El desierto australiano se convirtió en la geografía emblemática del cine que surgió allí en los primeros años 70, de la mano de directores extranjeros que desembarcaron como algo más que despistados turistas. Las obras seminales fueron Walkabout del británico Nicolas Roeg y Wake in Fright del canadiense Ted Kotcheff, ambas estrenadas en 1971 como el alumbramiento de una narrativa inquietante y deudora de un pasado silenciado. En las dos películas, hombres y niños se extravían en las entrañas de la naturaleza, en un espacio vasto e impenetrable, esquivo a las ataduras de la civilización. El uso de ese territorio se volvió un signo identitario para esa nueva ola que impulsó a Australia a la exploración de sus propias tradiciones, su conciencia nativa, sus lazos con la histórica presencia colonial de Inglaterra. De allí emergieron directores como Peter Weir, George Miller, Bruce Beresford, Fred Schepisi, y también ciertas claves para pensar la experiencia de la extranjería en un escenario hostil y deshabitado, las tensiones entre los cazadores y sus presas en un mundo sin coordenadas, la irrupción del peligro de forma absurda y disruptiva en ese rojizo horizonte del ‘outback’ australiano. 

En ese mismo corazón rojo de la geografía índica comienza El turista, miniserie creada por los hermanos Jack y Harry Williams y coproducida por Reino Unido y Australia que llega a comienzos de marzo a HBO Max. La historia está sujeta a un enigma existencial: ¿quién es ese hombre misterioso que ha perdido la memoria y no puede reconstruirla? Su rostro es el de Jamie Dornan (el psicópata de The Fall luego reconvertido en el perverso galán de ese de hit erótico que fue Cincuenta sombras de Grey), a quien conocemos a bordo de un auto en la carretera, cantando ‘Bette Davis Eyes’ de Kim Carnes, esquivando un monstruoso camión con acoplado casi salido de la Duel de Spielberg. Luego de un choque espectacular sus ojos se abren en el hospital de Cooper Springs y a partir de allí esa mancha negra de su pasado va dejando los indicios de un peligro que lo asedia sin descanso. No hay demasiadas pistas sobre El Hombre, salvo una fotografía instantánea de una formación rocosa llamada ‘Los hombres de piedra de Nala’ y una misteriosa cita en una cafetería programada para el día siguiente.

Los hermanos Williams se hicieron famosos con The Missing, serie con dos temporadas en su haber y un spin off llamado Baptiste -como el detective protagonista-, que se desplegaba a partir de la desaparición de un niño y sus devastadoras consecuencias. Cada uno de los casos se construía como una intriga perfecta, que partía de algunos indicios aislados y se afirmaba en la creciente obsesión del investigador en la búsqueda de la verdad. Esa idea de esconder la revelación en el fondo del relato encuentra en el truco de la pérdida de la memoria un ingenioso dispositivo. Alrededor El Hombre y su viaje sin memoria se arremolinan sus recuerdos, pero también cazadores y cazados que deambulan por ese vasto desierto tras la pista de aquello perdido: un hombre enterrado vivo que espera la liberación; un sicario convertido en un cowboy brutal (interpretado por Ólafur Darri Ólafsson, el extraordinario actor de la serie islandesa Trapped convertido aquí en el doble maligno de ese abrumado policía escandinavo); una joven camarera que tiene explosivos secretos para revelar.

“Cuando evaluamos dónde ambientar el relato me vinieron a la mente imágenes de Australia, de un viaje realizado tiempo atrás”, revela el guionista Jack Williams en una entrevista reciente con la BBC a propósito del estreno de la miniserie en Reino Unido. “Recuerdo conducir solo por el interior del desierto, en una ruta desolada, mirando hacia abajo, sumergido bajo las nubes de polvo y el calor brillante, mientras pensaba: 'No hay nada ni nadie aquí y si me descompongo no habrá nadie para ayudarme'. Me pareció interesante poner a un personaje en esa situación”. Esa fue una idea capital para la Nueva Ola Australiana –y para sus satélites como el ozploitation- que en ocasiones conectó con formas del fantástico existencial, sin quebrar la barrera del realismo pero sí tensando sus fronteras. El mejor ejemplo quizás sea la relectura del gótico que hace Weir en Picnic en las rocas colgantes (1975), cuya naturaleza resulta tan devoradora como las pasiones que habitan en ese grupo de adolescentes de excursión. Aquí no hay una excursión al fantástico sino un extrañamiento operado por el humor que vuelve irreales los sucesos más mundanos. Matanzas sangrientas, choques inesperados, cambios abruptos de tono enrarecen la experiencia hasta tornarla un viaje mental por esa memoria perdida que apenas se puede vislumbrar.

Uno de los grandes personajes de El turista es la policía local Helen Chambers (extraordinaria Danielle Macdonald), quien debe interrogar al turista desmemoriado y recoger las piezas dispersas del accidente para hacer un informe. En su vida doméstica, Helen comparte con su prometido una dieta estricta para bajar de peso, coordinada en grupos de autoayuda, promesas mutuas y un temor subterráneo que la sujeta a ese lugar ya conocido. En una de las reuniones se atreve a desconcertar a la audiencia. “No sé si tengo ganas de estar aquí, sobre todo en estos tiempos en los que la gente dice que no importa estar gordo, que no hay que avergonzarse. Pero lo cierto es que nunca lo dicen en serio. Así que si no amo mi cuerpo no soy una mujer real y si pierdo peso es porque finalmente me he rendido. De una forma u otra, nunca puedo ganar”. Y si sus pequeñas rebeldías son algunas papas fritas a escondidas de su futuro marido, la aventura con el turista será un camino de extraña liberación. Una y otra vez Helen sube a su autito para enfrentar la inmensidad de un desierto que nunca es tan hostil como ese escenario cotidiano en el que cumplir con medidas y pronósticos le cuesta tanto.

Las ligazones con el humor de Tarantino y su negrura carnavalesca, o con el intempestivo uso de la violencia que popularizaron los hermanos Coen y recogió Martin McDonagh en Tres anuncios para un crimen, no agotan la búsqueda de los Williams. En El turista hay una constante exploración de ese enigmático ecosistema que encuentra en el humor el perfecto desajuste, la revelación de que hay algo indescifrable en la condición humana que la une misteriosamente con la naturaleza y su voracidad, con ese sol abrasivo que derrite y conforta, ese árido desierto que resulta impenetrable; la codicia enredada con la venganza, la pasión con la crueldad. Los Williams habían ensayado un thriller opresivo y desesperante en The Missing, personajes opacos y puntos de vista desencontrados en Liar o Angela Black, pero ahora el laberinto de sus intenciones se integra a una cartografía inmensa e inabarcable, tan ávida como esa revelación que pugna por salir del interior de la tierra, de ese pozo de olvido, grotesco y despiadado como todo recuerdo que no queremos descubrir.