“El hogar es un nombre, una palabra, y una muy fuerte; ningún mago jamás la ha hablado antes ni un espíritu la ha respondido en el más poderoso conjuro”. La cita que abre Pachinko, la novela de la escritora coreano-americana Min Jin Lee, pertenece a Charles Dickens y no fue elegida al azar. A lo largo de las casi quinientas páginas del libro, publicado originalmente en idioma inglés en 2017, se relatan las peripecias –algunas alegrías, muchos dolores– de una familia de origen coreano a lo largo de gran parte del siglo XX, partiendo de ese “hogar” primigenio en una pequeña isla cercana a la ciudad portuaria de Busan, cruzando el mar para enraizarlo en Osaka, retratándolo nuevamente en la Nueva York y Tokio de 1989. Relato a la vez épico e íntimo, en el cual el devenir de los individuos se ve constantemente sacudido por los grandes acontecimientos políticos y económicos, la saga literaria se divide en tres grandes bloques: Gohyang / Tierra natal (1910-1933), Madre Patria (1939-1962) y Pachinko (1962-1989). La adaptación a las pantallas de streaming, que debutará en la plataforma Apple TV+ el próximo 25 de marzo, altera esa estructura cronológica y entrecruza constantemente las distintas temporalidades en una narración de estirpe clásica, de la vieja escuela, como en aquellas miniseries de los años 70 y 80 que imponían el formato extendido como la mejor solución para trasladar textos extensos, habitados por decenas de personajes. Producida y dirigida en partes iguales por Kogonada, realizador nacido en Corea del Sur pero instalado hace décadas en los Estados Unidos, y el estadounidense de raíces coreanas Justin Chon, la serie describe los años de la ocupación japonesa en Corea antes de la Segunda Guerra Mundial, los avatares de la inmigración de una sociedad tradicionalmente menospreciada por sus vecinos nipones y las dificultades para conciliar la identidad de origen con la adoptiva en los comienzos de la imparable globalización.
“La historia nos falló, pero no hay problema”, escribe Min Jin Lee en el primer capítulo de la novela, anticipando las angustias y ansiedades provocadas por diversas imposiciones, migraciones y nuevas formas de vida, definiendo indirectamente esa palabra de sentido esquivo, polisémico y tantas veces doloroso por su lejanía: hogar. En pantalla, en el comienzo del episodio piloto de Pachinko, Solomon es enviado desde las oficinas neoyorquinas de la corporación bancaria donde trabaja a Japón, su país natal. El hecho de formar parte de una familia de origen coreano es perfecto para la misión que se le ha encomendado: ofrecer una suma considerable de dinero a una anciana que insiste en quedarse en su pequeña casa, codiciada por su excelente ubicación ante un desarrollo de tipo inmobiliario. El actor coreano-americano Jin Ha resulta ideal para el papel: además de ser bilingüe por naturaleza, sus estudios en lenguas y culturas asiáticas le permite hablar fluidamente el japonés. Marca de fábrica de un relato que transcurre en tres países y en el cual, a diferencia de muchas producciones pasadas y presentes, los personajes pronuncian el idioma que deben pronunciar, dependiendo del lugar y las circunstancias. Y en el cual la mirada no parte de ojos occidentales (Jimmi Simpson es el encargado de interpretar el único papel occidental de relevancia, como un expatriado con pasado algo turbio). El regreso al terruño de Solomon marca el reencuentro con su padre (Soji Arai, segunda generación de japoneses de origen coreano), dueño de una cadena de juegos de salón –los pachinko del título– y su abuela Sunja, interpretada por la experimentada Youn Yuh-jung, la actriz ganadora del Oscar en la edición 2021 por su rol central en el film Minari. El reparto de figuras reconocidas para todo aquel espectador que siga de cerca el desarrollo del cine y la tevé coreanos se completa con Lee Min-ho, superestrella de ese país –actor, modelo y cantante– a cargo del papel de Hansu, un joven de buen pasar encargado del negocio pesquero en la pequeña isla de Yeongdo a comienzos de los años 30, y cuyo encuentro con una adolescente Sunja es el puntapié inicial de la saga familiar, que tendrá coletazos en las décadas por venir.
LA DEPRESIÓN
“El invierno que siguió a la invasión japonesa de Manchuria fue difícil. Ráfagas cortantes atravesaban la pequeña hospedería y las mujeres tenían que meterse algodón entre las capas de ropa. Los huéspedes, repitiendo lo que oían en el mercado de boca de aquellos que podían leer los periódicos, decían que aquello se llamaba Depresión y que estaba ocurriendo en todo el mundo”. La descripción de Min Jin Lee de aquel noviembre de 1932 en Yeongdo está marcada por los eventos mundiales, aunque los habitantes del lugar no sepan cabalmente que “los americanos pobres pasaban tanta hambre como los rusos pobres y los chinos pobres”. Sin embargo, sí advierten que, entre sus vecinos y conocidos, “se daban con frecuencia sucesos tristes: niños que se iban a la cama para no levantarse, niñas que vendían su inocencia por un cuenco de fideos, ancianos que huían para morir en soledad y que los jóvenes pudieran comer”. Hansu le habla a Sunja de las grandes ciudades, de Tokio y de su viaje a los Estados Unidos, de edificios altos y electricidad en todas las casas. Sunja es consciente de la situación, de su origen humilde y sin educación, pero no puede evitar soñar. Ni enamorarse. Los elementos melodramáticos, su estructura básica, están presentes, pero el tono, a mitad de camino entre la novela histórica y el drama intimista, nunca se zambulle en el culebrón. Kogonada, que comenzó su carrera como crítico cinematográfico y es autor de decenas de video-ensayos para la prestigiosa compañía de video hogareño The Criterion Collection, estuvo de visita en el Festival de Mar del Plata hace cinco años, presentando su primer largometraje, Columbus. Es posible imaginar que muchas de las conversaciones con su compañero de ruta, el codirector Justin Chon –actor y director de un puñado de largometrajes independientes, como la reciente Blue Bayou– tuvieron como eje la elección de un estilo que no traicionara las ambiciones novelescas del texto original, aunque sin caer en la tentación de la ampulosidad emocional. Junto a ellos, se destaca la principal impulsora del proyecto y su guionista, la estadounidense de raíces coreanas Soo Hugh, que viene persiguiendo el sueño de llevar a la pantalla Pachinko desde hace un lustro.
