¿Cuánto tiene de realidad y cuánto de ficción que el arreglo con el Fondo es la clave absoluta de presente y futuro?

Se acercan horas de decisiones y son bienvenidas, porque la necesidad y riqueza de los debates tienen el límite de no ser paralizantes cuando se trata, como ahora, de definiciones institucionales.

Hablamos del ámbito “político” y no de la inmensa mayoría de la sociedad, que tiene sufrimientos y preocupaciones infinitamente más acuciantes que las transas de cómo se redacta el articulado del acuerdo con el FMI. O el espectáculo de enviarse mensajes a través de tales o cuales muecas u operetas de prensa.

Lo que se espera en “la calle” es esa definición de fortaleza política que solamente el Gobierno puede determinar. Y se liga a cómo marchará la lucha contra la inflación. No a los vericuetos del acuerdo con el Fondo.

De las franjas opositoras y de sus medios no cabe esperar nada que no sea el indignómetro. Eso abarca a la oposición social.

Es el Gobierno quien decide con qué armas se enfrentará a ese medidor contra el que va perdiendo.

El discurso presidencial ante la Asamblea Legislativa ratificó la voluntad de que no habrá ajuste para quienes menos tienen ni contra la clase media.

Nadie termina de creerlo, diríase, no tanto porque los números no cierren o no vayan a cerrar, sino porque está en duda -o, peor, porque están claras las diferencias internas- que haya la fuerza política para imponer condiciones.

La sensación no llega a ser la de un frente gobernante partido al medio, pero sí es que sus serias disidencias le impiden eficacia al momento de gestionar.

Con esa atmósfera, si no imposible, es improbable que la lucha contra la inflación -padre, madre y toda la familia de todas las batallas mientras sólo se mira al acuerdo con el Fondo- dé positivo.

No hay confianza popular que pueda alcanzarse si el Presidente no ofrece una imagen robusta, y con respaldo básico desde la líder que lo llevó a su sitial.

La parte (más) real de la influencia del acuerdo es que su única alternativa es el default, no por haberse instaurado así desde el posibilismo sino porque técnicamente no existe otra.

Y la parte ficticia es que todos son conscientes de que, a corto/mediano/largo plazo, habrá que volver a sentarse para reestructurar o refinanciar lo que fuere.

Si algo faltaba para corroborarlo, llegó la guerra en Ucrania y una tensión mundial que, virtualmente, convierten en fantasía las previsiones del croquis de acuerdo con el FMI.

Entonces, ¿no es más “sencillo” asumir la ficción, sacarse de encima la coyuntura fondomonetarista, arreglar como si se tratara de que el arreglo será cumplido, y mientras tanto dedicarse a con cuáles herramientas de creación de trabajo, producción, recaudación y distribución se llegará a 2023 como para que Drácula carezca de posibilidades de éxito?

¿A dónde va esta puja intestina del Frente de Todos?

Corresponden entonces ciertas líneas para un tema que este espacio periodístico ha obviado, mayormente, desde que, a comienzos de febrero, se inició el tramo decisivo de las negociaciones con el Fondo Monetario.

Refiere al papel de la oposición mayoritaria, la cambiemita, en cualquiera de esas variantes que la prensa traza como halcones y palomas.

El resto opositor se divide en dos secciones.

Una es en potencial y, por ahora, sólo discursiva.

Es el denominado “kirchnerismo duro”, desde ya está significado por la propia Cristina a la cabeza y resulta una incógnita si el malestar que expresa llegará hasta romper la coalición gobernante o se detendrá en esa frontera.

Nadie cree que Cristina vaya a romper, porque sabe que un default la lleva puesta a ella también.

Y al mismo tiempo, nadie tampoco tiene respuesta convencida sobre ese interrogante porque ni siquiera los referentes del sector estarían seguros acerca de qué paso dar o contener. Sencillamente, quien diga que sabe lo que terminarán haciendo, con exactitud, está inventando. Es periodismo o análisis interpretativo (¿Máximo le regalará terreno a una oposición que lo espera con tenedor y cuchillo, por ejemplo?). Datos precisos no hay, y punto.

La otra sección es concreta.

A ¿extrema? derecha hay una suerte de comediante neofascista de mercado. Un outsider sistémico que los medios inventaron desde su índole espectacularista; que por su buena cosecha electoral y grado de conocimiento masivo puede perjudicar a los cambiemitas y al que, precisamente por eso, los medios tradicionales hegemónicos ya empiezan a soltarle la mano caracterizándolo como un perturbador que no (les) es conveniente.

