“Nunca me olvido de ellas. Algunas chicas, en mi barrio, en los años cincuenta, sesenta, quedaban embarazadas y se suicidaban”, cuenta la artista rosarina Mabel Temporelli en el comedor de su casa en Rosario: un interior prolijo y cálido, adornado con cortinas de un tono celeste grisáceo, y donde su colección monocroma de objetos azules se parece al estallido inmóvil de un solo planeta de cristal azul oscuro saltado en pedazos, como si cada esquirla estuviera suspendida a prudente distancia una de otra. Su mano extiende todos los dedos para abarcar la vergüenza de las pocas que se atrevían a maternar en soledad. La cronista pregunta si ninguna abortaba. “Eso todavía no existía”, responde. 

Su comedor y su cocina lucen una ordenada colección de botellas azules, que revisten el recuerdo de otras paredes azules, sin nada. Son las del penal de Devoto, donde estuvo detenida en condición de presa política desde 1975 hasta fines de 1979. Fue allí donde escuchó, durante la dictadura, los relatos de sus compañeras de cárcel que venían "de Tucumán, donde la tortura era muy cruel". "Cuando estuve detenida en la cárcel de Devoto, una tarde que mi mamá fue a visitarme, desde atrás del cristal de un locutorio vidriado y tras pasar la requisa que sufrían todas las visitas, ella pudo contarme que mi amiga Estrella había sido asesinada y que su cuerpo había sido arrojado en la ruta camino a Santa Fe, y que fue encontrado como un fardo humano, porque estaba atada al cuerpo de su hermana y al de su pareja, también asesinados. Lo que contaba mi mamá era algo espantoso pero muy real; me decía que sus cuerpos tenían terribles agujeros de bala, y que las manos estaban quemadas con cigarrillos... justamente las manos de mi amiga, estudiante de Bellas Artes. Esos relatos tuve que olvidarlos, porque no podía hacer nada, así que volví a mi celda y a la vida cotidiana de las presas en el penal de Devoto", cuenta. "Chicas como presas en sus casas", rememora también, y se recuerda antes aún, adolescente, planchando todo el domingo las camisas de su padre ferroviario en la pieza del fondo de la casa paterna. Entre una cárcel y otra, la rebeldía. Ella sabe el apellido del asesino y lo pronuncia: Feced. Cuenta con los dedos: su mejor amiga, la hermana de la amiga y la madre de ambas. "Todas asesinadas", recuerda. 

"Por eso quemé manteles", resume. La serenidad con que lo dice parece un bosque incendiado. Los quemó años después, cuando el arte y el psicoanálisis se convirtieron en sus recursos para sanarse del trauma. "Todo esto fue trabajado años después en sesiones de terapia y ahí pude ver que el arte era lo que me estaba salvando. El arte es mi ritual de sanación constante y mi forma de hacer el duelo", dice Mabel Temporelli en un audio. No sólo a nivel personal: esas obras, expuestas, habilitan la catarsis colectiva. 

Sus series "Señoras calientes", "Sabor limón" y "La cita fija" (realizadas entre 1999 y 2006) tienen en común a la prenda femenina como metonimia de la piel herida y a la tela quemada como símbolo de una historia cuyo dolor no cesa, pero cuya memoria el arte puede transformar. "La cita fija" juega con el doble sentido de "cita": el encuentro programado y absolutamente puntual entre dos militantes, y la intertextualidad entre obras de dos rosarinos, en este caso Fontana y Temporelli. Piezas de las tres series se incluyen en su pequeña retrospectiva individual, Señoras Calientes, que reúne obras objetuales expuestas a lo largo de este siglo en varias ciudades del país, y que se exhibe en la Sala de las Miradas del espacio provincial Plataforma Lavarden (Mendoza casi esquina Sarmiento, Rosario) en el marco de marzo como mes de la mujer y la memoria. 

"No soy una jodida; estoy contando la historia", se defiende ante espectadores futuros. Autora de la selección de sus propias obras, Mabel Temporelli decidió exponer también los instrumentos de hierro forjados a su pedido por el padre de uno de sus hijos para que ella pudiera quemar, con la forma de una plancha de planchar, los vestidos, blancos o beige, que antes confeccionó ella misma. Parecen instrumentos de yerra y ella lo dice así: "la yerra de las mujeres", la marca de propiedad patriarcal. Hay dos planchitas pequeñas y antiguas que fueron sus primeras herramientas. Después usó cigarrillos.  Un par de finos guantes femeninos que parecen ornamentados con unos agujeritos redondos, tan parecidos a los bucchi que el escultor espacialista rosarino Lucio Fontana abría en las telas, alude a la atroz historia de la amiga artista torturada y baleada, uno de los miles de crímenes contra la humanidad que todavía claman justicia en Argentina.

Una serie de obras más recientes alude al deseo femenino -eso de lo que nadie quiere hablar en serio todavía-, representado con la bíblica fruta prohibida y embozado bajo un blanco encaje, obra de manos de mujeres artesanas. "La manzana envuelta en encaje es el deseo, que tenía que estar pasado por la ceremonia nupcial", explica la artista. El objeto simboliza a la novia, muy viva bajo su vestidura traslúcida de virginidad exigida.  

Poner la frase del título en el buscador envía a incontables páginas porno. Calentura, en castellano coloquial argentino, connota la lujuria pero también la furia; en el de España, denota la fiebre. Para ingresar a visitar Señoras Calientes es preciso presentar el pase sanitario y cumplir los protocolos vigentes en prevención del covid 19. Las visitas son posibles hasta el jueves 31 de marzo inclusive, de lunes a viernes de 10 a 13 y de 15 a 19, y en las dos horas previas a cada espectáculo programado. La entrada es gratuita, con aforo limitado. "Estas series de obras las fui haciendo por una demanda interna y  como un homenaje a las mujeres de mi generación que se atrevieron a decir 'no' a un modelo cultural y social impuesto", agrega Mabel Temporelli en un audio. "Fuimos educadas con mandatos, con el casamiento como prioridad, pero el casamiento siendo vírgenes. Nosotras tomábamos los anticonceptivos a escondidas de nuestros padres y teníamos que ocultarles nuestros vínculos afectivos porque eran vínculos completos, lo que para las generaciones anteriores era prohibitivo. Somos una generación bisagra, porque pudimos empezar a plantear desde el estudiantado nuestra participación activa en las luchas sociales que empezaron a darse en el país en los años sesenta y setenta. Somos la generación de la minifalda y del pelo largo que a veces planchábamos con una plancha para dejarlo lacio", cuenta Mabel y se ríe de la coincidencia. "Mujeres muy castigadas. Mujeres y hombres que creíamos en la construcción del Hombre Nuevo; con errores, pero con una firme determinación de generar un mundo mejor", concluye.