El presidente argentino Alberto Fernández y su colega estadounidense Joe Biden pronunciaron sendos discursos ante sus respectivos Congresos. Ambos sucedieron tras vencer en las urnas a los ex mandatarios Mauricio Macri y Donald Trump, quienes desperdiciaron la oportunidad de ser reelectos que parecían tener al alcance de la mano.

Fernández viene de perder la elección de medio término. Biden (aseguran vaticinios variados) se apronta a ser derrotado en la que afrontará este año.

Macri y laderos enfrentan una acción penal por presuntos delitos cuando contrajeron la mayor deuda de la historia con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Acólitos de Trump están acusados de crímenes variados cometidos en la toma del Capitolio. A partir de ahí, terminan las simetrías y empiezan las diferencias. Grossas.

Recorrieron varios temas, el eje del discurso de Biden fue la guerra en Europa. El de Alberto Fernández, el Acuerdo con el FMI (en adelante “el Acuerdo”).

Los jueces de la Corte Suprema estadounidense entraron al recinto vestidos con togas y fueron aplaudidos. Los argentinos, trajeados, recibieron un rapapolvo rotundo. Pasemos a disparidades más rotundas,

La vicepresidenta de EEUU. Kamala Harris, ubicada estratégicamente detrás de Biden y en paralelo con la primera dama, aplaudió a rabiar a Biden, a menudo se puso de pie. Contraste nítido con la economía gestual de la vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner que es comidilla entre propios y ajenos.

Para Biden, como para tantos presidentes yanquis, la guerra es un problemazo que incuba una oportunidad para recrear liderazgo. Para AF un tremendo dolor de estómago, por usar eufemismos publicables. El segundo cisne negro de la gestión sumado a la pandemia. Potenciado en nuestra patria por la crisis económica colosal heredada del macrismo.

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Preludio e incertidumbres: Los silencios y los gestos sugestivos de Cristina, la ausencia del diputado Máximo Kirchner y del senador Oscar Parrilli retrataron las divisiones que tramita el Frente de Todos (FdT). El cuadro agrega neblina al escenario de la semana próxima.

Este cronista puede equivocarse pero no recuerda un proyecto importante (que no fueran cuestiones de conciencia que tradicionalmente habilitan “libertad de acción” de legisladores) con tamañas divisiones en el oficialismo y en la principal fuerza opositora.

Se escogió a Diputados como Cámara iniciadora, con buena técnica legislativa. Con exceso de prisa, el oficialismo ingresó un primer proyecto que empiojaba aún más (se subraya “aún”) el debate con un artículo primero “ómnibus” en un texto de cuatro. Ese artículo contenía, a su modo, toda la discusión. Desagregarlo toma en cuenta cuestionamientos de la opo (por una vez atendibles) y de la propia bancada. Deja más juego para una hipotética aprobación en general y un rechazo para el resto. No taaanto juego, ojo, porque los márgenes son exiguos e irrespirable la atmósfera.

La Casa Rosada aspira a un tratamiento veloz que comprenda la votación en Diputados a más tardar el viernes. Habrá que ver cuánto plafón hay, interno y externo.

El nuevo presidente del bloque oficialista Germán Martínez persevera y se empeña en facilitar presentismo. Convoca a sus compañeros de bancada a acercarse a la Ciudad Autónoma (CABA) en este fin de semana; “estar en zona” innova en jerga de taxistas. Puede que haya reuniones hoy mismo. Paliques de a uno sobran, para regalar.

La renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque detonó la crisis más severa de la coalición oficialista. La anterior, comparable en dimensión, ocurrió luego de la derrota en las Primarias Abiertas (PASO) con las renuncias del ala kirchnerista del Gabinete nacional, encabezada por el ministro de Interior Eduardo de Pedro, a las que se sumaron numerosos funcionarios de importantes empresas del Estado o reparticiones. La suturaron con un cambio parcial de Gabinete, quedan heridas sin cicatrizar aunque la sangría cesó, en cierta dosis.

La interna más grave, tal vez, es otra menos ruidosa aunque constante: la que resiente la gestión ejecutiva. El parcelamiento de ministerios o secretarias entre distintos integrantes de la coalición… un rebusque clásico, para nada inventado en 2019. Lo clásico no quita lo frustrante: suele funcionar mal, trabar el trabajo cotidiano, resentir la toma de decisiones, lentificar respuestas. El problema subsiste en muchos despachos, se palpa a diario. Dirimirlo en el contexto de una imprescindible renovación de “funcionarios que no funcionan” comporta un desafío para el presidente. Debería encararlo una vez resuelta “la contradicción principal”: la votación del Acuerdo. Tendría que ser agenda prioritaria para abril o para mayo. La cuestión queda fuera del radar ahora (por motivos prácticos evidentes) pero la polémica surgirá más pronto que tarde.

