El 10 de marzo de 2005, un operativo de la Policía Federal Argentina derivó en el arresto de un anciano alemán en una estancia de Chivilcoy. Hacía varios días que llamaba la atención la presencia, en esa ciudad bonaerense, de dos hombres de mediana edad que hablaban con marcado acento alemán. Una investigación periodística constató se trataba de Peter Schmidt y Friedhelm Zeitner, quienes habían dejado Chile en 1997 junto a un anciano al que buscaba la justicia trasandina desde ese año. Los efectivos ingresaron a la estancia La Solita y hallaron a Paul Schäfer, de 84 años. Sobre él pesaba una orden de captura por abuso de menores. Y la sombra de haber participado de manera activa en el golpe militar de 1973 e integrado el aparato represivo de la dictadura. El nombre de Schäfer estaba vinculado a un lugar ubicado en los bellísimos bosques al otro lado de Mendoza, pero cuyo nombre es sinónimo de horror: Colonia Dignidad.
Un nazi se convierte en pastor
Paul Schäefer nació a fines de 1921 en Bonn, en el seno de una familia luterana. Perdió el ojo derecho en un accidente en la niñez, lo cual evitó que los mandaran al frente en la Segunda Guerra. Cuando estalló la contienda, participó como enfermero en la Francia ocupada.
Después de la derrota alemana, Schäfer se sumó a la Iglesia Evangélica Libre, en la que se desempeñó al frente de grupos juveniles. Duró poco. De manera sigilosa lo apartaron del cargo cuando comenzaron a circular rumores de que hostigaba a menores de edad. A comienzos de los 50 adhirió al predicador estadounidense William M. Branham, que abogaba por un seguimiento esticto de los preceptos bíblicos y la sumisión de las mujeres a sus maridos, además de hacer uso permanente de imágenes apocalípticas.
Schäfer decidió convertirse en líder. Reunió a varios seguidores e instaló un orfanato en Siegburg, en las afueras de Bonn. Así nació la Private Sociale Mission. Durante los años 50 la misión creció con fines caritativos. Sin embargo, en 1959, la Justicia alemana recibió denuncias de abusos a dos niños. El líder misionero optó por abandonar Alemania. Viajó a Medio Oriente con un grupo de adherentes. Antes de fugarse para siempre de su país natal, Schäfer había entrado en contacto con Arturo Maschke, el embajador de Chile en Alemania, que era de ascendencia germana.
Llegada a Chile
El 22 de mayo de 1960, un terremoto devastador afectó la zona de Valdivia. El temblor se sintió en el centro y sur de Chile y, con sus 9.5 puntos en la escala de Richter, se convirtió en el más potente que se haya podido registrar. Murieron unas 2 mil personas y otras dos millones sufrieron la pérdida de sus hogares. El gobierno derechista de Jorge Alessandri impulsó, entre otras medidas, la instalación de sociedades de beneficencia. El embajador Maschke hizo de nexo entre su gobierno y Schäfer, omitiendo que se trataba de un pederasta buscado por las autoridades alemanas.
En 1961, Schäfer llegó a Chile e inició su reinado de 36 años en un predio comprado a 320 kilómetros al sur de Santiago, llamado El Lavadero. El prófugo instó a sus acólitos a instalarse en Chile, dado que, según él, Alemania Federal estaba a punto de caer en las garras del comunismo. A las pocas semanas comenzó la construcción del muro de Berlín y ese hecho convenció a unos cuantos seguidores. En los dos años siguientes se instalaron más de 200 personas en las 17 mil hectáreas de lo que pasó a llamarse Colonia Dignidad. El gobierno de Alessandri avaló lo que legalmente se constituyó como Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad, que quedó exenta de impuestos y del pago de derechos aduaneros a la hora de recibir donaciones. Este último beneficio sería clave en el tránsito hacia el involucramiento en la dictadura de Augusto Pinochet.
Ya desde antes, y en Chile quedó de manifiesto, Schäfer mostraba manejos que eran más bien los de un líder sectario que los de un pastor. Construyó un Estado autónomo dentro del Estado chileno. El líder de la Colonia estableció un sistema vertical en el que todos debían confesarse con él. En esos encuentros hurgaba en cuestiones sexuales y usaba las confesiones para dominar a los colonos, que se dedicaban a tareas agrícolas.
