Cuando ya habían sido enumerados los nombres de los represores sometidos al proceso de justicia, en el antiguo Salón Dorado del centro clandestino de detención de la ESMA, hoy Museo Sitio de Memoria ESMA, el periodista y presidente del CELS, Horacio Verbitsty, habló: “Suelo decir sin quitarle mérito a Néstor Kirchner que cuando él asumió ya había entre 70 y un centenar de represores detenidos. Y eso fue producto de la lucha de la sociedad argentina impidiendo que las causas se pudieran cerrar: esto debería servir como advertencia”, dijo pegado al ministro de Justicia, Germán Garavano, y rodeado por los integrantes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que concluyeron con esa visita el período de 162° de audiencias extraordinarias, celebradas por primera vez en la Argentina. “Así que no lo intenten –agregó Verbitsky–, porque lo vamos a impedir”.
Al presidente de la CIDH, Francisco Eguiguren, se le habían caído unas lágrimas durante el recorrido por el Museo. Este peruano, que como relator para los casos de Argentina es el encargado del seguimiento de las denuncias presentadas contra el Estado nacional, observó la escena, como todos, en profundo silencio. Garavano decodificó las palabras. “No nos presiones o no nos amenaces, Horacio”, lanzó. “Vos viviste en un país de violencia. Cuando terminó la dictadura yo tenía 13 años, por lo tanto vivimos en un país de libertad”. Dijo “juntos”, agradeció a la CIDH su presencia en el país y habló de no retroceder. Los integrantes de la Comisión, que llegaron al país invitados por el Gobierno para paliar su imagen en medio de las denuncias del movimiento de derechos humanos por los retrocesos en las políticas públicas de memoria, verdad y justicia, y con el primer plano de la detención ilegal de la dirigente indígena Milagro Sala, escucharon.
Verbitsky intentó decir que no habló de violencia, que la “violencia en este país se acabó en 1983”. Pero Garavano siguió. Hasta que las lágrimas caían por la cara de Clara Weinstein, de Madres de Plaza de Mayo, y su voz lo dejaron con la boca cerrada.
“¡Qué difícil es esto!”, dijo Clara, parada en ese salón del antiguo centro clandestino. “Con mi hijo hablo por todos. A él lo vienen a buscar un día, pero pasó lo mismo con otros, no supimos dónde se los llevaron, ni dónde estaban, si los mataron, no tenemos los cuerpos. Y después de todo esto, y de todos estos años, de todo lo que tuvimos que pasar padres, hermanos, familiares, ¡haber tenido una marcha del 2x1! ¿Qué les puedo decir? ¡¿Tenemos que tenerlos libres y estar peleando nuevamente?!”, preguntó. Todos en silencio. Clara siguió. “Realmente tenemos un dolor tremendo. Y esperamos que se olviden totalmente de esto porque no se los vamos a permitir. Nosotras, la Madres, que estamos nada más que con un pañuelito, no se los vamos a permitir. Ni eso, ni otras cosas que tendrán pensadas.”
El recorrido se inició temprano, a las 10, en los mismos espacios, ahora atravesados por historia, por el que otros integrantes de la CIDH visitaron el centro clandestino en 1979. La ESMA fue uno de los más de 700 lugares de detención ilegal del país. Como otros, había sido totalmente alterado para que aquella inspección no pudiera compararla con las denuncias que hacían los primeros sobrevivientes. Ese paso fundamental para la historia del país pero también para la historia de la Comisión, como dijo el propio Eguiguren en estos días, se repetió en este viaje. Con ese paso, la CIDH clausuró oficialmente su visita a Argentina.
“Nosotros sabíamos y sabemos lo que aquí pasó”, dijo Eguiguren en el final. “Pero qué distinto es verlo, caminarlo. Sólo quiero decir que siempre quise visitar este lugar, que no se olvide, que nunca, nunca se repita”. En esa línea, Paulo Abrão, actual Secretario Ejecutivo del organismo, dijo: “Para la CIDH visitar la ESMA, este edificio, es también un alimento para continuar con el trabajo de construir un sentido latinoamericano por una justicia internacional que condene los crímenes de lesa humanidad y reafirme su imprescriptibilidad”.
Cuando salía del Museo, Carlos Muñoz, un sobreviviente del centro clandestino, caminó hacia el actual edificio del Archivo Nacional de la Memoria donde iba a hacerse la conferencia de prensa poco después. Había concluido la semana de audiencias, antes y durante la cual el relator para la Argentina mantuvo contacto con integrantes del movimiento de derechos humanos y todo tipo de colectivos que acercaron denuncias sobre prisiones arbitrarias, el vaciamiento de los programas de investigación sobre archivos secretos y el aliento a distintas formas de impunidad. “En todo esto flota la imagen de Milagro Sala -dijo Carlos, mientras avanzaba–: así como en 1979 venían por nosotros, hoy están volviendo en realidad por la situación de los presos.”
