Algunas décadas atrás, la suma de una bobina de walkman, una aguja de coser, cintas adhesivas, un portaminas y un transformador enchufado a la pared arrojaba como resultado una máquina de tatuar. Un hermoso objeto surgido del ingenio y de la necesidad popular, a partir del cual se puede describir (y escribir) el espíritu que animaba a los escenarios under en Buenos Aires previos a la irrupción masiva de internet. Es decir, 1990, coletazos de la hiperinflación, convertibilidad, neoliberalismo enmascarado, crestas, Tascam, fanzines, comic, el Arlequines y el himno “mi remera toda negra”. Un espíritu contracultural de rechazo a las promesas de un futuro globalizado pero que proponía un puerto de salida: hacer las cosas por uno mismo, y nunca quedarse quieto.
En ese rápido dibujo generacional se pueden encontrar las coordenadas de por qué el dibujante El Monga Sasturain, nacido en 1975 en la barriada Catalinas Sur de la Boca (una de las cunas del punk local), halló en el arte del tatuaje un camino de creación que lo ha llevado, sin atajos y tras 30 años de tarea, a ser considerado hoy un referente ineludible de la llamada línea Old School o “Tattoo Tradicional Occidental”, como él prefiere denominarlo.
Porque, precisamente, esa vertiente del tatuaje (que tiene en un extremo al legendario Sailor Jerry, en el medio a Bob Shaw y en la otra punta a Ed Harry y Mike Malone) concibe a este lenguaje como una marca social (de rechazo o exclusión) enlazada con el maravilloso imaginario popular de los ’40 y ’50, Segunda Guerra Mundial de por medio: anclas y corazones, golondrinas y barcos, águilas, frases con promesas amor y cobras, tatuajes de gruesa línea negra –con paleta de colores básicos– que no buscaban ilustrar un cuerpo, sino consagrarlo, convertirlo en un mensaje único, irrepetible, acerca de la condición humana. Acaso para entender esta conexión subterránea alguien quiera mirar “El tatuador” de Normal Rockwell con Dead Kennedys de fondo.
Pero como ahora El Monga acaba de editar por fin su Enciclopedia ilustrada del reino animal toda esa explicación se clarifica. Porque este sketchbook de más de 300 páginas es la reunión de un impresionante bestiario personal de dibujos (“líneas de guía utilizadas para crear los stencils que derivaron en los consiguiente tatuajes”), imaginados entre los años 2004 y 2019, tiempo en que su tienda “Aloha Tattoos” fue el epicentro en Barcelona de una movida que algunos no dudan en llamar Spanish Style. Tigres, panteras, cobras, tiburones, escorpiones, murciélagos, águilas, cabras, toros y gorilas, se cruzan, se yuxtaponen, y se encastran con calaveras, huesos, cruces, cálices y dagas, dando como resultado una verdadera obra de referencia de la iconografía libre, un manual inagotable de bestias donde cada una de ella, además, pude contener las marcas de otras culturas: dentro de las orejas de sus murciélagos, por ejemplo, están los motivos del tatuaje tribal.
Y si El Monga no está tatuando ahora en tiendas de Nueva York, Barcelona, Roma, Gotemburgo, Helsinki, San Francisco, Madrid o Londres, es porque decidió acompañar la edición argentina de la Enciclopedia ilustrada tan esperada por sus seguidores (impresa en blanco y negro en clara alusión/homenaje a los fanzines fotocopiados de su adolescencia), y de paso contar parte de su aventura, y describir de qué material está hecho el puente que lo conecta con el tatuaje, la música y el dibujo sin ataduras.
“A los 15 años recibí un regalo, era el volumen 5 de TattooTime: Art from the Heart (1991). Mi cabeza explotó”. Es que al recorrer las 128 páginas de la publicación de Ed Hardy, repleta de tatuajes y que desmenuzaba no sólo la historia del arte americano sino que analizaba su raíz folklórica, evolución y cruce con línea orientales (japonés y samoano), El Monga comprendió por primera vez que estaba frente a un lenguaje de múltiples posibilidades pero exigía a cambio una conducta existencial. “Eran tiempos donde todo iba más lento, conseguir la información, entenderla y digerirla. Era un mundo más hermético que el de hoy. El tema del tatuaje circulaba muy poco, lo que nos llegaba lo encontrábamos en algunas revistas en inglés. Yo aprendí inglés traduciendo con un diccionario las entrevistas a los grandes. Por eso cuando tuve ese libro me voló cabeza, ahí estaba todo: tradicional, tribal, biomecánico, samoano. Fue tan importante para mí que lo cambié para hacerme mi primer tatuaje”.
Un año más tarde otro hecho lo marcaría: “Entré al tatuaje a través del escenario musical del hardcorde y el punk. Tenía 16 años, ponía voz y guitarra en bandas que me necesitaban. Íbamos a lo de Judass Tb, un skinhead que tatuaba a todos, era lo mejor que había entonces. En aquella época, en aquel momento y en aquella circunstancia los tatuajes eran marcas de minorías, te diría, marcas de una subcultura de otras subculturas. Un día vi que el tipo después de tatuar podía pagarse unas porciones de pizzas y unas birras. Eso estaba realmente bien. Entendí que ese lenguaje podía ser una vía de escape quiero decir, que el tatuaje no empezó para mí no como una profesión, sino como la posibilidad de acceder a una forma de vida alternativa, una forma de subsistencia por fuera del sistema”.
