En el trabajo dentro de contextos colectivos, el sujeto que trabaja se dignifica a sí mismo y sus destellos iluminan la vida de los pueblos. El trabajo dentro de comunidades establecidas con diversos nervios ideológicos, fue, es y será vital, fundamental, un eje transformador. Las comunidades crecen con el trabajo responsable, ordenado, recreativo, hacia cúspides de solidaridad sublimes.

Cuando a finales de la primavera del año 1986 abrimos el espacio vivencial, terapéutico espiritual, “Esperanza de Vida “, con Luis, Ángel, Dany y Eduardo, a orillas del río Carcarañá, en un ámbito propicio para las voladuras siderales, post evasión psicodélica, el trabajo nos unió, nos consolido como grupo.

En el mantenimiento del recinto. En el cuidado del jardín primitivo que nos cobijaba. En el vinculo con los animales que nos circundaban. En la creación de la huerta, que nos situaba en un escenario iniciático y autogestivo. Bajo un cielo inmenso, inabarcable, con sus nubes rosáceas flotando esbeltas. El cauce marrón profundo del Carcarañá, con sus patos, cigüeñas, iguanas, nutrias. Y las vertientes mágicas que surgían a diario. ¡Que encanto esos años¡

El trabajo en ambientes grupales ejemplifica “el deber” y “el dejarse estar”, pues, alli, somos todos iguales. Que maravilloso. De esos espacios realmente terapéuticos nacen los mejores dispositivos para el trabajo con adictos a drogas. Sentirse útil. No como un gigante para los otros. Ni un enano de tus miedos. Sentirte útil. El trabajo como símbolo de pertenencia y no como explotación de los derechos humanos. El trabajo como herramienta propia para descubrir estímulos adormecidos. El trabajo como ordenador de la estructura terapéutica.

En definitiva, la armonia saludable que se debiera respirar en comunidades de sujetos que tienen un fin en comun estará basada en el trabajo de cada uno de sus miembros, en un ámbito de roles, responsabilidades e igualdad.

Osvaldo S. Marrochi  

Presidente Fundación Esperanza de Vida