Pese a estar en un lugar alejado, y al hecho de que los colonos no se mantenían al tanto de las noticias del mundo exterior, la Colonia estableció vínculos con la ciudad más cercana: Parral. En 1963 se inauguró un hospital en Colonia Dignidad, al que pudieron acceder los parralinos. Así se estableció una relación que desmintió la supuesta idea de autosegregación de los alemanes respecto de los pobladores locales. Además, permitió un asistencia social que le dio buena prensa a lo que funcionaba como una secta, en la que no se permitían casamientos ni tener hijos.
Schäfer se dedicó al lavado de cerebros. Separó a hombres, mujeres y niños en tres grupos casi sin contacto entre sí. Pronto, la escuela montada por los alemanes permitió captar jóvenes chilenos de familias pobres de la zona. Los maltratos y los abusos se sucedieron detrás de un marco supuestamente idílico, prácticamente sin contacto con el mundo exterior. Y con los límites del predio custodiado por rejas electrificadas, perros guardianes y alarmas.
La primera fuga
Sin embargo, la fachada duró poco. Para mitad de los 60 se comenzaron a filtrar relatos de abusos de menores y de trabajo esclavo. A comienzos de 1966 se produjo la fuga de Wolfgang Müller. Tenía 20 años y en los tres años previos había querido escaparse dos veces. Como castigo, lo raparon, lo vistieron todo de rojo para tenerlo identificado, y lo drogaron con pastillas. En su escape exitoso logró llegar a la embajada alemana en Santiago y denunció el infierno de la Colonia.
El mismo día que llegó a la legación alemana, representantes de la Colonia reclamaron al embajador que les devolviera a Müller. Entre los emisarios figuraba una tía del joven. Sin embargo, los funcionarios no lo entregaron. Y por boca de Müller se confirmó un dato central: Paul Schäfer estaba en el predio de la Colonia, cuando la dirección de la Private Sociale Mission había declarado en Alemania que el líder estaba desvinculado desde la denuncia de 1959.
Müller permaneció en un hogar de ancianos de la Asociación de Beneficencia Alemana. Mientras estuvo allí, los representantes de la Colonia afirmaron que el denunciante era un esquizofrénico y un grupo llegó a planear un asalto al hogar para llevarlo de vuelta a la secta. Días más tarde, la Justicia alemana denegó su repatriación, pero también rechazó la tutela de uno de los jerarcas de la Colonia. El escándalo fue mayúsculo cuando la prensa alemana se hizo eco y se habló de vínculos de nazis con la Colonia. Sin embargo, Müller, que pudo viajar a Alemania, perdió una querella por injurias contra la Colonia. Schäfer salía indemne del escándalo.
Schäfer conspirador
Mientras el caso Müller ponía los focos sobre lo que pasaba en los bosques al sur de Santiago, el clima político chileno trajo novedades. Schäfer se encargó de comunicar a sus colonos la mala nueva en 1970: el Anticristo estaba por hacerse del poder en Chile. El líder conminó a sus files a rezar para que la Providencia evitara que sucediera eso. Los rezos no impidieron que Salvador Allende se convirtiera en el primer presidente socialista que llegaba al gobierno a través de las urnas.
Schäfer se sumó casi desde el primer momento a la conjura contra la Unidad Popular. Participó de reuniones con políticos y militares. Al menos una de esas reuniones tuvo lugar en la Colonia. Entre los conjurados, el abusador halló un contertulio en un conspirador de ascendencia alemana. Roberto Thieme no llegaba a los 30 años. Su padre, nacido en Chile, se afilió al nazismo y se volvió espía de Hitler en el país más largo y angosto del mundo. Thieme, que años más tarde se casó con una hija de Pinochet, militaba en Patria y Libertad, un grupo de extrema derecha.
