Erzsébet Báthory, Winnie Ruth Judd y María Teresa Landa. La mayor asesina serial de la historia, una persona que mató a sus amigas por celos y la primera Miss México quien, tras ganar su título, se convirtió en homicida. Los nombres y el currículum de las mujeres aparecen en el inicio de Señorita 89 (Starzplay) como para dejar bastante claro los propósitos de esta ficción acerca de los certámenes de belleza. La obsesión estética, el rol de los medios, la misoginia encubierta y la cosificación femenina son eslabones de una misma cadena. En el día de ayer, la plataforma de streaming estrenó los dos primeros episodios de una fábula oscura que lleva la firma de Lucía Puenzo. “Es un thriller político donde se mastica a chicas jóvenes”, le dice la realizadora a Página/12.
El foco se posa sobre algunas de las aspirantes al concurso realizado en el año que aparece en el título y sobre quienes están detrás de esta fábrica de cuerpos maquillada con glamour y promesas de fama. Está la maquiladora del norte con una hermana desaparecida, la que viene de cuna de oro, la indígena y madre adolescente y la que es víctima de su hermosura. Las representantes de Chihuahua, Yucatán, Oaxaca y Guerrero vienen a representar el crisol de lo que era –y es– México a punto de entrar en la década neoliberal por excelencia. El rancho “La encantada” será el epicentro del relato en el que se cuecen redes criminales y participan las altas esferas políticas del país azteca. “A mí me gustan mucho los relatos que suceden en un lugar cerrado. Hay una asfixia sobre todo cuando eso se contrapone con un espacio infinito. Me resulta muy atractivo para pensar una historia. Ese elemento kubrickiano se da en este lugar como el rincón de ocio donde el poder realiza las peores atrocidades de las que nadie se entera”, describe Puenzo.
Más allá de las “señoritas”, la trama le da lugar a Elena (Ximena Romo), una universitaria muy crítica sobre estas competencias pero que será contratada para educar a las concursantes. Otro de los personajes atractivos es Concepción López-Morton. Cara visible del certamen que llega a los hogares por tevé, casada con un cirujano obsesionado con un estándar estético (Marcelo Alonso), títere y titiretera de lo que sucede en ese ámbito. “Me interesó indagar en ese lado oscuro que cualquiera podía intuir que asaba en esos certámenes, y evidentemente el papel, que es un planeta de contradicciones”, dice Ilse Salas, la actriz encargada de personificarla. “Todas aquí actúan en función de una herida. Y con ella no podía haber una excepción. Aunque sea una villana vamos a ir viendo cómo se llegó hasta allí. Es una señora rica que viene de familia conquistadora. De linaje extranjero. Es muy de alcurnia tener un apellido europeo. Además con el racismo que impera en nuestro país, una mujer blanca y de estatus. Viene de ahí”, explica la actriz.
Señorita 89 vendría a ser la versión latinoamericana y seriada del “Miss World” de la banda Hole. Al igual que esa canción doliente y ruidosa compuesta por Courtney Love (“Soy Miss Mundo, mirá cómo me rompo, mirá como me quemo”), Señorita 89 se inicia con una muerte impactante. La narrativa le dedica un episodio a cada una de los protagónicos mientras se devela el misterio inicial y “tantas otras cosas”, dice Puenzo. “Tuve que romper mis prejuicios, temores y hasta el interés por como retratar este mundo, pero lo que estaba detrás y cómo eso dialogaba con el presente era muy interesante”, asegura la showrunner del proyecto. Ésta es su segunda serie internacional tras La Jauría (también producida por la productora Fábula de los hermanos Larraín). La dirección, en este caso, estuvo repartida entre Puenzo, su hermano Nicolás, la española Silvia Quer y la mexicana Jimena Montemayor.
-¿Cómo fue la gestación de Señorita 89?
-Si hay algo que siempre me interesó, desde mi novela La maldición de Jacinta Pichimahuida, es lo vinculado a la construcción mediática. Los grandes monopolios tenían a los certámenes de belleza y a las mujeres jóvenes dispuestas a ser deglutidas como algo central a la hora de construir un mensaje a través de la pantalla de televisión. La punta del iceberg eran los productos, pero por detrás había una construcción muy clara.
