La cita nunca se inicia a la hora señalada. El encuentro comienza días, semanas, meses antes o en el mismo momento en que la banda anuncia, con gran anticipación, la fecha del concierto. Los fanáticos revuelven bolsillos, piensan la manera, buscan como moverse, organizarse y seguir la ruta señalada.
En cada recital no hay solo un recital, hay miles de vivencias que se enlazan: historias de vida, jóvenes, adultos, de la primera época y de la última. La Renga es, sin duda, la banda que hoy tiene la posta de lo rockero, lo popular y lo pagano.
El banquete que sirve la banda es compartido, porque el conjunto brinda y el público se brinda. La comunión está marcada a fuego. En las rutas, los encuentros, los asados, los romances, las bebidas, las parejas que vieron nacer su amor en alguna cita renguera. Toda esa es la escena hiperrealista que se genera en la previa de un show de La Renga, como un enorme lienzo que se dibuja con el fondo de la ciudad elegida.
En este caso, la banda de Mataderos, eligió nuevamente Salta, como lo había hecho en 2004, 2007, 2012 y 2015. Tres de las citas fueron en el microestadio Delmi y solo la de julio de 2007 fue en el estadio de Gimnasia y Tiro, donde con un frío polar, los fanáticos alcanzaron a entibiar la noche salteña. Aquella vez Chizzo lanzó una frase para el recuerdo: “Quisimos alquilar el Delmi para poder estar más cómodos, sin tanto frío, pero no nos dejaron. Espero que dejen vivir al rock en Salta, porque ustedes se merecen mucho más que esto”.
De la mano de aquellos fanáticos, el rock, al menos de abajo hacia arriba, siguió vivo en Salta. Aquí, testigos de aquellos shows, o primerizos en el banquete salteño, cuentan todo aquello que significa llegar.
Somos locales otra vez
Ana tiene 29 años. También le dicen Ani o “La Negra”. Da clases particulares de matemática y sigue a La Renga desde muy chica. Anoche fue una de los tantas y tantos que jugó de local, situación que lejos de ser motivo para imponer respeto al visitante, resulta un honor y al mismo tiempo una responsabilidad de recibir gente y brindarse para con todos los que necesiten una mano. Ese es el espíritu de la familia ‘renguera’.
“Me encanta que vuelvan siempre, porque he ido a recitales de La Renga en Salta y éramos un público reducido. La banda tranquilamente podría haber dicho ‘no vamos más, vamos solo a Tucumán’, por ejemplo, pero no, tocaron en Tucumán y también vinieron a Salta, y después volvió al norte e hizo Salta y Jujuy, también fueron al Trichaco... andá a saber qué le gusta a La Renga de Salta, pero por lo visto les encanta porque vuelven y vuelven, y nosotros somos felices. Como salteños nos sentimos re anfitriones y está bueno.”
Ani reconoce que su círculo íntimo de amistades está directamente relacionado con la banda. Los encuentros, los recitales, los viajes, las previas, generan aquellos lazos de hermandad: “La previa de los recitales tiene varios momentos. En este caso no se sabía la fecha, pero como la banda iba sacando temas nuevos entonces te das cuenta que va a haber recitales. Esa es la primera previa. Después cuando anuncian la fecha, la previa ya colma tu día a día, porque tenés que ver cuestiones de plata, ver como hacés con el laburo... hay familias enteras que programan todas sus vacaciones movidos pura y exclusivamente por la fecha del recital. Esa sería la etapa de planificación. Y la otra es cuando ya sabés que a la nochecita toca y bueno, es la más loca de todas, porque ahí estamos esperando que se apaguen las luces para que comience el show desde que abrimos los ojos… A esa previa, aunque a veces llegás cansado, sabés que vas a ver a la banda de tu vida y que todo va a estar bien. Entonces saber que hay un montón de gente movida por lo mismo, está bastante copado”.
