La pandemia del COVID-19 parece encaminarse hacia una nueva etapa en la cual se pregona la recuperación de la “normalidad” en los distintos órdenes de la vida. Sin embargo, a dos años de cumplirse el inicio de las medidas de aislamiento en el territorio nacional, podemos avizorar cómo este retorno acarrea la emergencia de nuevas problemáticas y el agravamiento de otras, especialmente en lo que refiere a las desigualdades laborales y de género que ya signaban a nuestro país antes de la aparición del virus. Algunos datos referidos a lo acontecido en la provincia de Buenos Aires permiten ilustrar estas afirmaciones.
Durante el segundo trimestre de 2020, cuando las restricciones a la circulación fueron más estrictas, el mercado de trabajo provincial se vio fuertemente contraído. En términos generales, los/as trabajadores/as más afectados fueron aquellos que se desempeñaban en actividades consideradas “no esenciales”, quienes tienen menores credenciales educativas, los/as más jóvenes y aquellos/as que se encontraban bajo una relación de empleo informal. En todos estos segmentos las mujeres se vieron más afectadas que los varones.
Hacia finales del 2020 se observaron claros signos de recuperación, alcanzando niveles en la tasa de actividad y empleo similares a los del primer trimestre. Sin embargo, el incremento del trabajo por cuenta propia, de la subocupación horaria y del trabajo informal junto a la ampliación en las brechas de ocupación entre varones y mujeres, colocan ciertos reparos necesarios para reflexionar sobre la tendencia que signó al proceso de recomposición del mercado laboral.
La ampliación de las brechas en el mercado de trabajo –negativas en términos generales para las mujeres- tuvo a su vez una correspondencia con lo sucedido en la distribución de las tareas reproductivas. Al respecto, la encuesta “Trabajo, Género y COVID-19”(1) implementada a finales de 2020 mostró que, en un contexto en el cual disminuyeron sustantivamente los apoyos externos, las mujeres ampliaron su participación –ya mayoritaria- en las tareas de cocina, limpieza y cuidado de menores. Los varones también tendieron a incrementar su participación en estas tareas durante el período de aislamiento, aunque ello no fue suficiente para revertir las ya significativas brechas existentes. Por el contrario, en el caso de las tareas tradicionalmente masculinizadas, como los arreglos y reparaciones del hogar y aquellas donde participan en mayor medida los varones, como hacer las compras, casi no hubo corrimientos. En tal sentido, la sobrecarga de tareas cayó principalmente sobre las mujeres, pero no de manera lineal.
Puede avizorarse así que las mujeres sufrieron en mayor medida los impactos de la pandemia a lo largo del 2020. Tanto durante la crisis del mercado de trabajo como en el proceso de recuperación quedaron rezagadas frente a los varones. Asimismo, estuvieron atravesadas por una mayor sobrecarga de las tareas reproductivas.
No por ello, los corrimientos observados dejan de ser significativos. Recuperarlos y visibilizar las desigualdades estructurales sobre las cuales se asienta la división sexual del trabajo, tanto en el ámbito productivo como reproductivo deviene cada vez más una condición necesaria para diseñar políticas que apunten a romper los estereotipos y las prácticas sobre las cuales se anclan y cristalizan las desigualdades en nuestra sociedad.
Los resultados se pueden consultar en este link.
*Doctora en Ciencias Sociales. Investigadora del CONICET en el Instituto de Estudios Sociales en Contextos de Desigualdades (IESCODE-UNPAZ).