Pensar el cine es tarea siempre urgente, entre otras cuestiones por las reflexiones que llevan a alumbrar las aristas de un paisaje audiovisual expansivo, complejo y cambiante. En este sentido, la escritura de Gustavo Galuppo Alives se revela indisociable de su cine. De igual manera sucede con su tarea docente, siendo como es –a partir de una serie de talleres– el germen de su libro más reciente. “Estas tres líneas están íntimamente ligadas, son parte de un mismo proceso y se retroalimentan, porque si bien el foco es siempre lo mismo, me permiten abordarlo desde perspectivas y herramientas totalmente distintas. Son tres facetas que no puedo disociar”, dice Galuppo Alives a Rosario/12. Su libro Después de Godard. La legitimidad de lo incierto (CG Editorial), se presentará el próximo jueves a las 19 en el Espacio Cultural de CG Editorial (Mendoza 1184, of. 2), junto al estreno del video Para no gritar, realizado junto con Carolina Rímini, y un conversatorio entre el autor y el realizador Pablo Romano.
Después de Godard integra la colección Estación Cine (es su número 29), que dirige Sergio Luis Fuster, y es el título encargado de inaugurar la “Serie Filosofía y Cine”. Como se sabe, entre la filosofía y Godard hay una relación concomitante, pero no se trata aquí de un libro dedicado al cineasta, sino de una serie de aperturas suscitadas en torno a ese camino que su cine –o ciertos cines– todavía prometen. “La figura de Godard parte aguas en el cine, no sólo en determinado momento sino en cada una de sus apariciones. Me gusta pensarlo como punto de partida, no tanto por la importancia de su obra sino por todo lo que su obra permite. Éste es el punto de partida de los tres ensayos del libro, rescatando además la reunión entre Godard y Anne-Marie Miéville, su pareja creativa en los años ‘70, que para mí es importantísima y a veces queda opacada. Por eso, el título ‘Después de Godard’ intenta pensarse como lo que deja la obra de Godard y Miéville, lo que permite pensar. En un momento como éste, de incertidumbre y horizontes un poco difusos, me parece que ese cine tiene esta generosidad, la de pensar un después, porque habilita a pensar permanentemente la imagen, para también un poco liberarla: hacia otros horizontes, hacia una imagen que aún no existe”, comenta el escritor y realizador.
-Tu primer libro se llama, justamente, El cine como promesa (2018, Sans Soleil).
-Esta idea del cine por hacerse es un motor fundamental, me parece una idea muy rica, fecunda y potente, para pensar que hay mucho más cine, que no existe; para pensar incluso que las películas que vemos son siempre un elemento para pensar otra cosa, que no está hecha; como una movilización permanente de las posibilidades de la imagen y del pensamiento. Esto no va en desmedro de lo hecho, sino de pensar lo hecho como una posibilidad de seguir pensando, de seguir expandiendo –diría– incluso el cine. Creo que eso en Godard estuvo presente siempre, al hacer resurgir las imágenes, al repensarlas, rehacerlas y volver a postularlas, para abrirlas y no cerrarlas en otro significado o interpretación. Eso supone siempre una expansión permanente. Así, el cine no se termina nunca, tiene infinidad de posibilidades, porque cada película permite pensar en películas no hechas. A veces me resisto en los textos a graficar con ejemplos y me gusta hablar más en abstracto, porque el ejemplo funciona un poco de manera reduccionista. En realidad, me parece que la escritura y el pensamiento a partir del cine permiten pensar en otra cosa, no sólo en lo hecho. La continua movilización del pensamiento tiene que ver con la idea presente en las promesas del cine, algo que ya estaba en aquel primer libro, pero que en realidad tomo de un texto de Alain Badiou, donde plantea que el cine debe trabajar con el mundo como materia y por tanto tiene que hacerlo con lo peor, con las injusticias, la violencia y las desigualdades; la gran promesa del cine es que ni aun la peor de las injusticias ni la peor de las violencias pueden detener el pensamiento. Me parece muy hermosa esa idea, la del cine como movilización del pensamiento, de otro mundo mejor. Badiou dice que incluso por eso amamos el cine.
-Para hacerlo, habría que desprenderse de ciertos supuestos o categorías preconcebidas, tal como dejás entender en el libro.
-Algo con lo que estuve en determinado momento inmerso y luego me peleé es con las teorías cinematográficas más institucionalizadas. Desde chico leí mucha teoría de cine, pero al descubrir y relacionarme con las corrientes experimentales me encontré con un escollo grande, que no logré resolver durante mucho tiempo. Esa teoría no me servía para nada. No podía compartir mi gusto por estas obras a partir de todo lo aprendido en la teoría del cine. Ahí se me empezó a plantear que estos conceptos eran muy restrictivos, porque servían sólo para pensar determinadas formas del cine y dejaban afueras otras. Hasta que un colega y amigo me dice: “Pará, vos estás hace años equivocado, no tenés que leer teoría del cine, leé filosofía”. De esa manera, empecé a encontrar, con mucha libertad, conceptos que podía trasladar desde la filosofía al cine, que me servían como herramientas para pensar estas obras, ahora desde otros conceptos y categorías, que no venían ya desde lo institucionalizado como cinematográfico.
La presentación del jueves incluye el estreno del video Para no gritar, realizado junto con Carolina Rímini (dupla responsable de trabajos notables como Binaria y Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad). Según Galuppo Alives, “los videos que he hecho solo y los que he hecho con Carolina están realizados a partir de descubrir, un poco sobre la marcha, qué es lo que buscamos. A veces es más conflictivo, porque somos dos personas con interrogantes y objetivos distintos, y desde un proceso de búsqueda de algo que no sabemos exactamente qué es. Rescatamos los procesos, a veces inacabados o inciertos, y no la cosa ya cristalizada. En este caso, Para no gritar es breve y bastante singular, parte de una única imagen, intervenida: la imagen final de Pickpocket, de Robert Bresson”.