Es una buena persona que tuvo un momento desafortunado. Un atleta, un deportista de bien con un futuro brillante por delante, alguien con despecho se lo quiere opacar. Mezquindades hubo siempre. Porque no es para tanto: apenas un instante de destrato en el que se dejó ir, porque está sometido a mucha presión, hay que entenderlo. De todos modos, claro, la acusación no es inocente; alguien quiere dañar al campeón. En los últimos treinta años cambiaron muchas cosas, pero algo permanece: cuando la violencia machista deja ver la hilacha en público, el mundo deportivo responde de manera corporativa. Hay demasiados intereses, tal vez demasiado dinero en juego, y quizás, vaya una a saber, la posibilidad de que un caso se convierta en la punta de un ovillo, que alguien tire de ese hilo y vayan cayendo, como si de un dominó se tratara, otros casos. Cuando la defensa es corporativa, ¿qué otra cosa podría sospecharse? (Para muestra, si se quiere malpensar, basta el botón de lo que pasa en ámbitos eclesiásticos con las denuncias de abusos sexual cometidas por religiosos y religiosas contra chicas y chicos.)
“El proyectaba grandes cosas. Lo sucedido fue una cuestión personal que yo no puedo calificar”; “fue una desgracia lamentable (…) estoy seguro de que él saldrá bien de esto porque es una buena persona”. Se podrían haber escuchado esta semana, luego de que una mujer denunciara al jugador de Boca Juniors Ricardo Centurión por astillarle tres dientes a golpes y amenazarla, pero son de febrero de 1988, de los días siguientes a que Alicia Muñiz fuera asesinada a manos de Carlos Monzón en Mar del Plata. De alguna manera, era un final anunciado, que había incluido una denuncia policial que ella, meses antes de morir, había radicado por amenazas y golpes que, misteriosamente, se había desvanecido en los entresijos de la burocracia. Estaba muy lejos Argentina todavía de nombrar al femicidio y la violencia machista con todas las letras. Ante la evidencia de una muerte violenta, la reacción del entorno cercano fue apañar al campeón. En la primera cita, quien procuraba velar lo sucedido como algo privado era el apoderado del boxeador, Juan Carlos Casal, que también se esperanzaba en que todo quedaría “aclarado”. La segunda idea, la de la cita que pertenece al entonces director técnico Victorio Nicolás Cocco, jugaba con la otra reacción que el mundo deportivo masculino para tener incorporada como reflejo: manipular como si nada para que la víctima sea el victimario.
“El calvario de un crack con problemas. La rompe en la cancha, pero sufre afuera”, decía el viernes un videograph en la pantalla de la señal especializada FoxSports, cuando un magazine deportivo decidió no obviar lo que fue una de las noticias de la semana pero manteniendo el espíritu de la tradición. La había quedado picando en los medios un día antes. En el principio, despuntó de labios del abogado defensor de Centurión, Mariano Cúneo Libarona, quien en entrevistas televisivas transitó rápidamente de la etapa de la negación y el volver sospechosa a la denunciante (Melisa Tozzi, la joven que presentó la denuncia, “no era su ex pareja”, dijo) a la del ninguneo y el no es para tanto. “No estamos hablando de que la quemó o le pegó con un arma o un fierro, o algo por el estilo. Estamos hablando (de una denuncia) donde en la peor de las hipótesis, en los medios más graves, se habla de lesiones leves producto de una discusión (sic)”, argumentó el abogado en una entrevista televisiva esta semana, menos por alegrarse de que la víctima todavía esté viva que por considerar, tal vez, que la justicia sólo debería actuar ante hechos irreversibles consumados.
Lo lógico es esperar que un abogado defensor, efectivamente, defienda. Lo increíble es que lo haga desvirtuando en sus intervenciones públicas. El abogado Cúneo Libarona es un señor conocido, tiene años de apariciones recurrentes en pantalla, desde aquellos memorables debuts en la época del jarrón de Guillermo Coppola hasta los de su matrimonio con Lourdes Di Natale (la denunciante del caso de tráfico de armas cuya muerte absurda nunca quedó completamente exenta de sospechas); conoce los códigos de la televisión y entiende lo suficente de cómo el impacto en la opinión pública puede, a veces, tener peso en la justicia.
Con el correr de las horas, la carrera del futbolista denunciado parece más en jaque por algunos de los consumos y conductas poco deportivas que él mismo cuenta en sus propios chats que por una denuncia de violencia machista que, además de amenazas, incluye golpes y ahorcamiento. Tozzi, la joven que presentó la denuncia, contó que él fue a buscarla, que en medio de una discusión terminó tomándola del cuello. Después, “con una piña me astilló tres dientes”. La chica dio a conocer chats de whatsapp que mantuvo con él para demostrar que sí, había una relación; también, los audios enviados por familaires de él, amenazándola. Porque entregó esos materiales a la justicia, hoy tiene un botón antipánico y el futbolista y su madre tienen restricción de acercamiento.
Y sin embargo, la defensa del futbolista pareciera que también se basa en relativizar la denuncia y desconocer la ley. “La denuncia no describe una conducta punible. Tampoco es una mujer que aludió que fue permanentemente hostigada (sic)”, dijo el abogado en televisión. La víctima, dice el reflejo corporativo, no es quien pensamos: es el crack, el héroe deportivo, el campeón –o proyecto de tal– a quien un rapto leve puede salirle caro sólo porque tuvo mala suerte. En el ánimo de la joven que refirió episodios de violencia y recurrió a la justicia para buscar protección, en realidad “hay exigencia de plata, un montón de historias”. “Ni de lesiones habla en la denuncia. El hecho fue un viernes y el sábado estuvo en lugares públicos con amigas y recién el lunes se le ocurre hacer la denuncia. Es decir, pasaron cosas en el medio. No estamos analizando un caso de violencia de género, estamos analizando un caso de una viva que quiere plata”, añadió el abogado.
En 1988, en uno de los traslados de la cárcel de Batán a los tribunales de Mar del Plata, a Monzón lo esperaba una multitud. Más de mil personas, estimó la revista Gente. Como había pasado con la reconstrucción del femicidio (que entonces apenas si llegaba a ser mencionado como “homicidio”, hasta que las evidencias fueron demasiado contundentes), la sola promesa de que el boxeador podría estar presente en algún lado, atraía multitudes. Si cinco días antes, en los alrededores de la casa de Mar del Plata donde ocurrió el crimen el operativo de seguridad incluía hasta a policías de la montada (porque, consignaba una crónica Clarín, un gentío de unas tres mil personas se habñia dividido: “los que se habían atrincherado por Almirante Brown, con mayoría de mujeres, lo repudiaban; los ubicados por Tucumán le recordaban su pasado de ídolo deportrivo y le prometían su apoyo presente”), qué no podría esperarse de una llegada a tribunales.
Era el último día de febrero y Monzón, después de más de diez días de silencio, estaba decidido a convertir ese traslado tumultuoso en una escena favorable a él. Dijo que era inocente (ese día, el defensor de Monzón había dicho que Alicia Muñiz “llegó a Mar del Plata golpeada”); se prestó a decenas de preguntas. “El contacto periodístico con el ex boxeador tuvo como marco a gran cantidad de público, con gritos como ‘dale campeón’ y ‘Monzon, Monzón’, en tanto que otros volvieron a repetir los abucheos y gruesos calificativos”, reconstruía la 5ta edición de La Razón. Le gritaban también “dale Monzón, no aflojés”, recogió Gente.