"Cada vez que escucho a alguien mencionar la palabra 'pureza' me pongo a temblar", dice Guillermo del Toro. "Sea de un lado u otro, sea de una ideología fascista o sea una dictadura, no importa. Por eso es que el 'Sueño Americano' es una cosa tan perniciosa, o el amor perfecto y romántico". En el mundo de fantasmas y monstruos del fabulista mexicano, lo más aterrador de todo es alguien que solo puede pensar en absolutos.
Así es como siempre ha definido a sus villanos: el capitán franquista de El laberinto de Pan, tan ferviente en su lealtad que es ciego a la historia de hadas que se desarrolla frente a los ojos de su hija adoptiva, o el coronel de Michael Shannon en la película por la que Del Toro ganó el Oscar, La forma del agua, que descubre a un anfibio humanoide y nunca ve más allá de la posibilidad de su gloria personal.
Ciertamente, no hay nada absoluto con Del Toro: es un caldero maravilloso de contradicciones. Al hablar por Zoom, acaba de estar momentáneamente alejado de su paraíso creativo (está trabajando en una versión blanco y negro de su película más reciente, El callejón de las almas perdidas, que se lanzará en cines de Estados Unidos), desplomado en un sillón de la suite de algún hotel sin mayor personalidad en Los Angeles. Hay cierta quietud en él, una que sugiere cierta paz y sabiduría, pero con un constante atisbo de algo malicioso detrás de esos grandes anteojos redondos.
En El callejón de las almas perdidas (con cuatro nominaciones al Oscar 2022), los típicos detectives y matones del cine negro han sido reemplazados por ocultistas y personajes carnavalescos. De todos modos sigue siendo cine negro en el sentido moral, en el modo en que expone el oscuro corazón, la fracturada realidad de ese sueño americano. Cuando se le pregunta por el estado actual del género, y cómo puede reflejar la propia desilusión, su voz adquiere un tono extra de determinación: es claro que ha estado pensando en el asunto.
"Si conseguimos pasar esta década, creo que miraremos este momento en el tiempo como una etapa de ansiedad solipsista", señala con una pequeña y amarga risa. "Estamos tan ocupados reaccionando todo el tiempo, porque estamos asistidos por máquinas, algunas de las cuales llevamos en el bolsillo. Procesamos lo que la gente cree que es información, pero en realidad es emoción. Y no hay manera de que podamos atravesar 150 emociones en un día, al menos no hay manera sana de hacerlo." Esa sobrecarga solo lleva a que todos levanten las defensas. "Estos pequeños feudos que se arman en todo lo que vemos, leemos, escuchamos solo para obligarnos a lo que ya sabíamos", continía. "Solo confirman nuestras tendencias. Eso le da pie a un montón de charlatanes de la política. Y la gente que nos dice reconfortantes, muy bien construidas mentiras."
El callejón de las almas perdidas tiene que ver con todas esas reconfortantes, muy bien construidas mentiras. Adaptación de la novela negra publicada en 1946 por William Lindsay Gresham, señala el primer intento de Del Toro por asumir el trabajo de otro, fuera de sus proyectos mainstream de Hollywood: las películas de Hellboy y Blade que dirigió, y la fallida Mimic de 1997, destrozada por Harvey Weinstein. La película, que escribió junto a la historiadora del cine y guionista Kim Morgan (desde entonces la pareja se casó), es también el primero de sus títulos que no incluye ninguna entidad sobrenatural.
De hecho, exhibe un cierto desdén por ese reino. La novela de Gresham presenta a un ambicioso feriante, Stanton Carlisle (interpretado por Bradley Cooper en el film) que desencadena sus poderes de manipulación aprendiendo los trucos del mentalismo, ese gran don que asegura ver los pensamientos más ínrimos de la gente y sus futuros, o que lleva a que algunos aseguren que pueden hablar con los muertos.
Pero Del Toro se resiste a definir a El callejón de las almas perdidas como una despedida de su anterior trabajo. Su principal preocupación no se concentra en los monstruos sino "en la monstruosidad de lo que significa ser humano" que todos tratan de ignorar. "Tratar de borrar lo malo para pensar en si es posible una versión idealizada de nosotros en el más cruel ejercicio que podemos hacer", dice el director. "Y aún así, la civilización lo hace una y otra vez."
