Desde Cannes
Fin de fiesta con el nuevo film de Roman Polanski. Aunque nunca estuvo anunciado como tal, D’après une histoire vraie (Basado en una historia real), exhibido fuera de concurso, fue anoche, a todos los efectos, el film de clausura de la edición 70 aniversario del Festival de Cannes, que hoy tendrá su imprevisible ceremonia de premiación, sin un solo ganador seguro a la vista para una competencia oficial particularmente floja. Y sin aportar sorpresas ni novedades, el flamante Polanski (Palma de Oro 2002 por El pianista) se convirtió en un agradable corolario, como si el cinéfilo consecuente se pudiera encontrar de nuevo un poco en casa, en territorio sólido y conocido, en manos de un realizador que tiene su propio universo al que sigue siendo capaz de aportar una serie de variaciones nunca exentas de riqueza.
Cineasta del encierro y la paranoia, Polanski encontró ahora en una novela de Delphine de Vigan un material del que no le cuesta apropiarse y que se relaciona tanto con algunos de sus clásicos de antaño (Repulsión, El inquilino) como con su cine más reciente (El escritor oculto, La Venus de las pieles). La iniciadora del proyecto fue su mujer, Emmanuelle Seigner, quien leyó la novela y le propuso encarnar a su protagonista, Delphine, una escritora exitosa que después de haber entregado su libro más popular y de convertirse en una figura pública se siente más estresada y sola que nunca. Y lo que es aún peor, completamente bloqueada, incapaz de tipiar una sola palabra en la ominosa pantalla en blanco a la que se enfrenta cada mañana en su procesador de texto.
Es allí cuando entra en escena una admiradora misteriosa (Eva Green), que logra ganarse la confianza de Delphine y que poco a poco no sólo se inmiscuye en su cotidianeidad sino que empieza a tomar el control de su vida, al punto de manejarle no sólo su casa sino también su correspondencia y su relación con el mundo exterior. Que ese personaje se llame Elle (¿el ello freudiano, fuente inconsciente de toda energía liberadora?) y que se presente como una escritora “fantasma” (esos autores anónimos que escriben las biografías de personajes famosos) son algunas de las pistas que ofrece el nuevo film de Polanski para sugerir que, quizás, esa mujer con quien Delphine desarrolla una relación de dependencia tóxica quizás no sea otra cosa –la ambigüedad aquí es esencial– que una proyección de su imaginación, como los fantasmas que poblaban la mente de Catherine Deneuve en Repulsión.
Así como hay elementos recurrentes de la obra de Polanski en Basado en una historia real (el título del film proviene a su vez del título de la novela que Delphine terminará escribiendo), también parece sencillo encontrar claves del cine de Olivier Assayas, el consagrado director francés, que aquí oficia humildemente como guionista pero deja su huella, considerando que sus dos últimos films como realizador, El otro lado del éxito y Personal Shopper, también tenían que ver con asistentes personales a cargo de la vida de mujeres famosas. Y en el segundo de esos films, incluso también con fantasmas.
Otro de los grandes acontecimientos del tramo final de esta edición de Cannes fue la presentación –nada menos que en el inmenso Grand Théâtre Lumière del Palais des Festivals, en la gala del 70 aniversario– de los dos primeros capítulos de la tercera temporada de la serie Twin Peaks, creada y dirigida por David Lynch. ¿La televisión en el sanctasanctórum del cine? Bueno, Cannes tiene excelentes excusas para haberse animado a dar este salto de la pantalla chica a la gran pantalla de su sala mayor. El primero es que Lynch es no sólo es un “abonnée” del festival sino que en 1990 ganó la Palma de Oro por Corazón salvaje, en 2001 el premio al mejor director por Mulholland Drive y en el 2002 fue presidente del jurado oficial. Se trata, qué duda cabe, de un cineasta en toda la línea, que ocasionalmente hizo una experiencia en televisión. Una experiencia, por cierto, extraordinaria, al punto de que un cuarto de siglo después de su última emisión la serie original sigue siendo un objeto de culto. Y este aperitivo de la tercera temporada que ahora ofreció Cannes (de una totalidad de 18 episodios que en Argentina ya están disponibles en Netflix) no hace sino confirmar que Twin Peaks sigue siendo una suerte de OVNI, un objeto visual no identificado, producto de la imaginación febril de Lynch y su coguionista Mark Frost.
Pocas escenas más inquietantes hubo en Cannes (y más de una película en competencia se esforzó por shockear al espectador desde su primera toma) que el prólogo de la nueva Twin Peaks, con el inefable agente especial Dale Cooper (Kyle MacLachlan) reencontrándose con la difunta Laura Palmer en ese peculiar decorado hecho de cortinas púrpuras, un espacio sin tiempo ni realidad, en la que ambos intentan comunicarse a través de unas voces casi incomprensibles que parecen salidas de ultratumba.
El universo onírico de Lynch sigue siendo más intenso e intransigente que nunca y poco o nada tiene que ver con la idea de serie de televisión al uso. No hay estructura aristotélica ni relato decimonónico en capítulos, como en los viejos folletines. Aquí se trata de una concatenación de pequeñas y grandes pesadillas, no muy diferentes de las que poblaban uno de sus largometrajes más oscuros, Inland Empire (2006), y al que la música hipnótica y aterciopelada de Angelo Badalamenti -que también fue la banda sonora de la alfombra roja que precedió a la proyección- aporta su aura alucinada, como si proviniera del inconsciente más profundo.