Del "no vamos a viajar nunca más" al "viajemos todos", el trip pandémico nos llevó este verano a una escala impensada no muchos meses atrás: todos los puntos turísticos estallados de gente, con los balnearios como cabezas de playa de este desembarco masivo. La bipolaridad a la que nos expuso el #PeligroCovid se meció estos dos meses entre el goce y el hacinamiento, entre el relajo y la ansiedad. ¿Ésta es la forma para salir mejores, tal como auguraban los pronosticadores en marzo de 2020? No lo sabemos (o no queremos saberlo, mejor).
Se habla de esta temporada como "la mejor de la historia argentina" y no queda más que rendirse ante las evidencias: las rutas, los balnearios y las peatonales, los alojamientos, las salas y los bares a tope. Calle, cordón y vereda detonados por hombres y mujeres, por pibes y por pibas. Colas para comer, colas para mear. Olfato mata relato: desde las toneladas de churros calentitos por la mañana hasta las cloacas rebalsadas al final del día, la alta demanda se percibió en el aire. Literal.
Como corolario, el reciente finde XXL de carnaval condensó lo bueno y lo malo del bimestre modelo (porque el verano dura tres meses y la temporada cuatro, pero el núcleo fuerte se centra en enero y febrero). Tan solo en ese feriado largo se movieron tres millones de personas que saturaron la costa atlántica antes de apretar el pomo, cuando saltaron los tapones y decenas de ciudades quedaron a oscuras entre calles empantanadas y escenarios desmontados de urgencia o librados al tormentón de sábado por la noche.
¿Cómo se explica este inédito hormigueo desde los centros urbanos hasta las turísticos? Los motivos son varios -o "multicausales", para usar la palabra fetiche de la economía actual-: desde el programa Previaje que convenció a secos y dudosos hasta el dólar por las nubes que bloqueó el sueño húmedo de Brasil, pasando también por la necesidad de oxigenar la cabeza después casi dos años de pandemia y -por qué no- esta sensación de que todo puede volar por el aire en cualquier momento, entonces mejor no dejar para mañana lo que se puede hacer ahora. Dicho de otro modo: el miedo de que, tal como viene pasando desde hace por lo menos cinco años, el próximo pueda ser peor que el anterior.
Ni siquiera Corrientes frenó su actividad, a pesar de los incendios que arreciaron en la provincia y coparon la agenda hasta que el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania colonizó el interés de los melosetodistas de las redes y el infotainment fast food.
► Barbijos, pases, huidas y picadas
¿Cómo descansar en el amontonamiento? Algunos encontraron la solución en las playas alejadas. Otros, curtiendo bares al aire libre. Los boliches volvieron desde la pre-pandemia. E incluso hubo aforos a la intemperie para hostear fiestas o recitales, como el que desplegó el programa Argentina Florece del Ministerio de Cultura en 18 provincias más CABA, con cierre en el parque del museo MAR de Mar del Plata a cargo de Marilina Bertoldi, Mi Amigo Invencible y Melanie Williams.
Muy atrás quedó la obligación de exhibir el pase sanitario, norma que duró una semana hasta que varias protestas antivacunas obligaran a los propios comerciantes del rubro turístico a presionar hacia arriba. Un juego de espejos entre los eneros de 2022 y 2021: ¿recuerdan cuándo en la primera quincena del '21 amenazaron con "cerrar" el verano por el brote de positivos y los comerciantes salieron a batir la cacerola?.
Todo quedó reducido entonces al voluntarismo individual: el barbijo solo fue usado por quien temió, se cuidó o fue obligado en los pocos comercios que así lo exigían. Sin embargo, la estampida de casos a principios de la temporada encendió las alarmas en Pinamar, que el año pasado se entregó a la falta de control y este arrancó con su ya tradicional carnicería al volante en los médanos donde los ricos no piden permiso para atropellarse con cuatriciclos. Así, el 11 de enero se cerró el Park Live, lugar para cinco mil personas con una cartelera que quedó en la nada.
En la provincia de Buenos Aires, epicentro de las localidades y nodo del turismo sub30, se movieron ocho millones de personas apenas en enero. Y tan sólo en Villa Gesell circularon dos lucas en lo que va de la temporada, una cifra cincuenta veces mayor a la población que, se estima, habita la ciudad durante todo el año.
Gesell (como siempre, la playa más acudida por la pibada) intentó acomodarse a un abarrotamiento que, de entrada, se presentó imposible de mitigar. Ya sea por las numerosas estafas de falsos alquileres, las sombrillas voladoras que dejaron turistas hospitalizados y las denuncias de violación en los boliches Pueblo Límite y Dixit. O mismo por la aparición de artistas callejeros en los senderos del bosque fundacional, una reserva natural en la que -se supone- no debe haber demasiado batifondo.
Y ni hablar de las picadas clandestinas de motos, cuatris, jeeps y vehículos 4x4 en las cercanías del viejo circuito del Enduro del Verano, donde no hubo una tragedia de milagro. Casi como si el crimen de Fernando Báez Sosa no hubiese dejado lección alguna sobre la necesidad de ajustar controles en los lugares donde es indispensable tenerlos. Y cuyo juicio, curiosamente, comenzará el 2 de enero de 2023, pleno verano del año próximo.