Es demasiado limitador definir su cuerpo de trabajo solo por su extrañeza, por la exquisitez de su estilo o los brotes de violencia rojo sangre que ocasionalmente salpican la pantalla. El cuidado que Del Toro pone en sus criaturas -demonios, hadas, faunos y fantasmas- no solo prueba su especial afecto por la figura del outsider, sino que también muestra una comprensión de que no hay mucho que nos separe de ellas.
En cierto nivel, Gresham entendió eso. Vivió una vida terriblemente triste, acosada por las enfermedades, el alcoholismo y una profunda infelicidad. Su primera esposa, la poeta Joy Davidman, lo dejó por C. S. Lewis. Luego de que se le diagnosticara cáncer de lengua, se alojó en el hotel donde escribió buena parte de El callejón de las almas perdidas y se quitó la vida. En lugar de una carta de suicidio, fue hallado con una serie de tarjetas de negocios, que en el dorso tenían escrita la frase "Deberías morir antes que enfrentar la verdad". Para Del Toro, ese dictamen "es básicamente Stan". La primera cosa que hace en la película es enterrar un cuerpo bajo las tablas del piso, un hecho que lo acosará y lo forzará a un extraño estado de dualidad: desesperado por huir de sí mismo, pero a la vez desesperado por ser visto, por ser descubierto. Es el monstruo y el humano.
La propia vida de Del Toro ha visto su buena cuota de contradicciones, extraña, hermosa y a veces de naturaleza trágica. El director hablará de haber visto cuerpos mutilados mientras crecía en Guadalajara. Hablará de la gran casa en la que vivió luego de que su padre ganara la lotería nacional de México, donde tenía como mascotas ratas, serpientes y un cuervo. Hablará de crecer en un ambiente estrictamente católico con una madre que leía las cartas de tarot y un padre que parecía deconcertado por la morbosidad de su hijo. Hablará del tiempo en que su amigo James Cameron vino una vez en su ayuda y lo ayudó a pagar el rescate cuando su padre fue secuestrado en 1997.
El director, en rigor, hablará de cualquier tópico con una sensibilidad y una claridad que hace sentir como si uno subiera una montaña, escalara los escalones de piedra y se encontrara un templo oculto solo para compartir algunos de sus pensamientos. No hay ningún apuro de empleado de relaciones públicas en la manera en la que habla. Está puramente interesado en su arte. Ante la mención de la paleta de colores de El callejón de las almas perdidas, se zambulle en una explicación de cómo Stan, la psiquiatra que lo seduce (la Lilith de Cate Blanchett, toda una mujer fatal) y Enoch, un feto cíclope en un frasco, están conectados. Es la razón aparente por la que Cooper mismo sugirió la escena de desnudo frontal masculino, en la que que Stan, como Enoch, está suspendido en líquido. "El podría haberlo hecho con ropa interior", explica Del Toro. "Pero dijo no, quiero ser este pequeño bebé flotante en el agua, deformado."
En última instancia, Stan solo encuentra consuelo cuando deja de fingir, cuando acepta que, como describe Del Toro, "no es un tipo sofisticado, no tiene un intelecto superior, no es un amante con el corazón de un adolescente, sino esta desgraciada amalgama de todo eso". El director, de todos modos, encontró un camino más simple a algo de quietud en todo el caos y las paradojas. "A los 57 años, llegué a un lugar en el que no me siento solo", señala. "Puedo estar solo sin sentir soledad."
A menudo su carrera se define no por las películas que hizo, sino por las que no hizo: una adaptación de En las montañas de la locura de H. P. Lovecraft, por ejemplo, y una nueva versión de la atracción La Mansión Embrujada en Disneylandia (oficialmente clausurada, según confirma Del Toro, ya que Disney le dio luz verde a un proyecto completamente diferente). "Los proyectos no realizados por Guillermo Del Toro" tiene incluso una página propia en Wikipedia, bastante insustancial. Pero en eso también parece haber encontrado paz. "Mirá, todos somos pescadores", dice el director. "Siempre mentimos y decimos que el mejor es el que sale con la suya. Nunca se sabe. Sos como 'El Tonto' en las cartas de tarot. Te tirás al precipicio, seguido por el ladrante perro de tus esperanzas."
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.