Ani relata cómo días antes ya iba sintiendo el show. “El miércoles brindé con una amiga por el recital que se venía. El jueves salimos a la Balcarce a escuchar La Renga, a tomar una birra, a entrar en calor, y el viernes a la noche nos fuimos al autódromo donde la gente estaba llegando. A juntarnos, charlar y brindar con los de otros lugares”.
La previa de Villa San Antonio
Ariel vive en la popular Villa San Antonio. Reparte sus días vendiendo especias a la mañana y por la tarde limpia vidrios en la calle. Le brillan los ojos cuando habla de “la Villa” y de La Renga: “Este es un barrio muy querido, tiene mucha identidad. En mi cuadra siempre hubo murales de rock, sobre todo de La Renga, una banda que empecé a escuchar a los 12 años por influencia de mi viejo que me regaló una colección de rock nacional. Ahí me empezó a gustar y ya a los 14 me fui a Tucumán con mis amigos... mi viejo me dejó ir y desde ahí los seguí siempre”.
La previa, ese momento fundamental como parte indivisible del show, se vive entre amigos de antaño sobre la vereda de la casa de Ariel. “Acá estamos, haciendo un pollo al disco, y esto también tiene su historia, porque el cambio que hago en el semáforo, se lo doy a una pollería y de onda también me empezó a dar menudos y alitas. Todas esas bolsitas las fui juntando de a poco pensando en el recital de La Renga para poder ofrecer algo. Pedí en la verdulería también algo de cebolla, otros colaboraron con lo que tenían y así se completó el pollo al disco”.
Ariel comenta algo que es factor común en cada relato renguero, la confraternidad más allá de las situaciones sociales, económicas o geográficas de cada uno de los integrantes de la gran familia que conforman los seguidores de la banda: “Conozco gente desde que estudiaba una carrera universitaria hace 20 años. Gente de esa época que llegan de muchos lugares: de Jujuy, de Ledesma, de Santiago del Estero. Y, por ejemplo, ellos son profesionales, pero no hay una diferenciación social, nos vemos, hablamos, nos juntamos y todos somos iguales, lo que nos une es La Renga”.
El Norte Grande
Julio Bulacio forma parte de los “Lunáticos Viajantes de Tucumán”. Desde 2008 empezaron a organizar viajes para seguir a las bandas y ya en 2009 comenzaron a seguir a La Renga a todos los lugares donde tocó. Al principio eran apenas un puñado de fanáticos. Hoy, son 8 los micros que llegaron hasta Salta. Cerca de 500 personas movidas por la pasión renguera.
“Nosotros como organizadores vamos un poco contenidos hasta que llegamos allá, es una responsabilidad muy grande llevar a tanta gente. Así que nuestra diversión comienza cuando ya estamos todos bien, todos con sus entradas y la gente se distiende”, comenta Julio, quien no solo organiza, sino que también es fanático de la banda.
“En el viaje ya empieza la mística. El banquete comienza desde que subís al colectivo. Es una peregrinación, es una tradición muy grande. Inclusive todo esto empieza antes, cuando la banda pone la fecha, ahí empieza el ritual, la gente se organiza y así también empieza la manija que va creciendo... seguramente noches antes del recital más de uno no puede dormir”.
Los lunáticos viajantes acarrean tal cantidad de gente que tienen que alquilar lugares casi exclusivos para ellos. Con más de 500 personas viajando a Salta, esta no fue la excepción. “Siempre buscamos un predio, vemos qué lugares hay cercanos, y en esta ocasión nos recomendaron un lugar muy grande donde se hace equinoterapia. Nos comunicamos con el dueño y lo reservamos para nosotros, son como 10 hectáreas. Los colectivos van a llegar, ahí tenemos lugar para acomodarnos, comemos un asado y alrededor de las 6 de la tarde empezaremos a partir para la zona del autódromo”.