-Cada chica viene a representar un perfil de México. ¿Cuál surgió primero y por qué?
-Eso es muy interesante porque realmente sucedió eso de que las competidoras tuvieron una maestra de cultura general. Fue el primer año en que pasó eso. Y se las contrató para que tuvieran buenas respuestas en sus discursos. Bastante macabro, si lo pensás. Las chicas eran vistas como recipientes a llenar. La propuesta inicial era que Elena fuera la única narradora. Como grupo de mujeres autoras, con María Renée Prudencio y Tatiana Merenuk, se nos prendieron todas las alarmas. ¿Una universitaria blanca de un país como México como narradora privilegiada? Ahí decidimos abrir hacia lo coral con muchas voces. Nos centramos en cuatro concursantes para dar una idea de lo que era este experimento de meter a treinta y dos chicas que venían de todos los estados de México a convivir juntas por tres meses.
-O sea que tiene elementos tomados de la realidad…
- Sí, diría que mucho, casi todo. El personaje de Jocelyn, por ejemplo, la concursante que tenía una hermana maquiladora y desapareció en Tijuana, está tomado de algo que pasó. Justo por esa fecha empiezan a desaparecer las chicas en masa. Natasha, la universitaria con una carrera enorme por delante, alcanza para ver a Lupita Jones, una Miss Universo que es una grandísima empresaria en México. También investigamos al detalle en las reglas de esos certámenes. No solo había algo muy conservador desde su perspectiva, sino que se especificaba que las chicas no podían tener cirugías estéticas, pero al mismo tiempo llegaban con todas las cirugías hechas. La ficción fue cocinada a partir de ingredientes verídicos.
-Mencionaste La maldición de Jacinta Pichimahuida pero también se pueden apreciar conexiones estéticas y conceptuales con La Jauría, donde las estudiantes eran víctimas del sistema. ¿Señorita 89 dialoga con el resto de tu obra?
-Bueno, XXY. Yo creo que los personajes tienen máscaras y reaparecen. Ahí tenías a un padre médico, en Wakolda aparece Mengele y acá tenemos a este cirujano plástico en el auge de las cirugías plásticas hechas en los sótanos de ese lugar. La idea de este médico de hacer a la mujer perfecta es un reencuentro con este personaje que reaparece en mis historias. La maldición de Jacinta Pichimahuida me lo mencionan mucho. Supongo que resuena algo del lado de la maquinaria televisiva que mastica niños o mujeres jóvenes pero que algo hace con los más frágiles.
-El título incluye la fecha de 1989 ¿cómo fue viajar a ese México de fin de los ochentas?
-Es el México que se asoma la trompa al neoliberalismo y la plata dulce. La televisación a gran escala, lo mismo para la cosificación del cuerpo de la mujer. Y en Argentina era igual. Para muchos países de nuestro continente hubo una fascinación en aquellos años con eso. Los conglomerados mediáticos tenían un rol esencial y los certámenes de belleza eran una pieza de ese engranaje. Los argentinos lo vivimos y lo entendemos bien. Todo lo que hoy nos puede escandalizar entonces estaba permitido. Hoy, con la distancia temporal, y como la serie está escrita por un equipo de mujeres jóvenes, apela a otro registro. Más que un viaje retro, Señorita 89 les habla a varias audiencias, especialmente a las chicas de la actualidad.
-La propuesta estética es otro anclaje fundamental del proyecto. Hay una explosión de color ochentoso y selvático mezclado con un cuento de hadas muy tétrico. ¿Cómo lo diseñaron?
-Fue muy parecido a cuando pensamos estéticamente Wakolda. ¿Cómo hacer que un paraíso como la Patagonia mostrara su cara más siniestra aun estando dentro de ese paraíso? En el proceso de edición apareció la idea del cuento de hadas que cruza a lo siniestro. Con “La encantada” pasa algo muy similar. Es un paraíso-infierno. Detrás del umbral de la fábrica de reinas aparece el poder y algo muy mengeliano, ¿no? Con el auge de las cirugías plásticas, y a estas chicas que las sacan y las ponen. Es un ámbito muy hermoso que de a poco se vuelve temible y brutal. Es un prisma que me encanta.