Reducción de daños, evitar votos en contra, discursos flamígeros o polémicas personalizadas tales las verdaderas consignas que trajina el infatigable Germán Martínez. La unanimidad, todo lo indica, luce imposible pero no hay razones para darla por perdida antes de la sesión.

Los conteos predictivos de porotos se dejan para artículos de compañeres que cubren el Congreso así como los detalles económicos finos quedan en manos de los periodistas de Economía de este diario.

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La interna menos pensada: La interna del FdT concuerda con malos momentos: la victoria cohesiona, la derrota centrifuga. La interna cambiemita va por un camino extraño. Conservaron la unidad en el trance más adverso, posterior a ser batidos en 2019. El llano es árido, expulsivo. Supieron evitar divisiones.

El Gobierno cooperó con una virtud y un defecto. El defecto consistió en carecer de operadores, de muñeca o de astucias para cooptar con medios lícitos dirigentes casquivanos, ninguneados o disconformes.

La virtud encierra una cruel paradoja. Alberto Fernández, honor al mérito, renunció a encarcelar opositores, a mantener “la doctrina Irurzun”, a dibujar causas y presionar a “arrepentidos”. El proceder democrático ahorró padecimientos injustos a la oposición, evitó instancias crueles, tensionantes al mango. La buena praxis "ayudó" a la unidad del adversario, a diferencia de lo que pasó en el período de Macri-

Como fuera, los cambiemitas atravesaron el erial hasta las elecciones del año pasado. Resucitaron ahí… e insólitamente escalaron la belicosidad intestina.

Se dejaron desconcertar por la “remontada” entre las PASO y las generales que si bien acortó distancias no anuló el resultado final, que les fue muy propicio.

Se endilga a sus principales cuadros haber apurado la disputa por la presidencia 2023: cenarse el almuerzo antes de que la mesa estuviera tendida. Algo de eso puede haber pero la “campaña permanente” es ineludible. El vicio consiste en despedazarse a la vista del todo el mundo, no en tomar posiciones.

En conjunto, los cambiemitas rechazaron el Presupuesto 2022, una tropelía institucional. La movida destituyente los encontró unidos, mientras cruzaban guantes en otros rings.

La sesión del martes teatralizó la conflictividad. Pura torpeza porque la escena era favorable: a la vista las ausencias ya mentadas, la coexistencia difícil entre Alberto y Cristina.

La compadrada berreta con la bandera de Ucrania no haría mella a la reputación cambiemita. Pero la salida de los parlamentarios de PRO sobre expuso la divergencia. Premeditada y torpe, quedaron en orsai.

El radical Facundo Manes sacó tajada del papelón, un ratito de fama. Manes es un caso peculiar. El relato de autoayuda y buenas ondas posiblemente sintonice con buena parte de la sociedad civil, más interesada en ganarse la vida y bajar el volumen “de la política” que en las querellas entre dirigentes. Componedor y hábil declarante, Manes rehúsa hablar (o tan siquiera aprender algo) sobre economía, procedimiento parlamentario o cualquier tema concreto. El otro día obtuvo breve ventaja, comparado con los impresentables gritones de PRO.

El correligionario Gerardo Morales recorre carriles más tradicionales. Es un hombre de partido, gobernador además, flojas credenciales democráticas: carcelero de Milagro Sala. El primer encarcelador cambiemita, le ganó de mano a Macri. Más allá de ese lastre, debe poner fichas a la gobernabilidad a que la anarquía no cope la escena. La realidad se empecina en ser compleja, dato a menudo ignorado en los quinchos, las redes sociales y los medios en esta etapa.

Macri sorprende por su resiliencia y su voluntad. Odia a su enemigo, no lo disimula. Minga de autocrítica pero se mantiene en la pista. El Jefe de Gobierno Horacio Rodriguez Larreta, dos años atrás, suponía que “Mauricio” (caprichoso, hasta malcriado) abandonaría la competencia: le erró fiero. El alcalde porteño sincera sus ambiciones de viva voz, tabula que cuenta con menos rechazos que Macri o que la exministra Patricia Bullrich. Y riega con pautas las avenidas de Corea del Centro. Menos “apolítico” que Manes, más sosegado en gestos (no en contenidos) que “Mauricio” o "Patricia”, proyecta que triunfará merced al peso específico de la Jefatura de Gobierno porteña que ya acunó dos presidentes... demasiados.

El apuro de todos, la carencia de un liderazgo, la rusticidad de los enfrentamientos, le patean en contra a los cambiemitas. Quedaron en pole position tras las elecciones de octubre, la conservan entre temblores.

