A Bernardo Monk se lo identifica por su tango vanguardista y por sus búsquedas jazzeras, pero no tanto por su vínculo con Carlos Gardel. Sin embargo, es justamente al gran cantor –y gestor, productor, cancionista y largo etcétera- a quien dedica su flamante disco Mago, viaje al universo de Gardel. Con Mago, Monk revela la influencia temprana que la voz del Zorzal Criollo ejerció sobre él. Curiosamente, y a diferencia de tantos otros discos que homenajean a Gardel, en este el saxofonista propone un disco enteramente instrumental con clásicos como “Volver”, “Lejana tierra mía”, “Golondrinas” o “Mi Buenos Aires querido”.
Este movimiento resulta un gesto más que interesante y suena casi a pregunta para sus colegas: si el Morocho del Abasto, efectivamente, “cada día canta mejor”, ¿no le va a la zaga cualquier homenaje cantado? ¿No es forzar comparaciones? Por eso, durante buena parte del disco son los saxos de Monk quienes toman el rol de la voz cantante.
Además de darle su particular textura al sonido de la orquesta, con el saxo de Monk sus versiones son dulces, sin estridencias, y fluyen con naturalidad, como un muchacho que camina por el barrio silbando su melodía favorita. Así, más allá del propio Zorzal, brilla el genio de Le Pera, la parte indispensable para que Carlitos fuera Gardel.
Más allá del saxo, la Orquesta tiene una formación típica de piano (Adrián Enríquez), contrabajo (Martín Wainer), dos violines (Guillermo Rubino y Juan Bautista Bringas), otros tantos fueyes (Daniel Ruggiero y Emiliano Guerrero) y un violoncello (Paula Pomeraniec). Como el protagonismo lo toma el saxo, en general sus filas asumen los diversos roles de acompañamiento, construyendo capas armónicas de fondo y ofreciendo el contexto para que se luzcan los fraseos de Monk y sus yeites jazzeros. Pero eso no impide que, cuando el saxo se queda “sin letra” y deja lugar a la orquesta, los músicos salgan con todo.
Monk asegura que el disco es una forma particular de viajar a su propia niñez, cuando un compilado de grandes éxitos de Gardel arrullaba su sueño. Quizá por eso sus versiones son engañosamente simples. En realidad están despojadas de ornamentos innecesarios y los arreglos están destinados a reflejar lo mejor de las obras originales y lo más logrado de la ejecución de los intérpretes de la orquesta. De nuevo, las melodías que “canta” el saxo, son más bien fraseos esenciales, como si alguien tarareara canciones eternas.
En ese sentido, el mismo título del disco opera como gesto. Un mago en el sentido moderno es, también, un ilusionista, alguien que recrea en sus espectadores la sensación de maravilla. ¿No hacía eso mismo Gardel, acaso? Monk y su orquesta también lo logran.