Un señor lee un libro en un banco, mientras alrededor suyo se congrega una muchedumbre entre divertida y expectante. En primer plano, a la izquierda del cuadro, otro hombre sostiene un megáfono –completamente al revés, la boca sobre el parlante– mientras grita: “Usted está rodeado de ignorantes. Salga de ese libro con las manos en alto”. La tira cómica de un solo cuadro representa apenas una de las tantas facetas que Laerte Coutinho (o simplemente Laerte, como suele firmar entre los rectángulos contenedores de sus creaciones) desarrolla con las armas de la tinta, el papel y la computadora desde hace varias décadas en decenas de publicaciones y, más recientemente, en el periódico Folha do Sao Paulo. Si bien el nombre puede no resultar demasiado conocido fuera de su Brasil natal, Laerte es una de las rúbricas más famosas dentro del mundo de la historieta de ese país, cuyo estilo alterna lo político, lo social y lo personal. Y muchas veces lo combina homogéneamente en un mismo quadrinho. Los datos biográficos marcan el cambio de las décadas en un Brasil también cambiante: nacido en 1951 en San Pablo, estudió dibujo y periodismo a fines de los años 60 y comenzó a dibujar profesionalmente a comienzos de la década siguiente, publicando en revistas mensuales como Placar (similar a la argentina El Gráfico) e involucrándose en la campaña política del Movimiento Democrático Brasileño en las elecciones presidenciales de 1974. Ya en los 80, sus aportes a publicaciones especializadas como Chiclete com Banana, Geraldão y Piratas do Tietê cimentaron el reconocimiento popular. En lo personal, se casó tres veces y tuvo tres hijos, uno de los cuales falleció en un accidente automovilístico en 2005. Cuatro años más tarde, y con casi sesenta años de edad, sorprendió a propios y ajenos con un cambio de vida que a muchos les debe haber sonado tan radical como algunas de sus viñetas más experimentales: de allí en más, comenzaría a vestir ropa de mujer, usaría corpiños y bombachas, dejaría crecer y teñiría sus cabellos y depilaría sus piernas, pecho y axilas. Pero no cambiaría de nombre: al fin y al cabo, luego de una intensa búsqueda había encontrado a otra Laerte, en su caso nacida biológicamente como mujer.
Esa nueva vida como mujer transgénero le da forma al núcleo del documental Laerte-se, que puede verse desde hace algunos días en Netflix y que se promociona, precisamente, como el primer doc brasileño producido especialmente para la plataforma. Dirigido por Lygia Barbosa da Silva y Eliane Brum –y utilizando como imagen del afiche virtual una de las fotografías de la sesión que la revista Rolling Stone publicó en 2013 de su cuerpo desnudo–, la película comienza con lo que podría haber sido una imposibilidad: una serie de mails entre las directoras y Laerte antes del comienzo del rodaje deja bien en claro que el sujeto del documental quizás no se sienta del todo cómodo con la invasión a la privacidad de su hogar. Afortunadamente para el proyecto, nada de eso terminaría ocurriendo y los resultados se acercan a un perfil personal, íntimo. Como un reflejo directo de los cambios que comenzaron a operar en la vida de la historietista, Hugo Baracchini, uno de sus personajes más famosos, comenzó a transformarse en Muriel, abandonando su existencia como un hombre con simples problemas existenciales para sumarles gradualmente los conflictos de una persona crossdresser, primero, y transgénero después. Conflictos propios y ajenos: la de Hugo/Muriel logró instalarse como una mirada humorística y políticamente incorrecta sobre la condición trans en la sociedad brasileña. Laerte afirma en el film que los cambios en su vida personal, a partir de la decisión de vivir como mujer, trajeron aparejados otros cambios en su arte: “Empecé a experimentar, como antes de ser profesional. La profesionalización en los trabajos creativos, los trabajos expresivos, trae aparejada la construcción de pequeñas jaulas y límites”. La vida mediática a la que estuvo expuesta desde que hizo pública su nueva condición –reflejada en una buena cantidad de entrevistas televisivas y charlas con público en diversos ámbitos– no parece haber hecho mella en su vida privada y cotidiana, precisamente el ámbito al que las realizadoras del documental han logrado ingresar y que va mucho más allá del simple espacio físico.
Al tiempo que recorre una exposición retrospectiva de sus creaciones en un museo –espacio de legitimación artística por definición–, Laerte reflexiona en cámara acerca de las dudas a la hora de implantarse senos. Habla del querer, del necesitar, del poder y del deber. Y recuerda una escena del western revisionista Un hombre llamado Caballo, donde el personaje interpretado por Richard Harris es iniciado a la vida de una tribu de aborígenes mediante un rito que incluye ser colgado de su propia piel, penetrada a la altura de los pechos. La cicatriz como marca iniciática, sacrificial. La indecisión tiene que ver con dudas mucho más profundas que el miedo al dolor físico o la coquetería. Lejos de la hegemonía de los discursos únicos, Laerte afirma rotundamente que “dentro del movimiento trans hay personas claramente fascistas. Esa idea de que hay una identidad travesti y transexual que es innegable y verificable por ciertas señales y que tiene el poder de excluir a los que no encajan. Es un corporativismo trans. Un corporativismo del cuerpo”. Presente hace dos años en Buenos Aires durante el Festival de cine Asterisco, Laerte mantuvo una charla pública junto a Maitena. Allí afirmó que, si bien el activismo es muy necesario, en el terreno de la historieta humorística su exceso “lo subvierte un poco y le quita expresividad”.
La situación política del Brasil contemporáneo también la desvela y, a pesar de ser opositora al gobierno de Temer, tampoco se guarda ninguna crítica a los doce años de gobierno del Partido de los Trabajadores. En una tira reciente, la frase “Perspectiva de gobierno” define irónicamente la única imagen de la viñeta: debajo de una gran mesa, las piernas de una decena de personas (diputados o senadores, es de suponer), todas ellas engalanadas con un brazalete electrónico. Concentrada en el presente, en el aquí y ahora, e ilustrada con animaciones de algunas de sus historietas más recientes, Laerte-se no es tanto el homenaje a una creadora como una indagación sobre la creación artística y su relación con la identidad y el cuerpo que puede (o no) definirla.