El oficialismo necesita recobrar el favor popular lo que es inimaginable con los actuales indicadores de inflación, empleo, desigualdad, pobreza.

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Méritos, optimismo, promesas: Los cambiemitas crucifican al principal mérito del Acuerdo, la originalidad más fuerte. No contener metas concretas de política económica: reforma laboral, jubilatoria, reducción del gasto público, despidos de estatales.

El diputado Luciano Laspina brama: es una bomba que estallaría en 2023. No se comprende bien por qué. A Macri le bastaría con implementar las reformas derechosas a poco de asumir. Y hablar unos pocos minutos con el Fondo para postergar las vencimientos. Según sus palabras, habrían sido cinco en 2019. Ahora podría alcanzarle media hora…

El discurso del presidente subrayó el mérito, la ausencia de condicionalidades pro-ajuste. Es lógico compartir su punto de vista. Cuesta más acompañar el optimismo con que presenta el futuro inmediato. “La espada de Damocles” de la deuda, ay, sigue ahí. El “sendero” que Alberto y el equipo económico ven tan claro es sinuoso, plagado de acechanzas.

El Gobierno sabe que es necesario pagar la deuda interna pendiente desde la asunción. Confía en un crecimiento del PBI, por ahí un 6 por ciento. Cifra ambiciosa o hasta voluntarista, incluso antes de la invasión a Ucrania. El gasto social crecerá moderadamente aseguran AF y el ministro de Economía Martín Guzmán. La inflación aminorará. La obra pública, la industria y el crecimiento crearán empleo de calidad. Objetivos loables, el oficialismo entiende que se irán alcanzando. En alta proporción, como continuidad de la recuperación del año 2021.

Quien esto firma cree que esa continuidad eventual (y dificultosa) no alcanzaría; que son imprescindibles cambios cualitativos de políticas sociales y laborales. Redistribución de ingresos, de poder y hasta de esperanzas. Pulseadas con los poderes concentrados, con los que ganaron en términos absolutos y relativos con el macrismo, con la pandemia y solo miran la guerra para pedir que los alivien de pagar impuestos.

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Crisis sueca: El politólogo sueco que hace sus tesis de postgrado sobre la Argentina cayó en una profunda depresión. Estresado, superado por las circunstancias, pidió por primera vez volver a su país, poner fin a su investigación eterna e inconclusa. “Llevo 20 años acá, mando informes a cada rato. Me hastié de describir lo inexplicable. Renuncio a los honores, quiero volver a casa”. El Decano de Sociales de Estocolmo que solo le había pedido que le aclarara por qué baja el dólar blue en medio de la tormenta del mundo (la gota que rebalsó el vaso) dudó antes de responder.

Menos mal porque el politólogo retractó la renuncia. Bajo presión de su compañera de vida, la pelirroja kirchnerista que ahora es frente todista. “Mirá si vamos a ir a Suecia, que está a tiro de cañón… Tenemos que quedarnos acá a apoyar a Cristina y Alberto”. El politólogo, se sosiega, disipa dudas, se guarda preguntas o réplicas. Se reconcilian, circunstancia privada cuyos detalles no conciernen a esta columna.

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Intratables: La discusión política, en cualquier registro, derrapa hacia el simplismo, el maniqueísmo, la violencia. Una reflexión inteligente de la ministra de las Mujeres, Género y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, la convierte en blanco móvil de acusaciones insólitas, dignas de consumo irónico. Propone prescindir de simplismos, de alusiones escapistas a “manada” o bestialidad para explicar un abuso cometido por varios hombres… la acusan de defender a los acusados, de justificarlos, de absolverlos. Hasta le inician una denuncia penal. El ejemplo no desentona dentro de la mediocridad general.

La controversia sobre el Acuerdo o sobre cómo abordarlo legislativamente, crucial para el porvenir de los argentinos, se convierte en un menú indigerible, en un tema para iniciados. La indignación copa la parada. El panelismo pregna la cultura política.  La sesión del martes, rica en sucedidos, se resume en invectivas del diputado Fernando Iglesias o en compilados zonzos.

Explicar los alineamientos no es sencillo porque hay matices.  Al cierre de esta nota, en la tarde del sábado, se difunde un reportaje a Eduardo “Wado” de Pedro publicado en el diario español El País. El ministro, cuadro de La Cámpora, reivindica lo pactado porque “evita la catástrofe en la Argentina”.

Este cronista sigue pensando que la aprobación es el mal menor aunque sostiene las reservas respecto de las deudas el Gobierno prometió reparar.

Las historias continuará. Ojalá que los diputados encuentren el modo de abordar el proyecto sosteniendo convicciones y sin degradar al debate, a la gobernabilidad ni a la política. Habrá que ver.

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