Si el tipo no se cuadra con lo que vaya a ser la unidad requerida para la derecha retornada, la trifecta “periodística” habrá de ignorarlo o masacrarlo.

Y a izquierda (si es por términos clásicos para entenderse rápido, porque algún día habría que animarse a discutir si para decirse o correr de/por izquierda basta con enunciarlo), también hay una porción electoral mínima, pero firme, de expresiones troskistas que no representarán conciencia de clase generalizada bien que, sí, una protesta contra el sistema que no se va a derecha. Y junto con ellos, grupos de kirchneristas disconformes, enojados, no necesariamente referenciados en Cristina sino sueltos, que llaman a la desobediencia desde argumentos que en su teoría y vocación patriótica son irreprochables.

Lo verosímil es que esas manifestaciones de discurso, de gestos, desafiantes, legítimas, a veces con exceso de recetas ultristas, carecen de puesta efectiva porque se juega con las reglas que son y con la sociedad que es.

De allí nace y se desarrolla que la verdadera oposición, la que puede volver a gobernar en apenas un año y pico, no es otra que la cambiemita. Que es Macri, bajo esa figura textual o disimulado palomescamente (de hecho, hasta las encuestas de los propagandistas cambiemitas exhiben el repudio generalizado que despierta el nombre, Macri, pero no pasa lo mismo con los valores gorilísimos que Macri representa).

El autor entiende que no existe diferencia sustantiva alguna entre Macri y Larreta, entre Larreta y Bullrich, entre Bullrich y Lousteau, entre Lousteau y Morales, entre Morales o Manes y entre Cornejo, Laspina, López Murphy o cualquiera de los panelistas más fijos que rotativos de los medios que responden (y producen) el ideario de una derecha en la que sólo contarían problemas de egos.

El Frente de Todos también los tiene, pero al menos muestra una disputa -que debe saldarse con urgencia- respecto de quiénes van a pagar, en qué proporciones y plazos, el muerto terrorífico dejado por Macri.

Y antes que eso, con cuáles actores sociales y corporativos se encarará un rumbo productivo de crecimiento que se distribuya de manera pareja.

Los cambiemitas, que son esa opción electoral realmente existente contra el despelote frentista que gobierna Argentina, acaban de demostrar que lo que los une es más fuerte que aquello que los separa. Lo demás, y va con disculpas por el tinte ofensivo de la expresión popular, es teatro para la gilada.

Si el FdT exteriorizara algo parecido a unidad en la diversidad, otro sería el cantar.

La payasada conjunta de ponerse cartelitos con los colores ucranianos; la actitud programada e inédita de irse de sus bancas en una Asamblea Legislativa, lo cual fue adelantado por su mismísimo periodismo militante; la exigencia de alineamiento incondicional con los intereses de Washington y, sobre todo, la pretensión indescriptible, asquerosa, de que el gobierno macrista y sus aliados del radicalismo no tienen responsabilidad en la deuda más grande de la historia, deberían relevar de explicaciones acerca de quiénes son los que dentro de un rato podrían volver a gobernar.

¿Eso habla únicamente de ellos?

¿O únicamente de las deficiencias de un Gobierno al que, tras cartón de desafíos de origen que llevaron a la necesidad de correrse al centro para ganar las presidenciales, se le sumó una pandemia ecuménica y encima una guerra en el corazón europeo? (hay que tener mala leche, vaya, hablando de expresiones populares).

No.

Eso habla también de una parte popular (muy) cuantiosa, cooptada por los valores neoliberales, que tanto puede fluctuar hacia el rechazo a sus verdugos como en dirección a volver a votarlos.

No tomar nota de eso es hacer dibujos sobre laboratorios de arena.

Descartada la alternativa de apostar al default con el organismo que comandan los Estados Unidos, so pena de un tsunami cambiario que arrastraría al país a condiciones sociales e institucionales tremebundas; sin haber “preparado” a la sociedad para enfrentarlas y, por cierto, sin que jamás se haya votado eso (¿alguien votó al Frente de Todos pensando en La Revolución?), no parece haber otra chance que “sacarse” esta tragedia con el FMI, entender que el arreglo es una ficción de pelota a las nubes y disponerse a gobernar ante la amenaza de lo peor.

Es el Gobierno, justamente, quien tiene en sus manos demostrar que sabe lo que podría: volver a entusiasmar con, al menos, un trazado de acciones específicas. No muchas. Esto contra la inflación, esto contra estos factores de poder identificados, esto a favor de generar trabajo. Decisión política y muestra de unidad para afrontarla.

¿Se quiere eso?

¿O hay ganas de inclinarse hacia victimización y testimonialismo, para que vuelva Macri en cualquiera de sus formas?

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