Meses antes del golpe militar, y con la idea de encarar acciones de sabotaje, el hijo de un nazi chileno ingresó armas a Chile desde la Argentina. Una fachada era través de la Colonia. Como la organización de Schäfer gozaba de exenciones aduaneras para recibir donaciones del exterior, podían entrar armas a Chile sin que se revisara el cargamento destinado a una sociedad de beneficencia.
Centro de torturas
El 11 de septiembre de 1973 ardió la Moneda con Allende adentro. Semanas más tarde, Schäfer ordenó a unos colonos que acondicionaran el sótano del granero. Vaciaron el lugar que se usaba como silo. A los pocos días, de noche, comenzaron a sentirse los ruidos de camiones que entraban al predio y el sonido lejano de obras musicales. El antiguo granero pasó a ser un centro de detención y tortura a cargo de la DINA, la policía secreta creada por Pinochet. Se armó como un búnker, con túneles subterráneos.
Adriana Bórquez, secuestrada por el Ejército en Talca, contaría años más tarde que los oficiales de la DINA que torturaban en la Colonia lo hacían con música clásica de fondo. Era un método sádico: cada torturado tenía una obra asignada para los tormentos. Y esa pieza sonaba desde unos minutos antes, con lo que el secuestrado se enteraba que iba a comenzar la sesión de tormentos. A un prisionero le aplicaban picana eléctrica con El lago de los cisnes de Tchaikovsky. A Bórquez la torturaron mientras sonaba Pequeña música nocturna de Mozart. Salvó la vida y nunca más pudo volver a escuchar esa obra.
El jefe de la DINA, el general Manuel Contreras, se convirtió en un visitante asiduo de la Colonia. De hecho, se instaló allí unos días en plan de descanso a fines de septiembre de 1976, cuando los ojos del mundo se posaron en él como responsable del atentado contra Orlando Letelier, excanciller de Allende, al que la DINA había matado junto a su secretaria con una bomba que hizo estallar el auto en el que circulaban en Washington, a pocas cuadras de la Casa Blanca.
Mucho antes, en agosto de 1974, los colonos de Schäfer se pusieron sus mejores ropas para recibir al Mesías que había salvado a Chile de ser un enclave comunista. Bajó de los cielos: una avioneta se posó en el predio y de la aeronave descendió Augusto Pinochet, que recorrió el lugar junto al líder de la secta en medio de aplausos y manos que flameaban banderas de Chile y Alemania. El todopoderoso dictador, que llegó a decir que en Chile no se movía una sola hoja sin que él lo supiera, estuvo dentro de un predio que albergaba un centro de torturas. Y en el que hay fosas comunes.
La Colonia no solamente albergó a prisioneros que fueron torturados y, en muchos casos, asesinados. También fue uno de los lugares que el Ejército usó para la producción de gas sarín. Se cree que con este veneno pudo haber sido asesinado el expresidente Eduardo Frei Montalva, antecesor de Allende, en 1982. El Chile de Pinochet podría haber utilizado armas químicas en una eventual guerra contra la Argentina por el canal de Beagle. Eugenio Berríos, un bioquímico al servicio de la DINA, planificó la colocación de veneno en el servicio de agua corriente de Buenos Aires.
La ayuda de Schäfer al pinochetismo distaba de ser desinteresada. Lo movía el anticomunismo como punto de contacto con la dictadura, pero el régimen retribuyó su colaboración con contratos de obras públicas: rutas, edificios, embalses. También recibió licencias para explotar minas de oro. Los beneficios económicos dieron pie a un capítulo aun sin aclarar: el patrimonio de la Colonia. Lo cual dio paso a la generación de una red de complicidades en Alemania a través del traficante de armas Gerhard Mertins, amigo de Schäfer involucrado en el envío de armamento en la previa del golpe.
Hubo excepciones. Norbert Blüm, ministro de Trabajo de Alemania, viajó a Chile en 1987. Se interesó por el caso de Carmen Quintana, una joven que sobrevivió a las quemaduras que le infligió una patrulla militar y no pudo entrar a la Colonia. Llegó a ser recibido por Pinochet. “Esta colonia es una granja modelo de desaparición de seres humanos”, le dijo al dictador, que se desentendió. No solamente eso. Cuando Pinochet le señaló una cruz a la que dijo rezarle, le respondió: “Dios conoce todos los nombres de sus víctimas. Señor presidente, usted no irá al cielo, usted es un torturador”.
