Aparte de sus razones para intervenir en Ucrania, Putin es un desafío ideológico para los estándares del siglo XX. Conservador, pero antinazi. Capitalista a su manera.
El hecho de que la izquierda mundial lo apoye radica en su astuta y poderosa respuesta a la hegemonía económica y militar de Occidente. Plantarle cara a una arrogancia de varios siglos en nombre de la democracia y la libertad, no es poca cosa. Democracia y libertad que los países invadidos por las superpotencias occidentales nunca vieron. Todo lo contrario.
Al igual que en tiempos de la esclavitud, cuando los demócratas sureños de Estados Unidos le robaban territorios a México para expandir este sistema deshumanizador, se lo hacía siempre en nombre de la civilización y la libertad. Lo mismo ocurrió a partir de su abolición legal: a lo largo de todo el siglo XX, en nombre de la libertad y la democracia, se regaron por todos los continentes invasiones, golpes de Estado y dictaduras amigas. Más recientemente, la lucha por los Derechos Humanos se agregó al brevísimo menú de ideoléxicos positivos y, al mismo tiempo, criminales.
Si en Europa y Estados Unidos hubo algo de libertad, democracia y derechos humanos (bastante más que en las colonias y neocolonias amigas y funcionales a sus intereses económicos) no fue por ninguna de las brutales y arrogantes intervenciones militares y bloqueos económicos a países desalineados.
Bastaría con considerar que la guerra de Vietnam, “para proteger nuestras libertades” como repiten muchos en Estados Unidos, fue una costosa pero escandalosa derrota. Excepto en las películas y en el discurso social. Aparte de otro fiasco de la mayor potencia militar y de los millones de vietnamitas masacrados bajo 7.5 millones de toneladas de bombas y otras tantas toneladas de Agente Naranja, ningún estadounidense perdió ninguna “libertad”. Por el contrario, ganaron unas cuantas. Las únicas libertades concretas que fueron conquistadas, fueron el resultado de la lucha de los demonizados, antipatriotas activistas por los Derechos Civiles, como el socialista (shhh, don’t say it) Martin Luther King o el rebelde boxeador y antibelicista Mohammed Alí (“No iré a matar gente al otro lado del mundo; mis enemigos no son los vietnamitas sino ustedes, blancos opresores”).
En todos y cada uno de los casos en que Occidente ganó alguna nueva libertad (“igual-libertad”, no la libertad del esclavista para esclavizar al resto) fue por los demonizados movimientos de izquierda, las heroicas movilizaciones de los de abajo, cuyos logros fueron sistemáticamente secuestrados por los conservadores, cuando ya no había vuelta atrás o la reivindicación de volver atrás, a “los viejos buenos tiempos” de los conservadores tenía que esperar a que la propaganda de los de arriba, de los del centro, hiciera algún efecto en los de abajo, en los de la periferia.
Creo que esta lógica histórica explica las aparentes contradicciones ideológicas en un evento que ahora conmueve al mundo, como lo es la intervención militar de Rusia en Ucrania. Lo del principio: aparte de las razones de Putin para intervenir (la expansion de la OTAN, las matanzas en Donbass) el significado de la intervención posee profundas raíces históricas a nivel global y una señal de que nos aproximamos a la Trampa de Tucídides –-pero sobre esto ya nos hemos ocupado desde hace un par de décadas.