No solo nos dejan perplejos las imágenes de los bombardeos del Estado ruso sobre diversas latitudes de Ucrania sino también el despliegue de las tropas y milicias alentadas por el Estado ucraniano fanatizadas por el nacionalismo.

En efecto, la barbarie de la guerra se manifiesta de diversas maneras.

Impactan sin duda alguna las imágenes que llegan de la contienda bélica en Ucrania.

Impacta el desamparo de miles de mujeres y hombres de las más diversas edades huyendo por las calles de ciudades devastadas. Todas las miserias emergen con las guerras explícitas.

El terror artillado, el desarraigo de miles de personas y también la emergencia del racismo y la xenofobia.

No menos tenebrosas fueron las escenas en estaciones ferroviarias donde hubo tumultos y grescas por impedir subir a los trenes a personas de origen asiático y africanos. Las porras policiales se abatieron sobre esos cuerpos ferozmente.

Las guerras dejan al desnudo la barbarie capitalista en toda su magnitud.

Impactan también las imágenes de algunos barrios de Los Angeles, en Estados Unidos de Norteamérica, con personas que transcurren a diario sus vidas a la intemperie. Las caravanas de migrantes que partiendo de Centroamérica avanzan esquivando la muerte hacia el norte del continente. Las migraciones en diversos países de Africa motivadas también por guerras y hambrunas. Los periódicos naufragios de quienes buscan alcanzar las costas de Europa y perecen en los mares.

En estos días vienen a mi recuerdo los testimonios posteriores al desastre de la central nuclear de Chernobyl que supo recoger Svetlana Alexievich en su libro Voces de Chernobyl y también en La guerra no tiene cara de mujer.

Además evocamos a Vasili Grossman, de origen ucraniano, y su gesta como periodista durante la Segunda Guerra Mundial contando los horrores del nazismo y del stalinismo.

En Vida y destino, Grossman dejó plasmados los testimonios del horror. Esta novela, una de las más importantes del siglo XX, queda de manifiesto cómo el militarismo destruye vidas.

Los rostros sufrientes de mujeres, hombres, niñas y niños, ancianas y ancianos tienen nombres diversos en las diferentes latitudes del mundo, pero tienen un común de denominador: padecer la barbarie capitalista.

Entre tanto los banqueros y mercaderes de la muerte continúan su festín y el plan de exterminio global de población que los tecnoburócratas y macropoderes consideran población supernumeraria no cesa.

El capital sigue triturando vidas.

 

Carlos A. Solero