Comité Olímpico Internacional (COI) suele ser una espina clavada en la garganta, una presencia incómoda. Opera sobre la vida del movimiento que lidera y se pregona en situaciones límite como la guerra en Ucrania. Su historia es la historia de contradicciones, silencios, complicidades y actitudes hipócritas. Acaba de pedirle a las federaciones deportivas que cancelen su participación en cualquier competencia prevista en Rusia y su aliado incondicional, Bielorrusia. Pero además, que “no se exhiba ninguna bandera nacional rusa o bielorrusa ni se interprete ningún himno”. Entre los principios fundamentales del olimpismo – vigentes desde siempre y ratificados en la Carta Olímpica del 17 de julio de 2020 – está uno central: “Como el deporte es una actividad que forma parte de la sociedad, las organizaciones deportivas en el seno del Movimiento Olímpico deben aplicar el principio de neutralidad política”. Algo inaplicable.
EL COI difundió un comunicado ante la invasión rusa de Ucrania donde enfatizó que “reitera la enérgica condena a la violación de la Tregua Olímpica por parte del gobierno ruso y el gobierno de Bielorrusia a través de su apoyo”. ¿A qué se refiere con la tregua que invoca, la ekecheiria en idioma griego? Se trata de una tradición nacida en los Juegos Olímpicos de la antigüedad (Siglo VIII A.C). Las guerras se detenían para competir en Olimpia una semana antes de la apertura de los Juegos y, si se reanudaban, debía ser siete días después. Su peso simbólico, no vinculante más que para el movimiento olímpico, llega hasta nuestros días.
Según esa lógica, el gobierno de Vladimir Putin violó la tregua. Un hecho menor dentro de la geopolítica pero no para el mundo del olimpismo. Para el COI es la convalidación de una idea: que el deporte debe ser considerado como una herramienta para la paz.
En 1992 el Comité Olímpico recuperó esa tradición muy arraigada en medio de las Guerras del Peloponeso y la reglamentó como pausa en los conflictos armados del siglo XX. Pidió que sus países miembro la respetaran y hasta contó con el apoyo de Naciones Unidas. Una resolución, la 48/11 del 25 de octubre de 1993, instó a que se cumpliera con esa paz olímpica.
Comenzados los Juegos de Invierno en Beijing el 4 de febrero, la tregua se prolonga hasta una semana después del 13 de marzo, cuando finalizan los Juegos Paralímpicos de este año. La invasión de Ucrania fue el motivo que dio el COI para castigar a Rusia. Hace treinta años, el Comité que presidía el catalán Juan Antonio Samaranch se vio en un aprieto semejante por la Guerra de los Balcanes. Entonces rescató el espíritu de la tregua como una condición para que no fueran afectados los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92. Su ciudad de nacimiento.
El Comité permitió que los deportistas yugoslavos, mientras asistían a la fragmentación de su país, pudieran competir como “participantes olímpicos independientes”, con vestimenta blanca y acompañados por las estrofas del himno olímpico. La delegación se integró con 52 yugoslavos y 6 macedonios. El correctivo que se aplica ahora a los atletas rusos y bielorrusos sería bastante parecido. En 1992 las autoridades deportivas de Bosnia-Herzegovina se quejaron de aquella presunta concesión al COI. Su país estaba en guerra con Serbia y Montenegro como ahora Rusia y Ucrania. Aquellos Juegos de Barcelona los ganó el llamado Equipo Unificado –con deportistas de la desmembrada Unión Soviética–, que relegaron a Estados Unidos al segundo puesto.
La mancha más grande que lleva adherida a su medallero el COI son los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Los del nazismo, los de Hitler, los que se organizaron igual pese al mundo sombrío que se avecinaba. Dos semanas antes del inicio de las competencias en la capital alemana, Franco se levantaba contra el gobierno constitucional de la República Española y generaba una guerra civil que duraría casi tres años. El gobierno de Manuel Azaña resistió hasta donde pudo. Pero su país boicoteó los Juegos de Berlín y no participó por primera vez en la historia. Incluso había ido más allá. Organizó la Olimpíada Popular de Barcelona que se frustró por el comienzo de la sublevación franquista.
Dos meses después de los Juegos donde brilló el estadounidense Jesse Owens, la Italia fascista invadía, conquistaba y se anexaba Etiopía. La Tregua Olímpica no existía entonces, pero si el COI que presidía el aristócrata belga Henri de Baillet-Latour. Había sido elegido para suceder al barón Pierre de Coubertin. Los Juegos de Berlín se hicieron durante su mandato donde posó en una foto flanqueado por Rudolf Hess y Hitler en un palco.
Samaranch era un adolescente en el ‘36, pero llegaría a presidente del COI en 1980. Ocupó el cargo hasta 2001. Franquista sin disimulos, cuando murió en 2010 fue recordado por uno de los periodistas que más lo investigó, el británico Andrew Jennings como “el gran superviviente; probablemente el último de su generación de políticos fascistas europeos que permaneció activo en la vida pública. Se reinventó a sí mismo hasta el punto de que sus seguidores lo propusieron como candidato al Premio Nobel de la Paz”.
El 18 de julio de 1974, un año antes de la muerte de Franco y en un acto para conmemorar el inicio de la Guerra Civil, Samaranch hacía el saludo fascista rodeado de autoridades del régimen. Seis años después llegaría a la presidencia del COI. Su hijo Juan Antonio acaba de ser designado vicepresidente del mismo Comité que encabezó su padre durante más de dos décadas. Lo eligieron en la última asamblea durante los Juegos de Invierno en Beijing. Aunque candidato único, no fue elegido por unanimidad: tuvo 72 votos a favor, 4 en contra y recibió 7 abstenciones.
Con el voto de Samaranch (h) o sin él, por ahora Rusia no corre más riesgos que las sanciones anunciadas hace unas horas. Es el país más castigado por el COI en los últimos años. Por el escándalo del doping, en los Juegos de Tokio sus atletas compitieron sin la compañía de su bandera, su himno y solo en representación del Comité Olímpico local, pero no de Rusia. La penalización rige hasta este año. Otra vez el deporte y la política conviven de manera promiscua. Como diría Discépolo, siguen “revolca'os en un merengue/Y, en el mismo lodo, todos manosea'os”.