Había una vez tres poetas que fumaban en pipa. Uno, Alejandro Pidello, mantiene su estilo vanguardista; otro, Jorge Isaías, hacía y hace música de palabras sencillas; el otro, Guillermo Colussi, escribía una poesía existencial tan cerca del silencio que terminó por callar. Coincidieron en el activo campo cultural local de los años '60, y en los '70 editaron una revista de poesía cuyo nombre honra la aromática costumbre en común. Contados con los dedos de una mano fueron los números de La Cachimba (neologismo surgido de cachimbo, pipa) que se publicaron entre 1971 y 1974; las primeras, ¡en mimeógrafo! 

En busca de aquellas diez míticas ediciones, Paola Chinazzo (Rosario, 1982), que estaba trabajando la revista en su tesis de licenciatura para la UNR, contactó a Pidello. Él no sólo tiene la colección completa sino que además le ofreció su editorial independiente, Oroñópolis, para publicar su trabajo de investigación, ilustrado con la edición facsimilar de todos los números y un bonus track de fotos que integran el archivo documental. 

Así se hizo y el resultado es La Cachimba y el foco de los signos, un bello y lujoso libro de tapa dura en papel ilustración que reúne valiosísimo material documental y trae al presente una zona fundamental de la poesía de otra época, que como elusiva influencia secreta atravesó a la de generaciones posteriores y que ahora vuelve a ser una lectura. 

Acompañado por un prefacio de María Cristina Renard y un claro posfacio de Roberto Retamoso, el estudio de Chinazzo logra historizar aquella publicación. Situándola en su contexto social, cultural y político, señala una línea ideológica editorial no explícita pero sí implícita en la selección de contenidos, algunos de los cuales en los últimos números alentaban las rebeliones contra las dictaduras en América Latina. Dos de los tres protagonistas -el editor del libro e Isaías- lo abren y cierran con breves textos que dan cuenta de aquella experiencia; aún faltan entrevistas más extensas (ya queda fuera del rescate de voces Colussi, fallecido hace pocos años, cuenta Pidello) para terminar de asir eso inefable que Raymond Williams llamó la estructura de sentimiento de una época.

Sin aquel encuentro y este libro, La Cachimba seguiría siendo un mito y no una lectura. Un trabajo precursor, referencia de este, hicieron Osvaldo Aguirre y Gilda Di Crosta con la revista Setecientosmonos en la antología facsimilar publicada por Santiago Arcos en 2012. (Colecciones digitalizadas de las otras revistas de poesía de la época que Chinazzo menciona en una nota al pie al comienzo del libro pueden hallarse en el sitio web de AHIRA). Releer La Cachimba es reencontrarse con un tiempo en que la poesía de Rosario se pensaba latinoamericana geopolíticamente, mientras seguía estéticamente a las vanguardias europeas. Se deja leer como horizonte de lo pensable (no homogéneo, ya que los colaboradores eran bien diversos) el compromiso ideológico de una época en que la pobreza no estaba naturalizada (como en la post-dictadura) ni individualizada (como hoy) sino que debía ser denunciada como crimen de los Estados cipayos contra los pueblos y las clases trabajadoras. Y ante todo, es reencontrarse con una fe en el poder transformador del verbo poético, y con un modo de hacer poesía que reivindicaba por igual el compromiso con las causas revolucionarias de las izquierdas y la exquisitez del trabajo con la palabra.

"Poesía comprometida" es una frase que Chinazzo basa en Sartre, en este siglo que ya olvidó la batalla filosófica del siglo veinte. Los poetas de Rosario se situaban, o los situaban a su pesar, en uno u otro bando. Había, recordemos, un existencialismo de izquierda (el de Sartre), que, esgrimendo acaso el carnet del PC, un puño u otra bandera, corría por izquierda al existencialismo de Heidegger, explorado por colaboradores de la revista como Hugo Padeletti. En ese espectro cabía lo existencial sin "ismos", que se plasmaba con serena potencia en versos como los de Colussi (uno de los grandes rescates del libro), o en una canción de Manal citada en un epígrafe, o bien confluía con las visiones orientalistas de otro colaborador, Samuel Wolpin. El coloquialismo de Isaías le permite hacerse eco de aquellas discusiones: "He dicho quizás alguna vez/ quizás influido/ por vagas lecturas/ ligeramente exóticas: / no volver a escribir", comienza un poema dedicado a Colussi. 

Lo que hace Chinazzo, con absoluta honestidad intelectual, es trabajar históricamente los documentos, es decir, la colección de revistas reproducida, leyendo con precisión las referencias en los textos. Y destaca, poniendo en contexto histórico, algunas perlas: en el número 8, el poema anónimo "A mi compañero de celda Pabellón N° 5", dedicado a Mario Cacho Delfino, uno de los fusilados en Trelew en 1972; el dossier de nueva poesía nicaragüense del número 6; la selección de poesía precolombina nahuátl realizada por Guillermo Colussi para el número 10. En la periodización que establece, se perfila un giro de los temas, de lo erótico y sentimental a lo político y los homenajes a escritores.

Autores luego reconocidos, como Rubén Sevlever o el escritor y traductor Elvio Gandolfo (quien, con su padre Francisco, dirigían otra revista, El Lagrimal Trifurca, y realizaron en su imprenta, La Familia, los últimos números de La Cachimba), o Aldo Oliva, o Eduardo D'Anna (El Lagrimal Trifurca) o Glauce Baldovin (una de las pocas poetas mujeres) o Daniel Freidemberg (de Buenos Aires y quien años después integró el consejo editorial del Diario de Poesía) colaboran en la revista, entre cuyas lecturas-faro (como se infiere de epígrafes y dedicatorias) están los nombres del poeta peruano César Vallejo y del entrerriano Juan L. Ortiz. Estos dos reunían en sus vidas y obras aquello que en otras latitudes parecía irreconciliable: el compromiso social o político y la innovación estética.

"La Cachimba pudo ser en un mundo que ya no es", concluye Retamoso. "Aquel era un mundo donde la palabra poética tenía una relevancia de la que hoy carece... poético era el espíritu de esos tiempos en los anhelos compartidos, en las utopías perseguidas, en los valores sustentados y en las esperanzas que trazaban un horizonte... El presente -el que hoy nos atraviesa y constituye- es mucho menos esperanzador. La pandemia nos retrotrajo a formas de sociabilidad prácticamente feudales, y el aislamiento se convirtió en un modo de ser -¿en un modo del ser?- que nos vuelve, aún a nuestro pesar, cada vez más individualistas. Y sin embargo... la poesía sigue estando presente. Y cuando en días lúgubres como estos la poesía retorna, sentimos que se ha producido un pequeño milagro".