Me enorgullecen mis amigas, mis hermanas, mi madre, mi abuela, mis maestras, mis otras semejantes, quienes destrozan los límites que insisten en encarcelarnos. Me enorgullecen a tal punto que saldría a diario a gritar con la marea que es nuestra, todos los días un aullido plural, a la misma hora.

¡Qué gusto me da gritar!

Encuentro de mujeres tomando las calles, la noche, cantándole a la luna, gritando de placer y de miedo, generando placer y advertencia, haciéndole saber al mundo que con nuestro dolor, con nuestra sangre, por nuestra verdad, somos capaces de romperlo todo y volverlo a armar, amasando, tejiendo un horizonte posible, amando. No tomamos posesión: tomamos posición porque sabemos hacerlo.

Somos escritas en la historia como las sinsentido, la fragilidad imposible para los que quieren (creen) poseer el dominio del "saber" sobre el mundo, la intensa molestia que la norma se esfuerza por empujar al margen. ¡Ignorancia peligrosa! Somos, para estos, las fronteras donde echan sus injurias, sus miserias, umbral del horror que evidencia su violenta mascarada.

Si hay un enigma, será porque somos alquimistas de los materiales: frías y calientes, tiernas fortalezas, terrenales y evanescentes, texturadas, sustancia húmeda, pensadoras de la experiencia, somos efervescencias de los porvenires.

Me enorgullece ver a mis atrevidas, lanzarse al abismo del deseo desenfrenado devenido en gestos cotidianos de gran peso transformador, político e impensado. Rebeldes chillonas ante la repetida teoría sorda de los estúpidos. Reveladas.

Me enorgullece escuchar a mi madre y a sus amigas repasar su historia, sus puntos de fuga, sus batallas y darse aliento por lo que fue de un modo hostil, pero que hoy pueden transmutar y transmitir.

Me enorgullecen las lágrimas que no se reprimen, que brotan, riegan, que mojan su cuerpo, mis manos al acariciarlas; lágrimas que de un momento a otro son la lava de un volcán que arde o el néctar de la revolución.

Jamás ninguna otra me ha socavado. Esos fueron los Otros, ellas serán las que alumbren inclusive cuando el camino elegido pueda ser equivocado, me dirán que piense y que siga si es lo que siento, que pida ayuda si se vuelve muy oscuro, pero que siga, que no me detenga, que me arriesgue, que nos arriesguemos. Que en todo caso siempre es posible volver y yo agrego: qué importante es tener un lugar donde volver.

Somos las mujeres las que andamos gestando, pariendo, soportando los dolores más cruentos con nuestros cuerpos, haciendo.

Son mis amigas, mis otras, las que me han advertido de la falta de pensamiento crítico en momentos de desorientación, de la falta de conciencia ante el shock de la violencia. Me han despertado, las he cobijado, nos hemos cuidado.

Son ellas quienes se lanzan y relanzan. Hablan, gritan, escandalizan el mundo, hacen cimbrar las estructuras más antiguas.

Mujeres manifestantes, resonantes, maniobran las tensiones en los discursos con coraje y valentía.

Son ellas, las veo y me veo.

Creativas, creadoras, viajeras, amantes, analistas, maternales, atractivas en sus brillos particulares, en sus tonos, con sus tintes, con el ritmo en sus caderas, en la composición de sus musicalidades, potenciadoras de las bellas textualidades, generadoras de las ficciones.

Somos la inmensidad del océano, las raíces de los árboles, las constelaciones en el cielo.

Las que hacemos de la emancipación nuestra lealtad y conquista.

Tenemos un linaje, estamos en la historia, hacemos historia; somos “Histéricas, históricas”.

No nos olvidemos, no permitamos nuestro olvido. Si hay rechazo encontremos nuestro atajo.

Las veo, me veo.

Provocadoras feroces ante un deseo enjaulado, locas.

Inoportunas, incorrectas, insurrectas, inconscientes soñadoras.

Obradoras de y con la lengua.

Eróticas, Nosotras, mis otras.

Con ellas, gracias a ellas, puedo desear, escribir y amar.

¿Será esta la paradoja de la cultura patriarcal?

Por toda esta belleza nos matan.

*Psicoanalista.

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