Gracias y por La Renga
Las anécdotas de aquellas locuras, encuentros o situaciones vividas gracias a seguir a la banda se multiplican exponencialmente. Parecieran ser incontables y al mismo tiempo, una puede ser más insólita o atrapante que la anterior.
Ani, la profe de matemática, cuenta: “Algo muy loco es que gracias a La Renga conocí personas de muchos lugares. Cada vez que hay un recital nos juntamos todas, somos muchas mujeres. Cada vez que nos cruzamos es un escándalo por la emoción… llega una y nos abrazamos, gritamos, nos encontramos todas con nuestros distintos acentos, es algo hermoso. Hay chicas de La Pampa, de Rosario, de Catamarca, de Córdoba, de muchos barrios de Buenos Aires, Pompeya, Lomas de Zamora, Gerli y nosotras de Salta. Muchas ya siguen a la banda con su familia”. La Negra agrega: “Al día de hoy nos seguimos encontrando y si pegamos un grito, sabemos que siempre encontramos alguna para darnos una mano”.
En tanto que Ariel, el vecino de Villa San Antonio, pareciera repasar en su cabeza las miles de anécdotas para encontrar cual relatar. “En el tiempo en que éramos estudiantes, con un amigo que todavía tengo de Ledesma, estudiábamos escribanía, y nos fuimos caminando a Santiago del Estero a ver a La Renga… es que empezamos a dedo pero nos dejaron en medio de Tucumán y bueno, seguimos caminando. En el medio de la nada, cerca de la frontera con Santiago que no hay nada, solo algún que otro rancho, por ahí andábamos. Caminamos desde las 4 de la tarde hasta las 9 de la mañana, casi un día entero... hasta me corrió un chancho en el medio de la oscuridad”, comenta entre carcajadas y agrega: “por suerte desde el límite de Santiago nos llevaron hasta Las Termas y así fuimos llegando”.
“Historias hay miles gracias a La Renga. Conocí Uruguay, Chile y hasta nos fuimos a México siguiendo a la banda. Y de ahí sale la anécdota más grande que tengo cuando conocí al Diego”, cuenta entre risas de felicidad, Julio, el lunático viajante.
La historia cuenta que mientras pasaban unos días de turismo antes del show, fueron a conocer el Estadio Azteca. “Ahí mismo me cruzo con un pibe mexicano fanático del fútbol que me dice ‘Julio, mañana juegan los Dorados de Sinaloa la final por el ascenso’. Así que sin pensarlo sacamos unos pasajes y nos fuimos a Sinaloa a ver al equipo del Diego. Resulta que después del partido, cuando justo sale Maradona del vestuario, entre la marea de periodistas, yo quería que me vea y no sabía como llamarle la atención, así que le grito, ‘Diego, volvemos...’ el tipo escuchó la tonada y me ve haciendo el signo de los dedos en V, levanta la mirada y dice ‘pibe, vení vos...’, me abro paso entre todos, me acerco, me da dos cachetadas y me dice: 'no volvemos, nunca nos fuimos', me da un beso, un abrazo, nos sacamos una foto, me firma la camiseta, me firma el brazo, que me lo tatué, una locura todo... Y la anécdota fue tan tremenda que les llegó a oídos de los pibes de La Renga que me llamaron para que les cuente la historia. Y cada vez que nos cruzamos me piden que se las cuente a otros... Todo eso que me pasó, es gracias a La Renga”.
La banda del orillero barrio de Mataderos en la ciudad de Buenos Aires, lleva 33 años de rock ininterrumpido. Sin embargo, su mística no son solo acordes y potentes letras. Logró en este camino construir una mística, un sentido de comunión y comunidad que trasciende generaciones y geografías.
“Mi canto ya tiene otras bocas y ya nadie lo puede parar”, dice una de las letras de La Renga y pareciera que no existe mejor definición que esa.
El banquete está servido una vez más, una cena compartida entre miles y miles que este fin de semana se acercaron a Salta.