Un Luna Park repleto fue el marco afectuoso para cierre de las celebraciones por el centenario de Astor Piazzolla. Una satisfacción que, más allá del emotivo homenaje a uno de los músicos más trascendentes del siglo XX en un lugar emblemático para su historia, se multiplica en la circunstancia de volver a ver al Luna Park, con todo lo que eso significa, en su plenitud. Salir por Bouchard y caminar por la calle hecha peatonal, entre esa forma de alegría que reflejan los rostros satisfechos, los comentarios en caliente y ese ajetreo que crean las multitudes, era una experiencia que, pandemia mediante, se extrañaba.
El domingo, a pocos días de que se cumplan los 101 años del nacimiento del gran compositor y bandoneonista (este viernes 11), Piazzolla 100, la serie de manifestaciones que la Fundación Astor Piazzolla impulsó desde fines de 2019, llegó a su conclusión con un gran concierto. Escalandrum, el Quinteto Revolucionario y una orquesta de cuerdas con 33 integrantes que contó con Pablo Agri como concertino, Horacio Romo como solista y la dirección de Gustavo Fontana, representaron las tres pasiones implícitas en la música de Piazzolla: el jazz, el quinteto y la orquesta. Ese universo no estaría completo sin la canción, un capítulo aparte en su producción, que el domingo alternó la participación de Elena Roger, Raúl Lavié, Julia Zenko y Jairo.
Videos con evocaciones por parte de Laura Escalada, fundadora y directora de la Fundación Astor Piazzolla, además del recordado Oscar López Ruiz y Pablo Ziegler, dos de los músicos que acompañaron durante muchos años la travesía artística de Astor, calentaron la previa, mientras los temerarios del reloj terminaban de acomodarse en sus butacas para completar el marco multitudinario de la noche.
Poco minutos después de las 20 las luces se apagaron, el murmullo se sosegó y comenzó la música con Escalandrum. El sexteto liderado Daniel “Pipi” Piazzolla -nieto de Astor- exaltó la dinámica jazzera naturalmente implícita en la música de Piazzolla con ejecuciones formidables. Para esa música que termina de redondearse en la interpretación, “Primavera porteña” -con un solo notable de Gustavo Musso en saxo soprano- señaló el camino que enseguida se bifurcaría, con la generosidad que la obra de Piazzolla permite, en diversas maneras y estilos.
En el entorno jazzero de los arreglos de Nicolás Gerschberg, Elena Roger hizo sus versiones de “Los pájaros perdidos” y “Vuelvo al Sur” con esa voz tensa y la pronunciación enfática que por momentos remite a las voces del Cabaret berlinés, mientras lo de Lavié llegó desde el fondo del tango. Con voz portentosa y ese sentido del tiempo que le permite detenerse en cada verso para auscultar las palabras, el cantor comenzó con “Balada para mi muerte” y terminó con “La bicicleta blanca”, para despertar la primera gran ovación de una noche que tuvo varias.
Enseguida, Lalo Mir, maestro de ceremonias, anunció al Quinteto Revolucionario, crédito musical de la Fundación Astor Piazzolla. Sebastián Prusak en violín, Sergio Rivas en contrabajo, Cristian Zárate en piano, Lautaro Greco en bandoneón y Esteban Falabella en guitarra eléctrica recrearon de manera formidable aquella máquina de solistas que mejor refleja el espíritu afanoso e insurrecto de la música de Piazzolla. “Fracanapa” y “Muerte de ángel”, sobre las partituras originales, sonaron precisas y vertiginosas, antes de secundar a Julia Zenko y a Jairo, que con su versión de “Milonga del trovador”, especialmente escrita para él por Piazzolla y Horacio Ferrer, dejó en claro que es uno más notables intérpretes de estos tiempos.
“Acá estoy, como hace 53 años”, dijo Amelita Baltar mientras ganaba el centro de la escena. Como en 1969 en el mismo Luna Park, la cantora hizo “Balada para un loco”, la canción que no necesitó ganar el Primer Festival Iberoamericano de la Danza y la Canción para consagrarse. Le bastó reflejar con fuerza disruptiva la demanda de nuevos horizontes de una época. Mucho más que una anécdota o una pirueta del tiempo, la versión de Baltar con el Quinteto Revolucionario sonó mágica y emocionante.
En el final, el Piazzolla orquestal se expresó con el Concierto Aconcagua, para bandoneón solista, orquesta de cuerdas, con un inspirado Horacio Romo como solista. El violento “Allegro marcato”, inicial, e lírico en el “Moderato” central –con los delicados diálogos entre arpa, violín, violoncello y solista magníficamente logrados- y el embale del “Presto” final enmarcan la estructura clásica de una obra del Piazzolla de los años ’70, bien asentado en su invención y definido en su carácter. Entre aplausos entusiastas, “Adiós Nonino”, con una cadencia introductoria de Romo y “Libertango” sigilaron la noche que mostró con equilibrio y variedad muchas de las cosas que todavía la música de Astor Piazzolla tiene para decir.