Desarmó un walkman y se construyó su propia máquina de tatuar, se escribió el cuerpo, se lo dibujó y siguió experimentando hasta que un día accedió a una Spaulding: “Lo mío es completamente autodidacta. Cuando tuve esa máquina aprendí solo, por ejemplo, que tirando el tornillo para atrás me servía mejor para sombras y al hacerlo para adelante para hacer líneas”. Por entonces consiguió trabajo en un local de remeras de la calle Lavalle: “Yo era menor, tatuaba, pero pensá que estaba prohibido tatuar a menores, todo era así antes”.
En 1995 viajó a Estados Unidos para ver la movida de primera mano. “Fue un momento pivote, un par de años después decidí irme de Argentina”. Pero esa aventura demoró un tiempo. Siguió tatuando en Buenos Aires hasta que en 1999 recibió un mensaje. Un amigo, al que le había tatuado un dibujo en la pierna, le informó desde España que el dueño de una tienda en Barcelona, luego de ver el tatuaje, le ofrecía trabajo. “Empecé a trabajar con el tatuador y pintor Keko Buenavista. Más allá de técnicas, lo que me marcó de Keko fue su manera de aproximarse al tatuaje, aprendí mucho sobre lo que es la comunicación entre tatuador y tatuado”.
Años después nació “Aloha Tattoos” (aloha en hawaiano significa “puedo ver a dios a través de ti”) un estudio que fue cuna del denominado Spanish Style: “En realidad es un término que lo puso gente de afuera refiriéndose a una interpretación más libre y loca del estilo tradicional occidental que nosotros hacíamos, es decir, si bien se mantenía una línea, un color sólido y una figura de fácil lectura nos salíamos un poco de la iconografía tan encorsetada de la tradición, soltábamos ideas más locas. Y así encontramos otra manera de comunicar. Quiero decir, nos apropiamos de un lenguaje para encontrar nuestra identidad. A raíz de eso yo fui desarrollando diferentes cosas como meter ingredientes en mis tatuajes, mezclar el tradicional con el tribal o con el puntillismo, es decir, fui saliéndome de la fórmula del estilo tradicional pero sin abandonar técnicamente la línea gruesa o la llamada ley de los tercios: un tercio de negro, un tercio de color y otro de piel para que el tattoo se entienda. Fue un momento donde pude codificar todo la información que tenía durante años en mi cabeza, y la dejé fluir. Esta Enciclopedia refleja ese momento. Por eso para mí Spanish Style es sólo una etiqueta para poder ubicar esa vertiente novedosa, ese puntapié inicial que nos permitió hacer a cada uno su propio camino. Yo tengo mi propio estilo”.
Así, con sello propio El Monga comenzó a viajar por el mundo. Trabajó en las tiendas de mayor prestigio del tattoo y un día, incluso, lo hizo en San Francisco junto a Ed Harry, emblema tattoo y editor de Tattoo Time, esa publicación que lo deslumbró a los 15 años. “Nunca hice nada como para sentirme un artista vanguardista, sólo deje fluir. Nunca antepuse mi ego por delante del deseo de cada cliente”. Fueron años en que a su tienda le iba tan bien que hasta abrió en el primer piso una galería de arte llamada La Cobra Negra, mientras le ofrecía la posibilidad de foguearse a nuevos talentos como Dave Ramírez, Javi Nevus o Rotor. Tiendas de Finlandia o Suecia lo buscaban. “Un domingo en Gotemburgo, en la tienda de un amigo donde yo iba a tatuar, encontré un libro de animales, una vieja enciclopedia, donde vi una cabeza de murciélago. La dibujé a mi manera, con mi estilo. Más tarde empecé a jugar con la línea y salieron muchos murciélagos hasta que un día terminé siendo esclavo de ellos. Muchos clientes querían llevar en la piel esas cabezas. Del encuentro con aquella Enciclopedia surgió ésta que ahora sale en formato libro. En realidad es una versión mejorada de una edición de 2017 que sólo consistía en una pila de fotocopias enormes con un encuadernado de espiral muy básico. Los dibujos reunidos en esta versión –sólo animales– mantienen el tamaño original y no han sido mayormente modificados”.
Al final de la charla, El Monga desliza algunas conclusiones sobre el arte de tatuar pero sin ánimos de ofrecer definiciones, más bien de compartir el misterio de esa experiencia de marcar al otro: “Para mí la única definición valida es que un tatuaje debe ser lo que pretende ser, cuando un tatuaje no es lo que pretende ser se pierde. A mí me da igual si son solo tres puntos o un black and grey súper complicado, son dibujitos en la piel pero al mismo tiempo hay que entender que dejan una marca sociocultural muy importante no sólo en la vida del tatuado, también en la vida del tatuador e, incluso, en la de quien mira el tatuaje. Yo soy de los que creo que pasan muchas cosas cuando se realiza un tatuaje, que hay un intercambio de energías positivas o negativas, que hay un flujo energético que se mueve, porque en el tatuaje hay dolor, hay un rito entre dos personas, uno que da y otra que recibe. El verdadero tatuaje no es copia, es un arte profundamente mágico”.
Para conseguir la Enciclopedia ilustrada del reino animal escribir a @elmongasasturaintattooing