La llamada "orquesta roja" no era propiamente una orquesta pero tenía la sincronización, la eficacia y hasta el refinamiento estético que caracterizan a las mejores del rubro. En rigor, la mentada orquesta era una "tapadera" de una red soviética de espionaje que causó estragos en las filas nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Y es, también, el nombre de un maravilloso libro, un clásico del género que acaba de publicar la editorial Punto de Encuentro, con prólogo a cargo de Ricardo Ragendorfer. El autor, Gilles Perrault, periodista y escritor francés, dotó los hechos reales (para dar cuenta fielmente de ellos recorrió Europa durante tres años, en busca de viejos agentes, funcionarios y testigos) de una notable capacidad narrativa, convirtiéndose en su momento en uno de los pioneros de la non fiction.
Para dar una idea de la importancia de esta red que "protagoniza" en este libro una historia que parece extraída de la más rica imaginación, vale un solo ejemplo: la organización conducida por Leopold Trepper (un judío comunista nacido en la región polaca de Galitzia) aportó la fecha exacta fijada para la invasión nazi al territorio soviético: 22 de junio de 1941. Stalin en principio no le hizo caso porque creía que los nazis postergarían su embestida hasta que estuvieran más consolidadas sus posiciones en el frente occidental. Advertido de su error, Stalin no se olvidó de sus camaradas. Después del triunfo en la Segunda Guerra Mundial, envió a todos los sobrevivientes de la Orquesta Roja --clave para la victoria soviética en el frente del Este--, a Siberia, para que nunca se supiera que habían advertido con tiempo suficiente que Alemania iba a invadir la URSS.
El escenario de este duelo encarnizado entre la Orquesta Roja, la Abwehr (el servicio de espionaje y contraespionaje militar del Reich), la Funkabwehr (que debía detectar las emisoras enemigas) y la Gestapo fue toda la Europa ocupada y la propia Alemania. Solo en País había 30 transmisores de la Orquesta, que operaba con los nazis pisándole permanentemente los talones. Los espías soviéticos se valían de quien fuera necesario para obtener información: nobles sobrevivientes del imperio ruso, hombres de negocios, amas de casa, etc. Pero debían agregar un esfuerzo y un talento de idénticas proporciones para evitar ser descubiertos. De este modo, el libro es en buena medida el curso de este contrapunto casi ajedrecístico entre las partes en pugna.
La orquesta roja fue traducido a 19 idiomas. La coyuntura actual, claro está, le agrega hoy otros condimentos a su lectura.