La palabra nieves fue el denominador común de todas las peleas que tuvo, desde que tiene memoria, con el responsable de haberla anotado con dicho nombre. El acusado se defendió siempre asegurando que, al tenerla por primera vez entre sus brazos sintió que estaba acunando un copo de nieve tibio, el mayor desquite de toda su vida. Nunca aclaró de qué cuestión se había vengado en aquél momento, un ex combatiente no habla de ciertas cosas, las lleva tatuadas en el alma. 

Bruno manejaba silencios filosos como cuchillos, sabía que la inteligencia sólo sirve si se la usa como instrumento para tallar sabiduría. Su hija, en plena edad del por qué, no se cansaba de hacerle preguntas sobre la vida del joven soldado que la miraba desde un retrato colgado en el comedor. Recibía como respuesta, bellas historias de un río de nombre Neva, mágicas noches blancas y palacios de una ciudad extraída de un cuento de hadas llamada San Petersburgo. Eran relatos tan bellos como falsos, historias que escondían terror, muerte y fuga del protagonista. 

El hambre no había sido la causa de su destierro, sólo fue el motor para cumplir con el plan soñado, huir para siempre de la guerra y de la nieve, escapar hacia cualquier lugar alejado de una inminente tercera locura mundial y de cualquier potencial nevada. 

En la casa del desertor había solamente diccionarios como material de lectura, fruto de una preocupación exagerada en perder su acento italiano estudiando arduamente el castellano, consideraba una falta de respeto hablar a medias el idioma del país hospitalario. 

Nieves nunca se durmió escuchando una fábula o cuento leído por un mayor, sólo significados y etimologías de términos en idioma español. Nunca supo si en realidad el lector tuvo la intención de grabarle en su memoria que "herencia proviene del latín haerentia cuyo significado es estar unido, juntos, adheridos/ alumno tiene su raíz en el latín alumnus y que significa alimentado, que alimentar es hacer crecer/ vínculo, del latín vinculum, cadena o atadura", o por el contrario, siempre fue una excusa utilizada por el extranjero para estudiar en voz alta junto a su cama. 

Lo cierto era que en aquellas lejanas noches había nacido su amor incondicional por las letras. La presencia de su progenitor nunca fue tan necesaria como en el período de adaptacion a la escuela primaria, ambos sentían por igual el dolor de perder la libertad. "Su hija se porta mal, señor, no quiere estudiar, apoya la cabeza sobre el cuaderno, pide dormir la siesta..", eran los reclamos diarios de la maestra. 

El prófugo le pedía a la docente que le tuviera paciencia y que le transmitiera a su alumna que él estaba esperandola en la puerta para que no se sintiera sola. Todos los regresos a casa eran iguales, ella corriendo adelante, él cargando con el delantal y el portafolios repitiendo a los gritos la misma frase, "¡nena... camina despacio, mira que hay más tiempo que vida!". 

Cuando su nena cumplió veinte años, el desertor abandonó la trinchera una vez más. Su despedida fue el regalo más amargo, una nota de puño y letra con un mensaje, "si tengo que seguir, tiene que ser con amor, no me pidas que me quede. Ahora no podrás entenderlo, tal vez... cuando debas usar gafas para poder ver el paisaje, recién entonces dejarás de juzgarme para comenzar a comprenderme. Hoy sólo te pido que me perdones". 

Lejos de acatar su pedido, a partir de ese momento, la cumpleañera comenzó a odiarlo, rompió su vínculo, lo dio por muerto, descolgó el histórico cuadro y se refugió en la literatura. 

La licenciada en letras, madre de dos hijos y separada por tercera vez, acudió al llamado del comisario de la seccional tercera de la ciudad de Pergamino con el fin de reconocer a un posible familiar, un masculino de la tercera edad que decía ser integrante del AMIR, división Torino. 

Las visitas diarias al asilo por parte de la rescatista fueron intentos desesperados por recuperar el tiempo perdido. Valía la pena esperar los cinco minutos de lucidez del internado para disfrutar de su humor ácido y ocurrente. Una mañana en que le llevó de regalo un ramo de jazmines, su aroma preferido, el anciano reflexionó en voz alta: "los geriátricos son cementerios modernos en donde los visitantes tienen la posibilidad de dialogar con sus muertos en vida". 

De todas maneras, en los largos períodos en los que el internado parecía girar en circulos en medio de una tormenta de nieve, la heredera, igualmente se confesaba frente a sus venerables arrugas y vacías miradas: " Papi...a veces me siento adherida a tu fuga eterna, me asfixia todo tipo de encierro, los guetos de intelectuales, los mandatos matrimoniales, los roles ancestrales, sigo sin encontrar mi continente, ya no echo culpas afuera, siento mis pies congelados en escarcha de soledad, hundidos en una trinchera cavada en campos minados con tedio". 

Con el arribo de la pandemia, el nuevo distanciamiento resultó obligatorio, imposible saludar de lejos a un paciente que apenas te reconoce de cerca. El enfermero fue un puente blanco que intentó unir las dos generaciones: "su papá se porta mal, señora, por eso no está en el salón que da al frente del residencial, no quiere comer, apoya la cabeza sobre el plato, solamente pide dormir". 

En su última visita, Nieves le suplicó al mensajero que le dijera que ella siempre estaba esperándolo afuera para que no se sintiera solo. Después de esperar en vano un largo rato, se colocó las gafas recetadas contra su miopía e inició el regreso hacia su nuevo refugio. Caminó despacio, entendió en ese preciso momento que la vida, aunque dure cien años, siempre será corta para todo pasajero de la escandalosa huída del tiempo. 

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