Kanye West está en República Dominicana componiendo/ grabando Donda, su último disco. Y entonces aprovecha para tener una reunión de negocios con dos inversores que, al parecer, están interesados en hacer un desarrollo inmobiliario en la isla junto al artista. Pero la charla se va por otro lado, ante miradas que mezclan desconcierto con la necesidad de agradar al posible socio. "¿Alguna vez los esposaron y los internaron en un hospital porque su cerebro era demasiado grande para su cráneo?", inquiere Mr. West y ante la respuesta negativa de sus interlocutores dispara: "Ok, a mí me pasó". Sí, es el mismo tipo que en la tapa del mini álbum ye escribió la frase "Odio ser bipolar, es fabuloso".
Pero por si la anécdota anterior no fuera lo suficientemente impactante y reveladora, el hecho de que haya sucedido mientras había una cámara encendida -y todos los presentes estaban conscientes de ello- la torna casi imposible. ¿Una estrella mundial del hip hop, con una fortuna que hace rato superó los mil millones de dólares, dando acceso a la intimidad de su vida y su obra? Eso no se ve a menudo o, en todo caso, suele pactarse de antemano cuánto y de qué forma se va a mostrar. No sucede tal cosa con jeen-yush, una trilogía de Kanye West, la serie documental que ya está completa en Netflix y que ofrece lo más cercano posible al mundo interno de la máxima estrella del género surgida en este siglo.
Tanta proximidad con el genio y la locura tiene una razón de ser: Clarence "Coodie" Simmons, uno de los hacedores de la serie documental, empezó a filmar a Kanye West en Chicago, cuando este era simplemente un productor que había conseguido algunos éxitos modestos con sus beats. Durante más de un episodio y medio de jeen-yuhs, se ve al rapero luchando para grabar su primer álbum y convertirse en un artista completo, una tarea que no le resultó demasiado fácil. El resto de la serie de tres va desde la publicación de The College Dropout, ese fabuloso álbum debut que puso al hip hop patas para arriba, hasta casi los últimos y atribulados pasos de West, entre el divorcio con Kim Kardashian, su fallida candidatura a presidente de Estados Unidos y la presentación de Donda en una listening party después de estar viviendo en un estadio de fútbol americano.
Las razones por las que media serie se concentra en los primero años de Kanye en la industria tienen sentido desde el material que Simmons recogió en ese tiempo y en el hecho de que después el rapero empezó a mirar para otro lado cuando tenía que elegir con quién hacer un videoclip, por ejemplo. Pero eso también le permite al codirector poner su propia voz en off en el relato y hasta hacerlo por momentos autobiográfico. A veces se le va la mano, como cuando dice "hasta dónde hemos llegado": Simmons y su colega Chike Ozah son muy respectados en el ambiente, pero está claro que West ya atravesó la estratósfera de la fama y los millones. Aunque también es cierto que, salvando las distancias ya mencionadas, hicieron un camino en el que las paralelas se cruzaron más de una vez.
La primera parte es la más jugosa por varios motivos. Uno es el acceso irrestricto de la cámara de Simmons al mundo creativo y de negocios de Kanye West, que para generar el interés de Roc-A-Fella Records llegaba al punto de hacerle escuchar sus temas a las secretarias y ponerse a rapear encima. "Está haciendo un documental sobre mí", era toda la explicación que daba el aspirante a artista ante sus interlocutores famosos -desde Nas y Jay-Z hasta John Legend, Ludacris y Jamie Foxx. En muchos casos, lo que recibía como respuesta eran miradas condescendientes. Pero no tanto: ninguno quería privarse de los beats del Kanye productor, aunque no le dieran demasiada bola a sus intentos de convertirse en artista. No es nada nuevo: Kanye nunca fue considerado un rapero de primera línea por sus pares, incluso después de haberse transformado en una estrella en todo Occidente.
Todos los esfuerzos de West por llegar a ese primer álbum están documentados hasta casi dolorosamente por la cámara de Simmons, quien junto a Ozah decidió dejar en evidencia la "mugre digital" de esas primera grabaciones. Con notable criterio, la dupla utilizó diferentes títulos y tipografías, que se modernizaron a medida que la imagen se hacía más cercana a los estándares actuales: la evolución será televisada. También es muy interesante el uso del material de archivo que no filmó Coodie, desde la escandalosa entrega de los MTV Awards en la que Kanye interrumpió el discurso de Taylor Swift hasta los encuentros del rapero con Donald Trump, con fragmentos de numerosas entrevistas y bardos mediáticos en el camino.
Coodie tenía la cámara encendida cuando Kanye iba a visitar a Donda, su madre, y registró invaluables momentos entre ambos, que permiten ver más que destellos de lo que la señora significaba para el artista. De hecho, cada vez que West quiere homenajear a su madre, recurre al material de archivo de su viejo amigo porque sabe que nada va a estar a la altura. Todo el registro en casa de Donda, a quien su hijo le revisa la heladera y le cuenta cómo fue que le pasó a Jay-Z el beat para el hit "H to the Izzo" es espectacular. Casi tanto como la sonrisa de la señora mirando a Kanye con un orgullo desbordante.
Con la batalla por el álbum debut convertida en una conquista (The College Dropout vendió más de tres millones de copias y es el disco de West que más facturó), la relación entre el artista y su sombra convertida en cameraman empezó a ponerse más distante. Sí, Coodie y Chike hacieron el video de "Through the Wire" (que incluye tomas de Kanye en el dentista, luego del accidente automovilístico que le partió la mandíbula en tres) y después la tercera versión de "Jesus Walks" (nótese que antes otros directores habían hecho otras dos), pero ya nada era igual. De hecho, Simmons estuvo seis años sin filmar a su amigo, una época en la que el rapero ascendió al Olimpo del hip hop y se metió en infinidad de quilombos.
La muerte de Donda West es un punto de inflexión en la serie documental, tal como lo fue en la vida de Kanye. Se podría decir que el rapero descendió a los infiernos, por más que estuviera rodeado del lujo y el confort que su propia genialidad le habían procurado. Desde ese momento hasta el final de jeen-yuhs, hubo más cruces entre Coodie y Kanye, pero después de escuchar algunas de las peroratas cercanas al divague de su amigo -en una se lo ve al productor argentino Federico Vindver, que trabajó en el disco Jesus Is King-, el director muchas veces decidió apagar la cámara. Y lo bien que hizo.
Cerca del final de la serie documental -y esto no debería ser considerado spoiler-, Simmons le agradece a Dios la posibilidad de contar la historia de Kanye (y un poco de la suya). "A veces quizá no entendemos el caos que tenemos que atravesar, pero confiamos en que del otro lado nos esperará la belleza", suelta en off. La historia de Kanye West tiene mucho de caos -desde sus declaraciones sobre la esclavitud hasta el reciente "entierro" de la nueva pareja de su ex- y al menos igual parte de belleza. Porque Kanye West es un genio con problemas mentales, que convierte en arte hasta la última pizca de su dolor. Eso no significa que toda su obra sea brillante -aunque cuesta discutirle algo hasta Life of Pablo, de 2016-, pero sí que su visión cambió al mundo actual. Y eso es algo de lo que pocos artistas pueden enorgullecerse.