Compuso su primera colección de canciones cerca de los 20 años. Eran ejercicios de facultad –la universidad de artes Purchase de Nueva York– pero no es algo que se sospecharía de escucharlas: su lentitud, su seriedad, su total falta de complacencia son dignas de una autoría experimentada. Y sin embargo esos temas –Lush, el debut de 2012, Retired from Sad, New Career in Business del año siguiente– exudan juventud y una sensualidad inquietante y macilenta. En “Bag of Bones” recuerda a Fiona Apple: “Estoy exhausta, chico lindo. Mirame las manos, ¿qué te dicen?”, arranca. En la extraña “Class of 2013” le está pidiendo a la madre que la contenga en la casa, con un recitado mezcla de Nico y Tori Amos: “Mamá, ¿soy joven todavía? ¿Puedo soñar un tiempo más?”. 

Fue con el tercer disco, Bury Me At Makeout Creek (2014), que la carrera de Mitski (1990) empezó a tomar forma, con menos poemas al piano, más ambiente posrock y juvenil a modo más tradicional, canciones igualmente profundas y sin lujos inútiles como “Townie”, sobre el deseo de un amor veloz y aplastante (buscar la abrumadora interpretación en su Tiny Desk Concert), o “First Love/ Late Spring” –“Era tan joven cuando me portaba como de veinticinco, y ahora siento que me convertí en una niña alta”–; otras más psicodélicas y folkies: “Drunk Walk Home”, esa inefable vuelta a casa en tacos al amanecer –“Estoy empezando a descubrir que tal vez nunca sea libre”–, y el final, “Last Words of a Shooting Star”, donde imagina su retiro a los 23, morir y que su cadáver quede bonito y con buen olor, dejar ordenada la habitación donde imaginaba que sus sueños hacían música.


Fue la música su refugio y su constante, el espacio que paliaba el sentimiento de no pertencia: los coros de todas las escuelas a las que asistió por ser hija de un diplomático estadounidense y no llegar a hacer vínculos por mudarse todo el tiempo, desde el nacimiento en Prefectura de Mie, Japón, hasta establecerse en Nueva York tras vivir en Turquía, China, Malasia, República Checa y el Congo: “Todos pensaban que era diferente y rara, no reconocían mi historia al mirarme, no le hacía sentido a nadie”, dice.

Firmó contrato con Dead Oceans (Julianna Barwick, Phoebe Bridgers) y en 2016 salió Puberty 2, el disco que hizo decir de ella “la cantautora más avanzada de Estados Unidos” a Iggy Pop, el que la llevó de gira como acto apertura de Pixies y Lorde, donde comienza su recorrido videográfico conceptual y digno de atención, con “Your Best American Girl”, un lento intenso de guitarra eléctrica sobre la decepción de gustarse con alguien y ser incompatibles; Mitski escribe: “Vos sos el sol, nunca viste la noche, pero los pájaros de la mañana te cantan su canción. Bueno, yo no soy la luna, ni siquiera una estrella, pero despierta de noche le canto a los pájaros”. En “Happy”, ambientado en un mundo años 50, interpreta a una mujer que se da cuenta de que el marido lleva amantes a la casa, pero finalmente descubre que las asesina y desmiembra en el sótano. Es fan del terror, sobre todo de las historias de fantasmas (buscar “Cop Car” en la adaptación reciente de Otra Vuelta de Tuerca), pero para recuperar la fe en la vida revé Miyazaki. Le gustan bandas indies, Bartok, el pop más reconocible y masivo que existe, Ikue Asazaki, el rapero Young Thug. Hizo covers de One Direction y Frank Sinatra. En 2018 llegó a su propio nivel de fama tolerada, con Be the Cowboy: “Cuando digo que es un álbum femenino inmediatamente la percepción es que debe ser suave y amoroso, pero yo digo femenino en el sentido violento. Desear pero no poder definir tu deseo, querer poder pero ser vulnerable y culparte por eso, o simplemente lastimarte a vos misma como un modo de dejar salir la agresión que tenés adentro. Mucha furia contenida sin una vertiente socialmente acceptable”, declaró en The Guardian.

Con sus canciones breves, sus climas avant pop, melodías y progresiones desconcertantes y cercanas, Mitski se hizo conocida, cada vez más cliqueada, memeada, difundida, pero ella parecía seguir buscándose. El video de “Nobody” arranca con dos ella enfrentadas tomando del mismo reloj de arena como si fuera una malteada. A un autorretrato pintado le salen brazos que rascan y rompen el lienzo en la cara. “Debo ser una cobarde, solo quiero sentirme bien”, canta. Y en 2019, al final de un recital en el Central Park, anunció que se retiraba por tiempo indefinido. “Es hora de volver a ser un humano”, tuiteó y abandonó las redes al cuidado de su management. “Sentía que me estaba rasurando el alma poco a poco. La industria musical es una versión supersaturada del consumismo donde vos sos el producto que se consume, que se compra y que se vende. Para sobrevivir tuve que aplastar mi corazón con una almohada y decirle que dejara de gritar. El problema es que para hacer música necesito el corazón”, dijo en Rolling Stone a fines del año pasado, al saberse su regreso con el sexto disco, Laurel Hell (el laurel salvaje que crece en los Apalaches, donde se puede morir enredado).

Lo elaboró en Nashville –allá fue a purgarse y la sorprendió el covid– con el mismo productor desde el principio, Patrick Hyland, y en Estados Unidos va codo a codo en ventas con la última banda sonora de Disney. Con un sonido inmersivo que puede evocar desde My Bloody Valentine a Lana Del Rey, el disco tiene un comienzo lento y tenebroso –“Entremos con cuidado en la oscuridad”–, y un final luminoso estilo ABBA. Son canciones escritas antes del receso, al tiempo que trabajar le dolía y le secaba el corazón –“Working for the Knife”, “Stay Soft”, sobre cómo la vida endurece a la fuerza–, aunque peor fue dejar de hacerlo: lloraba si escuchaba música o miraba películas por no estar haciéndolo ella, y porque de ese modo se perdía de su razón de ser: actuar. Ahora se prepara para abrir recitales de Harry Styles, y para su propia gira por Estados Unidos y Europa, ya prácticamente sold out. A los vivos los acompaña con coreografías inspiradas en el Butoh, la escuela de danza teatro japonesa de movimientos precisos aparentemente incontrolados, lo que también se puede decir de su cautivante música, a la vez apacible y vivaz, adusta y formidable.