Frente a seis tipos organizados para violar a una chica, adentro de un auto pero a la vista de cualquiera, en plena ciudad de Buenos Aires y a la luz del día. ¿Qué más decir? Nos mueve el espanto, nos mueve la rabia, nos sale señalar lo que aprendimos, lo que aprendemos de nuevo, una vez y otra: no hablen de manada, porque manada es una comunidad -de animales, que también somos- que se articula para cuidarse de otros animales, para conseguir comida, para protegerse del frío. Esos tipos no son una manada. Y tampoco son bestias

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Qué fácil señalar a las bestias para quedarse del lado de los otros, los que no lo son. Ni tampoco enfermos ¿enfermos de qué? ¿de crueldad? ¿de patriarcado? ¿de masculinidad cis hétero hegemónica? No, son pibes de entre 20 y 24, alguno militante, algunos más universitarios, ninguno con algún rasgo particular más que suscribir el guión de la patota, la crueldad, el sometimiento. La patota tan largamente conocida, esa que consagra la jerarquía del más fuerte, la que repone orden en los sindicatos, en los partidos políticos, en el fútbol. El orden del más fuerte. Qué raro que nunca se les ocurra decir patota a los medios cuando una violación en patota sucede. ¿Será la palabra demasiado cercana a la experiencia cotidiana?

No hay razones, no hay atenuantes, lo vieron in fraganti les vecines, está registrado en videos. Tan aberrante es que casi nadie se sale de guion. Casi. Porque hay en los medios -demasiados- comunicadores que piensan que son ventrílocuos de mayorías silenciosas y hacen justicia reproduciendo violencias. ¿Y si la piba se arrepintió después? ¿O acaso ella no se había drogado? ¡Ellos también estaban drogados, podrían haber perdido el juicio! Y lo peor, lo que te pone roja de rabia es que es verdad. 

Hay mayorías silenciosas que creen que el feminismo se va de mambo, que les robamos los piropos y el cortejo, que si calentás la pava te pueden meter la pija hasta la garganta. Que por qué hay que escuchar a una cubana que lo denunció a Maradona por abuso sólo porque se la cogió cuando era una niña, bien que le pagó la cirugía de tetas. Seguro que ella quería. Y Maradona, Maradona es un ídolo popular. Si hasta Rita Segato estuvo incómoda cuando en la conferencia de cierre del Proyecto Ballena en el CCK se refirió a ese tema como una cuestión política y no de la intimidad. Algo que tenía que ser dicho a pesar de impopular de la sentencia. No hay razones, no hay atenuantes ¿O sí?

Hay cuerpos que valen más que otros. Para los seis que tomaron turnos para violar a una piba en un auto eso parece evidente. Para el tipo que tiró gas pimienta en la puerta de un lugar donde había una fiesta de gente que ofendía a su traje, su heterosexualidad normativa, su estirpe de jueces de la Corte Suprema -sea verdad o no, le alcanzaba para reclamar impunidad-; también. ¿Para les que defienden al ídolo popular? Qué incómodo. ¿Y para quienes piden que a los agresores los violen en la cárcel? ¿Que se pudran en la cárcel? ¿De dónde creen que salieron estos pibes, de un repollo?'

 ¿Hay diferencia entre decir que son bestias y pedir que se pudran en la cárcel? ¿Mejoraría el mundo con más tipos que encarnan la masculinidad cis hétero patriarcal -arrogante, violenta, cruel y en patota- en la cárcel? ¿Vamos a sacarlos de a uno de la sociedad de las personas “libres”? Qué desolación saber que no. Qué desolación saber que, como se repitió estos días, los violadores, abusadores y etc están entre nosotres, usan rastas o trajes, van a la universidad, andan en auto, son parte de esa mayoría que sostiene que hay un centro y una periferia -descartable, usable- para todo lo que se escapa de su sistema normativo. Qué desolador saber que pedir crueldad es reproducir ese sistema. Y que urgente.

La piba que sobrevivió a la violación en patota le dijo a la vecina que se metió para defenderla “me salvaste la vida”. Higui, una lesbiana del conurbano, una chonga a la que le gusta el fútbol y no quiere ni quiso nunca saber nada con encarnar a una mujer, no tuvo quién la salve de una violación en patota. Se salvó sola. Se defendió. Ahora, el 15 de marzo, será juzgada por matar a uno de los agresores. Higui podría haber sido la Pepa Gaitán, asesinada a quemarropa en 2010 por un tipo que se sintió expropiado por esa torta que pedía que lo reconozcan en masculino. Esa torta se metió con SU mujer. El tipo agarró la escopeta y le disparó sin mediar palabra. 

La Pepa murió en la calle. Higui, en cambio, se defendió. Y ahora corre el riesgo de ir a la cárcel, a esa cárcel que parece ser el sueño de las personas bien pensantes, las que homologan justicia a encierro y crueldad. En este sistema de heterosexualidad obligatoria, donde algunos varones violan para hacerse ver también entre sus pares, para ubicar a las pibas o a las travas en el lugar de uso y abuso que les corresponde -¿sentiría la sociedad el mismo espanto si la que estaba en el auto era una travesti?-; todos sueñan con un muro y unas rejas que separen a los normales de los otros. A les pobres de los que creen que no lo son.  Sin apenas notar que son la crueldad y la desigualdad las que producen el muro y las rejas. Y que con esa crueldad se educa a diario.

Hablemos de varones. Cada vez que una violación en patota o una agresión machista o peor, un femicidio, conmueve lo suficiente como para que hablemos todes por un par de días de estos hechos que suceden TODOS los días, se vuelve a hablar de varones, o de masculinidad. Pero los varones cis heterosexuales no hablan de ellos, hablan, en el mejor de los casos, de los otros, los que van a la cárcel. Cuando una patota de rugbiers mató a Fernando Báez Sosa a golpes, algunos muchachos escribieron sobre cómo la crueldad modela su identidad, sobre todo en el rugby. Un diálogo incipiente e interrumpido. Que no necesita voces ilustradas, aunque también, necesita de un gigantesco coro de voces que llegue a los niños, a los adolescentes, que invite a hablar a los jóvenes, que saque del clóset la fragilidad, el cansancio, el miedo, que guarde la pija durante largo rato, que salga a la calle y se meta por las ventanas, que diga ¡Basta! Y que cuando ese coro de voces se alce y venga a marchar con nosotres no pregunte cuál es su lugar porque intentará, por una vez de encontrarlo en la resistencia contra un sistema de crueldad que no sólo viola, también nos hace trabajar a destajo y sin cobrar en tareas de cuidado, nos deja con las deudas sobre las espaldas, los trabajos más precarizados y sin chances de defendernos.

Ojalá pronto nos veamos en las calles, compañeros. Nosotres, la periferia de su arrogancia, tenemos una cita el 8M.