Después de tantos años de lucha y de salir a las calles a gritar «¡Paren de matarnos! ¡Paren de violarnos!», parece mentira que cada vez que se acerca el #8M, esta fecha tan simbólica e importante, suceda algún hecho aberrante que reafirma las violencias que venimos denunciando y la necesidad de políticas públicas y de un Estado presente.
El año pasado fue el caso de Úrsula, una nena de 17 años asesinada de 13 puñaladas por su novio policía. Este año, una violación grupal en el barrio de Palermo realizada por seis hombres a plena luz del día. Toda la semana escuchamos y vimos una sociedad horrorizada con este episodio, porque no pasó en un pueblo perdido del interior del país, sino en uno de los barrios más top y concurridos de la Ciudad de Buenos Aires y a la vista de todo el mundo.
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Es decir, sorprende porque sucedió en Palermo. Hace casi dos años que escribo esta columna semanalmente. ¿Saben sobre cuántos femicidios, transfemicidos y violaciones tuve que escribir? La sola mención ni siquiera representa la realidad, ya que según los diferentes observatorios para la mujer, el número de crímenes que no se denuncian es mucho más alto que el de los que salen a la luz.
Sentí mucha vergüenza al ver diferentes referentes de partidos políticos que, tratando de sacar alguna ventaja, se horrorizaban con los tuits de la ministra Elizabeth Gómez Alcorta, dando clases sobre lo correcto y sobre la violencia, cuando todxs sabemos por sus conductas y declaraciones públicas que desprecian los derechos humanos. ¿Con qué cara lo hacen? ¿Por qué callan cuando su compañero de banca, el diputado Fernando Iglesias, es violento y ofensivo con las mujeres? ¿O esa violencia no cuenta?
Esto no es algo reciente: hace siglos las mujeres somos violadas y asesinadas. ¿Saben por qué? Porque no tiene consecuencia, son pocas las condenas y además esta «Justicia» parece hacerle honor a la sociedad injusta y patriarcal que enseña a los varones sobre cuál es el lugar o cuál es el derecho que tienen sobre nosotras. Esta estructura tan bien madurada y ejecutada durante siglos les hizo la idea a unos cuantos de que les pertenecemos, que somos de ellos. Incluso desde algo tan ingenuo como llevar un apellido: era una práctica totalmente aceptada y no cuestionada que las mujeres fueran nombradas con el apellido de su marido junto con la preposición «de». Ese «de» posesivo que la ponía en la misma situación que el resto del patrimonio del hombre. Nosotras les pertenecíamos.
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El costo que tiene este aprendizaje lo vemos en situaciones como la reciente: no son enfermos, son varones socializados en esta sociedad y esto implica que todxs tenemos que comprometernos. Por supuesto que hay hombres que no tienen estas conductas y que son una minoría quienes llegan a este extremo. Las generalizaciones siempre son complejas, pero hasta que logremos ese cambio cultural profundo, nosotras vamos a tener que seguir aprendiendo o incorporando estrategias de supervivencia, que es lo que hacemos desde que somos muy chicas. Es lo que nos enseñaron nuestras madres, abuelas, hermanas mayores, tías o las amigas para cuidarnos mutuamente.
Es un momento histórico a nivel mundial, ¡es ahora! Es muy importante pensar de qué manera podemos entre todxs acelerar esta transformación y la deconstrucción masculina y patriarcal. Hasta que todxs lxs estudiantes del país tengan verdadero acceso a la ESI, hasta que se implemente efectivamente la ley que la regula y, lo que es más importante, sus contenidos no formen parte de la educación que se transmite en los hogares, en los modelos parentales que ven nuestrxs niñxs, no parece un objetivo tan cercano.
Hace años nos venimos organizando, salimos a las calles y pedimos ser escuchadas. Que esta violación que conmovió tanto a la opinión pública no sea una más, que este debate no se tape con otra noticia y la semana que viene nos olvidemos.
La pregunta la formulo para todxs: ¿qué pensamos hacer como sociedad para cambiar las cosas?
A las mujeres y disidencias les digo: durante siglos nos hicieron creer que no valía nuestra palabra, no valía nuestra integridad física, no valía nuestra vida. Es hora de cambiar la historia para siempre por nuestras hijas y por las que vendrán.
¡Que arda todo!