“El libro es asombroso porque no sólo cuenta la historia de varios personajes, sino que los sitúa en un contexto histórico que nunca te hace sentir que estás leyendo un libro de texto para estudiantes”, declaró Hugh en una entrevista reciente con la revista Vanity Fair. Allí también afirma que la principal referencia cinematográfica a la hora de encarar la adaptación fue nada menos que la saga El padrino. “Una de las cuestiones que más me interesaban, además del tema de la identidad, la aceptación y las responsabilidades ante las futuras generaciones, era la supervivencia. Pero, ¿a qué costo? Cuando eres alguien que crece sin ninguna red de contención, tus elecciones y las ramificaciones de esas elecciones son muy diferentes a cuando sí la tienes. Eso pone a prueba la fortaleza moral de todos los personajes. Sí, puedes vivir, pero ¿hasta dónde estás dispuesto a ir?”. Bajar la cabeza ante el soldado japonés que impone su presencia como ser superior, ocultar un embarazo producido sin la “red de contención” del matrimonio (los hombres en el pueblo pesquero la pasan mal, pero peor la pasan las mujeres), contentarse con comidas frugales e imaginar el exquisito sabor del arroz blanco, cuyo consumo está destinado exclusivamente a los ciudadanos nipones. Luego del Tratado de Anexión Japón–Corea firmado en 1910, el idioma coreano no era enseñado en las escuelas de la península, relegado al uso privado en los hogares, y en gran medida la sociedad del país comenzó a estar conformada por ciudadanos de primera y de segunda. Pero Hugh no quería que la serie se transformara en una versión coreana de Masterpiece Theatre. “Me encanta ese programa, pero no me interesaba que Pachinko se sintiera como un drama de época sobre una época y un espacio que no resultan familiares para la audiencia. Y allí apareció la idea: ¿qué tal si la serie no fuera un relato histórico todo el tiempo? Fue entonces cuando decidimos que la estructura básica alternaría la historia de Sunja con la de su nieto Solomon, que trabaja para un banco de inversión en Tokio. El relato de crecimiento de la joven Sunja tiene un ritmo diferente al de Solomon. De esa forma, no sólo existe una tensión entre ambas líneas narrativas, sino también entre pasado y presente, potenciando la noción del sacrificio de una generación por la otra. Incluso, por momentos, esa estructura ofrece la impresión de que ambas líneas chocan entre sí”.
EL AZAR DE LOS POBRES
Primo cercano de los pinballs (o flippers, como se los conoce en Argentina), el pachinko nació a la sombra de la Segunda Guerra Mundial, un juego de azar de bajo costo del tipo tragamonedas. En la actualidad, se estima que la mayoría de los salones de juego de pachinko son manejados por descendientes de coreanos establecidos en Japón desde hace varias generaciones. La colorida secuencia de títulos, musicalizada con “Let’s Live for Today” de The Grass Roots, habilita la fantasía de que todos los personajes, pasados y presentes, se reúnan en un número musical en un corredor entre máquinas de juego, reafirmando esa intencionalidad multigeneracional descripta por Hugh. Cuando en el cuarto capítulo, uno de los más potentes de esta primera temporada (la saga debería completarse con tres más, de manera de cubrir todos los relatos y temporalidades del libro), la anciana Sunja decide volver por primera vez a Corea luego de casi seis décadas de ausencia, el montaje paralelo acompaña ese viaje en avión con el periplo inverso en 1931, de Busan a Osaka, en la tercera clase de un barco lleno de inmigrantes como ella, en su mayoría mineros. Al mismo tiempo, el descubrimiento de Solomon del verdadero rostro del corporativismo nipón (“la empresa es como una familia; más fuerte aún que una familia”, le dice una colega) va acompañado de las noticias de la reaparición de un viejo amor adolescente, una historia de separación que también ha dejado sus cicatrices. ¿Por qué Sunja decide regresar a su tierra, a su hogar? La escena es una de las más emotivas de Pachinko, una nueva reversión de la magdalena de Proust con forma de bol de arroz. A veces el hogar puede ser definido por un aroma, un sabor, un sonido. O por una sensación inasible e indescriptible, pero tan fuerte como el color del mar al atardecer.