La visita superpoblada por altos funcionarios de la Secretaría de Derechos Humanos de Nación, encabezados por Claudio Avruj, se extendió más de una hora. Eguiguren supo estar rodeado. En ocasiones por Avruj, en otras por Garavano. Las cámaras hacían lo suyo. Al recorrido también se sumó el secretario de Derechos Humanos bonaerense, Santiago Cantón, gestor en realidad de esta visita, y Jorge Taiana, ambos presentes en calidad de ex Secretarios Ejecutivos del organismo.
“Siempre digo que somos trabajadores de la memoria y que este Museo está abierto a todos los argentinos para que puedan venir a un espacio que es parte fundamental de la historia argentina y sienta un precedente para todos los pueblos del mundo”, dijo la directora del Museo Alejandra Naftal al recibirlos. “Este espacio que hoy es prueba en los juicios de lesa humanidad en Argentina es un lugar que denuncia que acá hubo un terrorismo de Estado, y es también una manifestación de que existe un piso de consenso social entre los argentinos. Ojalá mantengamos una política de Estado que es lo que hace a la defensa de los derechos humanos”.
El recorrido comenzó en la planta baja con una proyección de contexto histórico. Se sucedieron clips de imágenes de las políticas económicas, Martínez de Hoz, el dólar, la bicicleta financiera. Cantón tomó la palabra. “La visita fue el principio del fin de la dictadura”, explicó sobre el paso de la CIDH en 1979. Y en diálogo entre pasado y presente, dijo que la CIDH sorteó en ese momento tensiones internas en el organismo. “La visita mostró una independencia enorme de la Comisión para poder hacer los informes porque se hizo a pesar de que dos tercios de los integrantes de la OEA pertenecían a gobiernos militares. Los que estamos o pasamos por el organismo, sabemos que es una cosa difícil”. Pero el éxito, también dijo, tuvo que ver con la sociedad argentina, con “los familiares de las víctimas y de las organizaciones que se fueron formando alrededor”. “Cuando uno ve el Libro verde de la CIDH en la biblioteca, lo que encuentra es una explicación de la historia de Latinoamérica: a partir de 1973, hojas enteras de Chile y luego hojas de Argentina, cientos de líneas, más de cinco mil denuncias, cartas escritas a mano, con lo cual era imposible para la Comisión no hablar”.
Cantón leyó en voz alta una de esas cartas. Los invitados avanzaron. Alguien preguntó por un piso de madera cuarteada. Naftal dijo que hablan de las napas de agua, de un viejo edificio que se encuentra muy cerca del río. Pasaron al Hall central: el lugar del ex Casino que tal vez más habla sobre el enmascaramiento de la dictadura. Avruj observó. Garavano no había llegado. Naftal les dijo que cuando la Armada supo de la visita, hicieron las alteraciones más importantes que aún pueden verse en el edificio. “Vamos a ver varios cambios que tienen que ver con ese periodo”, explicó. Y entonces habló Muñoz. “Yo estaba acá cuando vino la Comisión –les dijo–, o mejor dicho, no estuve porque en esos días nos trasladaron a una isla del Tigre llamada El Silencio, propiedad de la Iglesia católica”.
Dos mujeres de la CIDH asintieron todo el tiempo, profundamente conmovidas. La más alta, Margarette May Macaulay vicepresidenta del organismo, oyó con traducción. La más baja, Esmeralda Arosemena de Troitiño, dijo estar conmocionada. Subieron. Recorrieron la zona de Capucha: el área de reclusión y permanencia de los detenidos. Eguiguren se paró varios minutos, en profundo silencio, a sentir las voces de los sobrevivientes en los juicios proyectadas en una pared. “Se dedicaban a patear la cabeza de los detenidos, eso era Capucha City”, decía el eco de la voz de uno de ellos, Martín Gras. Un funcionario apuró el paso. No había tiempo. Entraron al espacio de las embarazadas. Leyeron la carta de una de ellas en voz alta. Taiana comentó en uno de los pasillos que él mismo estaba entre los presos de Rawson hace 38 años para aquella visita de la CIDH, que su padre estaba detenido en Magdalena y su madre hacía la cola con otros familiares en la Avenida de Mayo. La visita siguió a las zonas de trabajo forzado. Bajó a la Casa de Chamorro. Entró al Sótano. Verbitsky habló de los vuelos de la muerte. De Adolfo Scilingo. De la confesión. “Algo parecido comienza a suceder ahora con los hijos de varios represores que se están agrupando para contar lo que sucedió con sus padres –explicó–. Hay casos conocidos y otros no conocidos aún”. Y agregó: “Están ocurriendo cosas como estas en la sociedad argentina mientras son ostensibles las actitudes para dar vuelta la página”.
Y entonces llegó el final. El Salón Dorado con una intervención que da cuenta del proceso de justicia con un juego de cuadros bajados, desde el Juicio a las Juntas hasta el presente. Taiana tradujo la metáfora de los cuadros. Cantón explicó el rol de la CIDH en el proceso de justicia al declarar violatorias a las leyes de impunidad. Habló Verbitsky. Habló Garavano. Habló Clara Weinstein. Y al final, Naftal volvió a hablar del piso de consensos de la sociedad argentina. Pronunció en voz alta “30 mil detenidos desaparecidos, presentes”.