El fin de la impunidad
La democracia volvió a Chile en 1990. Para entonces, Schäfer acumulaba un historial de casi tres décadas de abusos de menores desde que se instalara en el país. Se rodeaba de chicos, los llamados “sprinters”, a los que hacía competir para ganarse su favoritismo. Los elegidos se bañaban con el jefe de la Colonia, que se los llevaba a su pieza a pasar la noche. Esa rutina se extendió por 36 años.
La caída en desgracia comenzó en 1991. El Informe Rettig (equivalente al Nunca Más argentino) identificó a la Colonia como centro de detención y tortura. El gobierno de Patricio Aylwin le quitó la personería jurídica. En ese momento, los bienes de la denominada sociedad de beneficencia se diversificaron en sociedades anónimas y se volvió casi imposible determinar el patrimonio exacto.
Schäfer buscó apoyo político contra la ofensiva del primer gobierno democrático. Lo encontró en la Unión Demócrata Independiente (UDI), el más pinochetista entre los partidos de la derecha chilena. Sus dirigentes defendieron a Schäfer aun contra la evidencia del rol de la Colonia en la dictadura. En especial, Hernán Larraín se convirtió en el más enconado dirigente de la UDI en apoyo de los alemanes. Desde 2018 ha sido el ministro de Justicia de Sebastián Piñera y se lo acusa de frenar todo avance en las investigaciones.
Pero la derecha chilena poco y nada pudo hacer cuando el 26 de julio de 1997 se escaparon dos víctimas de Schäfer. Salo Luna y Tobías Müller aprovecharon una festividad y, mientras los colonos estaban reunidos, se fueron por un camino de piedras. Llegaron a Santiago y desde allí viajaron a Alemania. El testimonio de Müller fue demoledor. Se dictó orden de captura contra Schäfer y comenzó una fuga que se extendió hasta 2005.
Los últimos años
Cuando el anciano pederasta regresó a Chile afrontó causas por abusos. En 2006 recibió 20 años de condena, tras haber sido encontrado culpable de 25 abusos. Recibió otros 7 años por el hallazgo de un arsenal dentro de la Colonia, prueba del tráfico de armas. Murió el 24 de abril de 2010. Nunca afrontó un proceso por las violaciones a los derechos humanos cometidas bajo Pinochet. Tres antiguos colaboradores alemanes de Schäfer en la dirección de la Colonia recibieron penas de cárcel en 2014, junto a dos agentes de la DINA.
Por su parte, el médico Hartmut Hopp, del círculo íntimo de Schäfer, huyó de Chile antes de ser condenado a cinco años por su rol en las torturas. Viajó a Alemania y evitó la extradición. Las autoridades germanas cerraron la investigación contra él en 2019. Otro jerarca, Reinhard Döring Falkenberg, acusado de una desaparición, fue capturado en Italia en septiembre de 2021 pero, tras quedar en libertad condicional, se escapó a los dos meses.
En 2017, la justicia chilena revocó, después de medio siglo, la condena por injurias contra Wolfgang Müller (se cambió el apellido y ahora se llama Kneese), aquel que lograra escaparse en 1966 y fuera el primer denunciante de Schäfer. Un año antes, el Estado alemán hizo un mea culpa público por el apañamiento de décadas a la secta.
La Colonia pasó a llamarse Villa Baviera una vez que la intervino el Estado chileno en 2005. Algunos colonos regresaron a Alemania. Otros siguen con sus labores agrícolas. Hay quienes han hecho introspección sobre lo vivido allí y dieron su testimonio para el documental Colonia Dignidad: una secta alemana en Chile. Al menos un centenar de excolonos que volvieron a Europa reclama una indemnización por lo vivido en el predio.
El 11 de marzo de 2022 asume Gabriel Boric como presidente de Chile, lo que marca el relevo de Hernán Larraín como ministro de Justicia y la posibilidad de que las víctimas de la Colonia puedan tener resarcimiento.