Limbo                      7 Puntos

Gran Bretaña, 2020

Dirección y guion: Ben Sharrock

Duración: 104 minutos

Intérpretes: Amir El-Masry, Vikash Bai, Kwabena Ansah, Ola Orebiyi

Estreno en alquiler en Flow.

Cuando no adquiere un sesgo político, que termine dando por resultado una toma de conciencia y la fuerza para el cambio, la corrección política imperante termina dando por resultado la mera lástima. Sentimiento que, como se sabe, no sólo ejerce aquél que se siente superior sino que, para decirlo lisa y llanamente, no sirve para nada. Este centramiento pequeño-burgués suele no producirse en los documentales, ya que los realizadores del género están habituados a registrar hechos, dejando las conclusiones en manos del espectador. Pero cunde en el cine de ficción, paraíso del “buenismo”. No es, por suerte, el caso de Limbo, escrita y dirigida por el escocés Ben Sharrock, que tiene por protagonistas a refugiados de distintos orígenes, a quienes en ese país de Gran Bretaña se les permite la estadía, pero no el empleo. Esa situación intermedia es el limbo del que habla el título, zona que para la religión es propia de quienes viven con un pie en el infierno, sin llegar a caer en él.

La escena inicial parece indicar una de esas comedias pavas, con una profesora de inglés que como introducción a la cultura europea pone en escena la idea de cultural awareness o estado de prevención cultural, que se resume en la frase a smile is not an invitation. Ante un alumnado que observa con cara de pescado, la profesora practica una serie de bailes sexys ante un colega, al que le permite cierto contacto físico, pero pasado ese punto sobreviene el cachetazo. Por suerte de allí en más Limbo no mantiene esa clase de humor facilongo, al borde mismo de la estupidización o la burla, al estilo de Borat. El rubicundo ruborizado Omar (Amir El-Masry, notable) es un veinteañero sirio que ha hecho el viaje vía Estambul, y que llegado a esa isla gris, semidespoblada y azotada por vientos casi polares traba relación con el afgano Fahrad (Vikash Bhai), que usa unos mostachos no muy a la moda y tiene por compañera a una gallina.

En algún momento se les unirán dos hermanos nigerianos, Abedi (Kwabena Ansah) y Wasef (Ola Orebiyi), que eventualmente cometerán el error de querer trabajar por vía ilegal. Con el rostro signado por una melancolía profunda, Omar carga con una caja tan pesada como un baúl. Allí lleva un oud, instrumento de cuerdas que es como el primo gordo del laúd, y en cuya práctica se dice que Omar es un maestro. Pero a semejante distancia de su tierra no está dispuesto a sacarlo, mucho menos a tocar. A su turno y además de su gallina, Fahrad es fan de Freddie Mercury, que según él practicaba, como él mismo, la religión de Zoroastro. El otro músico pop que conoce es Donny Osmond.

Estos detalles de humor tal vez hagan pensar que Sharrock se burla de sus agonistas. Muy por el contrario, los acompaña, sin el menor asomo de sentimentalismo europeísta, en su tristeza de exiliados, en su constreñido departamento, en su ropa poco adecuada para semejantes heladas, en las llamadas telefónicas que desde una cabina Omar hace a su madre. Mintiéndole, como todo refugiado, que está todo bien. Lo que Sharrock no hace, con muy buen criterio, es limitar la situación de sus agonistas a la angustia, la desolación, la desterritorialización. Todo choque cultural tan extremo entraña inevitablemente un toque de absurdo, y ese es el toque que Sharrock deja entrar, sin olvidar jamás que Omar y sus amigos están al borde mismo del infierno.