El término “obra maestra” data de fines del siglo XIV y no era exclusivo del arte. Se usaba en cualquier profesión u oficio para demostrar el conocimiento de lo que se hacía, lo que permitía posteriormente iniciar una vida libre de cualquier tipo de dependencia tributaria de los maestros. Siete siglos más tarde, la expresión sigue vigente, al igual que lo que encierra. Lo único que se banalizó o precarizó es la palabra “maestro”. Pero Fito Páez nunca la necesitó. Lo que sí precisaba era dejar de ser el sempiterno alumno. Si bien viene preparando el terreno desde hace muchos años, a partir de hoy logró lo que ninguno de sus mentores pudo: publicar un trabajo decididamente conceptual. Está bien, Charly García tiene a La hija de la lágrima, un álbum que requiere de traducción para entenderlo. Sin embargo, tan terrenal como su temple, el rosarino puso en circulación Futurología Arlt, un disco que versa sobre Buenos Aires y su universalidad. Y que además redime a unos de los escritores más mundialmente porteños de la historia: Roberto Arlt.
A todo eso suena lo nuevo de Fito: a Buenos Aires, a tango, a música incidental, a libros, a universo interior y a espacio sideral. Es un disco que también sabe respirar silencios. En la historia de la música popular contemporánea abundan las producciones ambiciosas que no llegaron a nada justamente por eso, porque no comprendieron la trascendencia de algo tan vital como la respiración. Otra cosa en la que suelen fallar estos emprendimientos es en la construcción del relato y más aún si está sustentado en uno ajeno. Si David Bowie se basó en la novela Vile Bodies, de Evelyn Vaugh, para hacer su canción “Aladdin Sane”, Pink Floyd se inspiró en La rebelión en la granja, de George Orwell, a la hora de plasmar su álbum Animals. Más cerca en el tiempo, Rosalía recreó la novela medieval Flamenca (prohibida en el siglo XIII) en esa genialidad titulada El mal querer. Y esos son sólo algunos ejemplos de discos tan geniales que parecen bandas de sonido. En este caso, el músico argentino hace su aporte en esta cruzada literaria al representar fabulosamente Los siete locos, el clásico de Arlt.
A pesar de que su música desborda cinematografía, el artista ya puso a prueba su capacidad de adaptar cuentos. Lo degustó con “Polaroid de locura ordinaria”, basado en La chica más guapa de la ciudad, de Charles Bukowski; y “Maelström”, inspirado en Un descenso al Maelström, de Edgar Allan Poe. Aunque lo que hizo en Futurología Arlt no tiene parangón que se recuerde en su obra, aunque sí fecha de inicio: 1995. Nació de un proyecto multidisciplinario, que luego se frustró, para el que lo había convocado Julio Bocca. Pero Páez lo retomó en el verano de 2020 y sumó a Diego Olivero, su socio y colega de los últimos tiempos. Una vez que ya tenían cocinados los demos, a mediados de 2021, convocaron al director de orquesta Ezequiel Silberstein para que convirtiera todo eso en partituras. A continuación, Fito y sus músicos viajaron a Los Angeles y en cinco sesiones grabaron desde los estudios Igloo con la Czech National Symphony Orchestra, al otro lado del Zoom, en la ciudad de Praga. Así consumó la segunda de las partes de su ya advertida trilogía, que comenzó el año pasado con Los años salvajes.
Cada uno de los 22 tracks (casi todos instrumentales) de Futurología Arlt hace alusión a los pasajes, personajes y desenlaces de Los siete locos. Apenas se le da play, el álbum doble desborda genialidad. Incluso desde su inicio, donde Fito hace las veces de anfitrión y guía en la única canción propiamente del repertorio: “Amor es dinero/ Remo Erdosain” (Augusto Remo Erdosain es el nombre del protagonista de la novela). Será la única vez que se lo escuchará, luego de que verse: “Entre el sol, la maldad y una vida canalla”. Entonces arremete el tango de tintes piazzolescos “Buenos Aires 20/30”, al que le secunda la sonata “Tema de amor de Elsa y Remo”. Un poco más adelante aparece “Haffner, el rufián melancólico”, al mejor estilo de Henry Mancini, en tanto que “Política y locura” encarna bien esa emoción que a veces sólo pareciera tener respuesta en las palabras. Fito vuelve a ser protagónico, al menos en el disco uno, en tema de cierre, “El tren, el abrazo de la niña, el revólver y el árbol”, en el que la orquesta se une al piano para consumar una de sus creaciones más conmovedoras.
Antes de consumar este lado del repertorio, “Elsa y el Capitán/ Sexo y traición” avisa que no hay una intención eurdita en este trabajo, más allá de que por momentos flirtee con la música contemporánea. El capítulo "En la caverna" es uno de los pasajes más sonoros del libro, y versa, entre otras cosas, acerca del tango carcelario. Sin embargo, Fito decide generar ahí un punto de inflexión al musicalizarlo con funk cañero y latin jazz. Esto ya es el segundo disco, que abre con “La caja negra”, especie de techno opereta en la que Paula Kohan pone la voz. Sorprende y emociona. Aparte de la futurología, este álbum toca la numerología. El 11, que es la cantidad de tracks de cada disco, es el número del arte y de la espiritualidad. Por eso destaca “La logia”, su discurso al revés y su teatralidad. Al tiempo que “La rosa de cobre” fantasea con esa Asia de ojos rasgados, y “La farsa” invoca a un Nino Rota que se transforma en Río de la Plata. Ya en el tramo final, antes de que el Astrólogo salga de escena, el repertorio empieza a recogerse. Clara señal de conclusión. Es que a veces las palabras sobran y la deformidad es hermosa.