Hace apenas unos años, y producto del recrudecimiento de la crisis climática, se ha instalado en la opinión pública mundial, la necesidad de debatir sobre la sustentabilidad. No obstante, dentro de círculos más cerrados y de menos circulación, el tema tiene una larga historia de discusión y el mundo empresarial de la minería, no ha sido la excepción.
Desde 1999, a través del Consejo Mundial Empresarial para el Desarrollo Sustentable, nueve de las mayores empresas transnacionales mineras encargaron al Instituto Internacional para el Medio Ambiente y Desarrollo, el programa “Mining, Minerals and Sustainable Development” (MMSD); con el objetivo de enfrentar los nuevos contextos en que se desarrollaría la actividad.
En 2002, el programa MMSD, recomendó a las empresas del sector, que era necesario un “cambio cultural”, que debían construir un nuevo modelo discursivo y un lenguaje común. Este cambio, fue conocido en el mundo de la minería como “el enfoque MMSD”, y fue recomendando y publicitado en múltiples cumbres internacionales del sector, especialmente en Resoursing Future, la conferencia global de 2002 en Toronto, Canadá. El informe publicado ese año bajo el título “Abriendo brechas. Reporte final”, contaba específicamente con una línea de acción y un enfoque particular para la actividad en América del Sur[1].
De acuerdo a la concepción de estos grupos y sus documentos publicados, la “minería sustentable” es un paquete discursivo que contiene tres variables. En primer lugar, crecimiento económico; en segundo, protección ambiental, y tercero, equidad social. El orden de las variables lejos de ser aleatorio, está, obviamente, configurado por orden de importancia. Además de estas tres variables, propusieron una filosofía de comunicación, que sería la base del imaginario de la “Minería Sustentable”.
Lo principal e “innovador”, de esta filosofía de la comunicación, fue que los nuevos discursos sobre minería, ya no debían estar destinados a los propios empresarios, ni a los inversores, sino a la comunidad exterior al negocio. El cambio cultural, debía empezar por hablar a otros sectores sociales (el Estado local, Sociedad Civil (Ongs) y actores de impacto directo (las comunidades afectadas en sus territorios)). Y ese “hablarles” significaba elaborar un lenguaje de dominio cultural que le diera legitimidad a la minería en un contexto creciente de denuncias y conflictos. Para esta iniciativa, las empresas apelaron como principal recurso a lo que hoy se conoce como “Think Tank”; a saber, grupos de pensamiento e investigación al servicio de un interés corporativo o de lobby político. Estos grupos, apoyados en instituciones científicas, empezaron a construir ideas y discursos bajo el eje de “cuidar el ambiente para el desarrollo” (nótese la prioridad en la formula). Producto de estos primeros años de cambio de paradigma empresarial, podemos mencionar la hoy famosa “Responsabilidad Social Empresarial” que ha ido mutando hasta nuestros días bajo las formas de “Buenas prácticas empresariales” “Gestión social de la minería”, “Relaciones comunitarias”, etc.
En resumen, a partir de fines de los '90, las transnacionales del sector minero, se pusieron a la tarea (millonaria tarea) de construir un lenguaje común que les permitiera confrontar contra los discursos sociales ambientales. Así fue que organizaron toda una “filosofía del diálogo”, no para buscar un desarrollo sustentable, sino para garantizar la coexistencia del desarrollo minero dentro de un lenguaje de sustentabilidad y responsabilidad, a pesar de los discursos y resistencias que provenían de las alarmas climáticas. Vale la pena, citar, aunque sea uno de los principios de esta ideología empresarial. Por ejemplo, al hablar de estrategias corporativas, señalaban como prioritario operar como un funcionamiento inclusivo-integrador, con modalidades persuasivo-seductoras, para convertir la capitalización de la naturaleza y el interés corporativo en un factor de “desarrollo humano”.
Es decir, las empresas señalaban que debían convencernos que, su interés corporativo, es clave para el desarrollo de todos. Y peor aún, que si las empresas ganan, que si la naturaleza se capitaliza, eso significa “desarrollo humano”. Este tipo de conversión y trastrocamiento del discurso, es clave para entender, cómo en un mundo donde se insiste en que debemos dejar de explotar la naturaleza, debemos dejar de empujar los limites planetarios a un punto de no retorno, las empresas, puede seguir profundizando el extractivismo con discursos “verdes” y de “desarrollo sustentable”.
A su vez, esta “filosofía del diálogo”, que señalaba como fundamental incluir a todos los grupos de interés en la interlocución, se basa en una falsa premisa de igualdad de poder a la hora de entablar dicha conversación. Se trata de una estrategia que camufla las enormes e innegables diferencias de poder entre sectores, proponiendo un ficticio escenario de igualdad en la negociación y análisis de los proyectos. Esta posición fue convenientemente reforzada con la idea de que aquel que no dialogaba, se oponía al futuro, aquel que no dialogaba, no participaba de la democracia (del mercado). Como experiencia, podemos remitirnos a los intentos de negociación que realizó Lucía Corpacci con Livent por el pago de canon de agua en Antofagasta. Fue una clara muestra, de que ni siquiera los gobiernos locales pro-mineros, adulados y embelesados por viajes y más viajes a Canadá, tienen poder real de negociación cuando de pagar se trata.
