La guerra de Ucrania ha vuelto a poner sobre la mesa que el territorio físico no es el único campo de hostilidades: desde todos los tiempos el territorio de la información ha sido un teatro de combate en cualquier conflagración, un escenario que hoy se hace más tangible y decisivo a la luz los desarrollos tecnológicos relacionados con la comunicación.

Lo cierto es que mucho antes de disparar el primer misil y la primera bala en el territorio ucraniano, la guerra había comenzado en el campo comunicacional y en ella no participaron solamente el gobierno ruso encabezado por Vladimir Putin y el de su par ucraniano Volodímir Zelenski sino, a miles de kilómetros de sus fronteras, otros muchos que actuaron como ejércitos de información, sin armas pero funcionales a ambos, también a Joe Biden y Estados Unidos, a la OTAN y a todos los países que forman parte de ella.

Para un observador lejano del teatro de operaciones es prácticamente imposible construir una imagen cierta de lo que está ocurriendo hoy en Ucrania. La información que circula, no solo de un lado y del otro de los oponentes directos, sino de todas las fuentes circundantes, está totalmente viciada y cargada también de intenciones bélicas. Lo mismo ocurre con la mayoría de las fuentes “occidentales” de las que se nutren también los medios locales. Y mientras los rusos sostienen que las tropas siguen avanzando en el objetivo propuesto, Putin manda acallar las voces internas que repudian la invasión o difunden presuntas “noticias falsas” sobre la guerra. En tanto, los ucranianos ensalzan el heroísmo de sus patriotas y narran dramáticas historias de mártires lanzados a ponerle freno a la “agresión” rusa.

Dejando de lado la objetividad inexistente desde siempre pero definitivamente desterrada en la guerra, es casi imposible discernir la veracidad de los hechos que se relatan.

Tiempo atrás, en estas mismas páginas y en relación al casi permanente conflicto de la Franja de Gaza, afirmamos que “No hay información neutral. Menos en medio de la guerra. Pero aun en situaciones extremas el ocultamiento de los hechos no puede ser nunca un aporte. La única contribución a la paz, inclusive con el riesgo que ello implica, consiste en atenerse a la veracidad de los hechos”.  Lo difícil, precisamente, es acceder a esa veracidad.

Escribiendo para la revista Telos y refiriéndose al conflicto en Afganistán, el investigador Jörg Becker afirmaba que “En la guerra de Afganistán se transformaron definitivamente en algo normal y cotidiano la propaganda, las desinformaciones intencionadas, las mentiras, las falsificaciones, las disipaciones, las manipulaciones, la retención de informaciones, la censura, las presiones en contra de periodistas críticos y dueños de medios menos dóciles, las escuchas estatales del tráfico de telecomunicaciones, los vídeos de aviones de combates producidos con anticipación por el Pentágono, etc.”. 

No es un hecho nuevo. Ocurre y ha ocurrido en todas las guerras. Quizás el dato más importante para analizar en este tiempo es que hoy las grandes redes sociales, como Google y Twitter, han tomado partido de manera explícita restringiendo, censurando y marcando la información a su antojo.

No obstante cualquier información relacionada con el conflicto en cuestión desborda estrictamente lo que pueda estar ocurriendo en el territorio. El escenario informativo permite poner en evidencia también la doble vara con la que se mide incluso a las víctimas. Mientras miles de refugiados africanos son maltratados periodísticamente por los medios europeos, Charlie D'Agata, corresponsal de CBS News, refiriéndose a Ucrania se tomó el trabajo de “aclarar” que "este no es un lugar, con el debido respeto, como Iraq o Afganistán, que ha sufrido un conflicto durante décadas". Y acerca de Kiev agregó, para confirmar su mirada, que "esta es una ciudad relativamente civilizada, relativamente europea".

En respuesta la Asociación de Periodistas Árabes y del Medio Oriente (AMEJA, por sus siglas en inglés), con sede en Estados Unidos, calificó tales afirmaciones de “orientalistas y racistas”. Y agregó: “Este tipo de comentarios refleja la mentalidad dominante en el periodismo de Occidente de normalizar las tragedias en partes del mundo como el Medio Oriente, África, el sur de Asia y América Latina. Los deshumaniza y presenta su experiencia con la guerra como algo que es normal y esperable”.

A todo lo anterior habría que añadir que tan grave como la información distorsionada son las omisiones. Y si no bastaría preguntarse que ha visto y leído en los medios de nuestro país que se autoproclaman “objetivos” cuando no independientes, o en la redes sociales digitales que se autocalifican de “neutrales”, sobre la guerra de Yemen, donde Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos hoy mismo siguen bombardeando en forma indiscriminada y lo han hecho desde marzo de 2015. Según un informe de Naciones Unidas publicado a fines de 2021, aproximadamente 377.000 personas murieron en aquel país desde que comenzó el conflicto armado.

También se podría hacer el esfuerzo para encontrar en la información internacional que llega hasta nosotros, algún dato que deje en evidencia que en el mismo momento en que el país de Joe Biden denuncia a Rusia, el Comando de Estados Unidos para África confirmó haber concretado otro ataque armado en Somalía, país africano atravesado por la agitación política, la muerte de civiles y el desplazamiento de la población. Desde 1992, por iniciativa del entonces presidente George Bush y con el respaldo del Consejo de Seguridad de NNUU, los norteamericanos se hicieron cargo de la operación “Devolver la esperanza” bajo el pretexto de liquidar a los grupos armados. Según ACNUR (Alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados), más de dos millones y medio de personas han sido desplazadas como resultado de la guerra y la hambruna en ese país.

Sin ir tan lejos, basta hacer memoria o recorrer a la historia reciente de nuestro conflicto por Malvinas para concluir que la comunicación es un escenario de guerra que también produce muertos y un teatro en el que siempre la verdad es sacrificada. Por acción o por omisión.

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