“Un día llega una tía mía. Mi tía Minina, paraguaya. Ay, no sabes lo que era, era todo. Cae (porque ella se tiraba todo encima, soltera era) con un tapado de nutria. Yo veía ese tapado y era una joya, tenía que ser mío. Entonces, una siesta que estábamos ella y yo solas en la casa porque mi papá estaba trabajando, estaba en la pieza y el tapado de nutria me llamaba. Yo lo miraba... y me lo puse y estaba frente al espejo. Me sentía Maria Julia Alsogaray en la tapa de Noticias. Entonces estaba yo disfrutando mi momento con el tapado y ese día mi papá salió antes de la fábrica y me encuentra... ¿¡QUE ESTAS HACIENDO?! me dice. Me incorporé y le dije ¡¡¡AH GRRR... SOY UN OSO!!! mientras enseñaba mis primeras garras de travita, pero no boluda”. Así cuenta Florencia de la V en uno de los monólogos de su nuevo programa lo que fue su infancia. Una disyuntiva abierta entre los mundos femeninos y masculinos.
Los relatos de las compañeras travestis y trans sobre sus infancias están llenos de estos paisajes. El dilema de ser o un oso o una diva, ser un niño bien portado o una nena. De momentos a escondidas en los que una funda de almohada fue vestido, en los que a hurtadillas la ropa de mamá nos permitía acercarnos a esa tapas de revista soñadas o a la publicidad de la serenísima en la que Graciela Alfano con una minifalda dorada camina por Buenos Aires publicitando un yogurth. Crecimos a la sombra de los estereotipos de género más rígidos e imaginándonos futuros posibles en esos pequeños y limitados repertorios. Y aunque en el presente tenemos cada día más relatos de infancias que intentan construirse libres, lo binario se nos impone como un silbido por lo bajo que nos educa los sentidos. Ante nuestros ojos se imprime cada día la palabra mujer y varón acompañadas de adjetivos que, aunque han variado en el tiempo, siguen contorsionando un cuerpo, un modo de sentir y agenciarnos en el mundo.
Las infancias trans ponen en evidencia lo arraigadas que tenemos las estructuras binarias sobre el género y esto no es nuevo. En su libro “Histories of Transgender Child”, Julian Gill-Peterson desarma con evidencia documental la creencia popular de que las infancias trans son algo nuevo. Contrariamente, han sido los cuerpos de las niñeces trans el campo de batalla en el que la medicina obró con mayor eficacia construyendo el concepto de género y las tecnologías alquimistas para transformarlo de varón a nena, de príncipe a princesa y viceversa. Mucho antes de que el concepto género fuera acuñado para explicar este complejo cultural y psicológico donde habita nuestro sentir y autopercepción, ya existían infancias cuyos sexos eran escrutados, intervenidos y acomodados al esquema hormonal que más cómodo le quede al lector. Hoy, esa realidad descrita en la obra de Gill-Peterson sigue vigente en la clínica y también a través de nuevos dispositivos que, sin la violencia del bisturí, siguen cercenando y acotando las posibles elecciones entre divas y osos. La escuela, el registro burocrático, la representación escénica, etc. están mucho más cómodos con identidades fijas en algunos de los polos de binario y funcionan ignorando la plasticidad del género de les niñes y su capacidad para hablar sobre sí mismos.
Gill-Peterson señala además la necesidad de seguir cuestionando cómo la clase y la raza intervinieron e intervienen en las posibilidades de las infancias de agenciar esas libertades que desde la clase media bienpensante profesamos. A lo largo de la historia y aun en el presente son las infancias blancas y de clase media quienes acceden al paradigma de derechos y la autonomía progresiva, para las infancias racializadas y empobrecidas las infancias libres siguen siendo más una fórmula discursiva que una posibilidad real a la cual acceder. La libertad (hoy un concepto tan tensionado) sigue siendo esquiva para las infancias, quienes mal o bien están “tutelades” por nuestras conceptualizaciones, contradicciones y proyectos políticos personales que precisan de construir identidades bajo una retórica de casilleros. El valor de la plasticidad que hace especiales las infancias y las disidencias está siempre bajo la amenaza de quedarse atrapada bajo una pila de representaciones sobre lo feminino, lo masculino y lo disidente.
La lectura de Gill-Peterson, que próximamente estará disponible en español (en editorial Bellaterra), nos permite al mismo tiempo revisar historias pasadas y evaluarnos a conciencia los desafíos futuros. Necesitamos un día de la mujer para reivindicar una historia de luchas, pero también seguimos quedándonos a deber una discusión profunda sobre el “sujeto político” del movimiento feminista. Y esta discusión merece ser profunda y en el orden de las prácticas, más que en el terreno de lo discursivo. Porque de poco sirve que nos declaremos trans-feministas si continuamos animando discursivamente una realidad de divas y osos, de cis y trans, de hetero y homos. Las mujeres movemos al mundo, ok. ¿Pero seremos capaces de desbinarizarlo?
Marce Butierrez integra el Área sobre Género, Feminismos y Disidencias Sexuales de la Universidad Nacional de Salta.