Bajo este marco, es que debe entenderse como funcionan las tres variables del discurso sustentable de la minería. En primer término, la idea es garantizar la continuidad y profundización de la capitalización de la naturaleza y el aumento de las ganancias. Para sostener este objetivo, es que aparece la segunda estrategia de apaciguar y mitigar las obvias consecuencias climáticas, a través de ceder espacios de protección ambiental. Esta estrategia es la que más se está utilizando en la puna argentina. Equipos interdisciplinarios financiados por empresas y ongs, se instalan con discursos de preocupación y cuidado del territorio en las futuras zonas de sacrificio, para convencer a la población de “la importancia de cuidar el territorio y señalar estas áreas protegidas”. Una vez que la comunidad acepta, las empresas empiezan su trabajo de explotación y de manera deliberada y sin consecuencia alguna, avanzan sobre esas áreas, violando los propios convenios que por debajo de la mesa han financiado. Esta es una descripción exacta de lo que sucede hoy en Fiambala con el proyecto Tres Quebradas. Es la misma empresa Liex, quien reconoció avanzar sobre un área de protección ambiental, tal como consta en su IIA de 2016 de Etapa de Exploración en la página 39, en el apartado, justamente de “Áreas Protegidas”: “El sitio de exploración, se enmarca en el sitio Ramsar “Lagunas Altoandinas y Puneñas de Catamarca”2, (Figura 14). La designación como Sitio Ramsar a los humedales altoandinos, bajo la denominación “Lagunas Altoandinas y Puneñas de Catamarca”, no implica que no pueda desarrollarse la actividad minera”[2]. Un sitio Ramsar es un humedal designado como de importancia internacional bajo el Convenio de Ramsar, un tratado ambiental intergubernamental establecido en 1971 por la UNESCO, que entró en vigor en 1975, y que señala estos lugares como de vital importancia para el clima por su biodiversidad e importancia ecosistémica. Si Liex quisiera tener una “minería sustentable”, lo que mínimamente debería hacer, es no explotar un Sitio Ramsar. Lo mismo vale para el Gobierno cuyo discurso de “control” de las empresas y cuidado del ambiente da muestras de ser pura palabras al viento.
Finalmente queda la tercera variable, que es la de menor interés para las empresas, la equidad social. Para este objetivo, la modalidad ha sido la de intervenir de manera contundente en la sostenibilidad económico de los Estados locales. La vieja estrategia de generar dependencia económica y desde allí, sustraer y corroer la autonomía y la capacidad de decisión. Catamarca, para qué insistir, sigue siendo la mejor prueba viva, de que ni la vieja Megaminería (que no contaminaba) ni la actual “Minería Sustentable”, pueden demostrar ningún margen de mejora, crecimiento o progreso. Ni mucho menos, pueden soportar la comparación de los niveles de maximización de ganancias privadas (miles de billones de dólares anuales) con “ganancias” locales (una ruta o un puente, que de manera indirecta sirve también a las mineras).
¿Qué significa “sustentabilidad”?
Más allá de denunciar los efectos devastadores de la mega minería, mas allá de los posicionamientos en contra de la actividad, mas allá de los pueblos que en su plena autonomía no quieran (o quieran) tener megaminería (de oro o litio), es muy importante, en el actual contexto dramático que vivimos, entender que no se trata de decir que el concepto de minería sustentable es mentira, sino entender que cuando las empresas hablan de sustentabilidad, no están hablando de la sustentabilidad del ambiente y nuestras vidas, sino de la sustentabilidad del negocio y la actividad, en un contexto de crisis climática y crecimiento de los conflictos socio-ambientales. Para Livent y Agua Rica, minería sustentable, significa, profundización e intensificación de las ganancias a costa de un daño ambiental “controlado”, sin redistribución económica ni equidad social, pero con “derrame capitalista”. Por eso, nunca las empresas van a poder hablar de “Extractivismo Sustentable” o de “Explotación sustentable”, o de “Modelo primario de exportación de materias primas sustentable”. Porque su paradigma de sustentabilidad no cuestiona los fundamentos económicos-mercantiles (capitalistas) de la destrucción de la naturaleza. En el universo ideológico de las empresas, no existe la posibilidad de que la actividad pueda, siquiera, ir un poco más lento. Los conceptos de crecimiento económico, maximización de la ganancia, intensificación de la producción, oportunidad de desarrollo, capitalización de la naturaleza, inclusión de la comunidad, protección ambiental, responsabilidad social empresarial, etc.; son todos conceptos construidos en una filosofía que busca garantizar la sustentabilidad de la minería, no del ambiente. Son todos conceptos y discursos, incompatibles con la idea de sustentabilidad de la naturaleza y la vida local.
[1] Esta breve reconstrucción ha sido elaborada en distintas investigaciones por Mirta Alejandra Antonelli, especialmente en, “Minería transnacional y dispositivos de intervención en la cultura. La gestión del paradigma hegemónico de la “minería responsable y desarrollo sustentable”.
[2]Se puede consultar aquí: https://liex.com.ar/informes/IIA_3Q_Junio_2016.pdf
*Docente e investigador.