Recién empezado el 2010, con las calles porteñas ardiendo entre antiderechos y defensorxs del Matrimonio Igualitario, Carlos Álvarez Nazareno daba el sí en el Registro Civil. Con el activista de 100% Diversidad y Derechos Martín Canevaro se consagraron marido y marido tras una decisión judicial (fueron el cuarto caso) que avaló el trámite. Ese viernes 16 de abril, salieron libreta en mano rumbo al Congreso y presenciaron el momento en el que el Senado le dio media sanción a uno de los derechos civiles más importantes del movimiento LGBT+.
En una entrevista exclusiva con SOY, Álvarez (45) asegura que lo hizo “más allá de la decisión personal de querer casarme, construir una familia y que sea reconocida en igualdad de derecho. También era una convicción de que nosotros podíamos ayudar a la transformación: eso es lo que nos empuja como activistas”.
Su trayectoria como tal se remonta a su adolescencia en Uruguay, marcada por una niñez de acoso y prácticas racistas. De joven decidió quedarse en Argentina ya que parte de su familia vive acá. Construyó redes entre orilla y orilla y, a principios del 2020, asumió como director nacional de Equidad Étnico Racial, Migrantes y Refugiadxs, desde donde lanzó el primer Plan Nacional de políticas para la población afro. Ahora lidera el Programa Nacional “Afrodescendencias y Derechos Humanos” de la Secretaría de DDHH de la Nación e impulsa su candidatura para integrar un organismo histórico dentro de la ONU: el primer Foro Permanente de Afrodescendientes que está en plena conformación.
¿Cómo empezó tu camino en el activismo afro y cómo fue entrelazándose con otras luchas y militancias, como la LGBT+?
Carlos Alvarez: Soy uruguayo (también argentino porque me nacionalicé) y recién en 4to de la secundaria fuimos siete afrouruguayos en un aula. Dejé de ser la única persona negra en la clase, habiendo sido víctima de lo que hoy se llama bullying y para nosotres son prácticas racistas: que tu pelo esto, que tu negritud lo otro. En ese año, el ‘92, una de esas chicas -que hoy es una de mis mejores amigas- me invitó a formar parte de un grupo de jóvenes afro. Yo no sabía nada, pero dije que sí. Ahí por primera vez me junté con un grupo de jóvenes para hablar de cómo nos impactan el racismo y la importancia de formar parte de una comunidad.
Por primera vez entendí que lo que me pasaba a mí -las burlas, los chistes, quizás algunos problemas de autoestima- no era excepcional: había un montón de personas, en Uruguay y en el mundo, que vivían lo mismo. Empecé a formar parte de un proceso organizado, a reflexionar sobre el racismo, sobre qué es ser afrodescendiente o pertenecer a la comunidad afro, y a leer: mucho de Malcom X, Martin Luther King, el Che Guevara, Angela Davis. Y luego fui entendiendo otras luchas.
Primero las vinculadas a las mujeres afro, que decían “el feminismo blanco no nos representa”. Luego en un segundo momento de esta militancia, empecé a hacer mi comming out y a problematizar la homofobia, la diversidad sexual. Pude ver que algunas cosas que me pasaban, aún dentro del movimiento afro, también podían ocurrirme por ser un varón gay.
Una especie de discriminación cruzada…
C. A.: Dentro de la comunidad LGBT+, hoy puedo decir que me sentía cosificado. Las personas se te acercaban porque eras negro, porque hay ciertos estereotipos vinculados a la negritud o a la masculinidad negra. Y uno por más que luchaba contra el racismo, también podía sentir la homofobia. Si bien hoy se habla más de interseccionalidad, en aquel momento hablábamos de “discriminaciones adicionales”. En los ‘90 o 2000 se hablaba de diversidad, y en el movimiento afro criticábamos este concepto porque era como la bolsa de gatos: en la diversidad estaban los negros, los gays, las travas, las personas con discapacidad, los pobres. Con el transitar de los movimientos, de 2010 a 2020, pudimos empezar a hablar del concepto “interseccionalidad” y hoy se habla desde esa perspectiva.
Fuiste parte de una de las parejas gay que logró casarse antes de la sanción de la ley. ¿Qué te dejó esa experiencia?
C. A.: Fue un viaje total, algo muy emocionante. Pero nunca fue una lucha personal, por un derecho propio; siempre lo pensamos como un derecho colectivo. Nos tocó estar en esa primera línea de fuego, y lo bueno es que hubo una sentencia positiva de inconstitucionalidad (a una apelación) que sentó precedente. Quizás la paternidad me llevó a reforzar más la lucha: no quería que mis hijas tuvieran vergüenza de su papá, negarles toda esta parte de mi historia. Es que ahora no tanto, pero antes había muchos varones gays con vidas paralelas, que por ahí recién a los 60 terminaban contándole a lxs hijxs.
Antirracismo en Argentina: una deuda pendiente
¿Cómo avanza Argentina en el reconocimiento y la reparación a las poblaciones afro?
C. A.: El país avanzó sobre todo en una perspectiva de lo simbólico. Tenemos la ley del Día Nacional de Los Afroargentinos y la Cultura Afro, el 8 de noviembre, promulgada en 2013. Gestamos y acompañamos esa ley desde la redacción y la articulación. Eso fue importante, es un acto de reconocimiento y reparación histórico contemporáneo. Y también está la inclusión de la pregunta vinculada a lo afro en el censo de 2010. Dicen que "en Argentina no hay negros", por eso es muy importante la creación de la dirección nacional de Equidad Racial, algo inédito en el país. Ahora, lo que necesitamos es una política de equidad y reparación concreta: acciones que impacten en nuestras comunidades y rompan, sobre todo, esta reproducción de la pobreza de la cual somos víctimas producto del racismo estructural.
¿Qué implica eso?
C. A.: Desde la trata esclavista en el año 1.500, no hubo ningún Estado que efectivamente haya creado una política de inclusión y reparación para los pueblos afrodescendientes. Recién estamos siendo las primeras generaciones con familias universitarias. Lamentablemente lxs jóvenes afroargentinos desertan del sistema educativo, no llegan a terminar el secundario. Eso sigue reproduciendo la línea de la pobreza que hay en nuestras familias, y afecta mayoritariamente a las mujeres afro que están en los sectores de mayor vulnerabilidad social. Y los varones negros, dentro de la escala del desarrollo, siguen siendo los que ocupan los lugares de mayor inestabilidad laboral. Hay un montón de cifras que lo prueban a nivel latinoamericano.
Demandas afro, desde y hacia la ONU
El Foro empezó a gestarse en el 2001, en la tercera Conferencia Mundial de Lucha contra el Racismo, la Discriminación y la Xenofobia en Durban (Sudáfrica). “Siempre decimos que a Durban entramos negros y salimos afrodescendientes. El sistema internacional adoptó ese concepto para hablar de la identidad afrodiaspórica, vinculada al continente africano y a la trata esclavista, corriéndose del concepto de ‘negro’ impuesto por el esclavista para quien éramos un objeto-propiedad”, señala Álvarez. La Conferencia instó a los Estados a reconocer la presencia del racismo y a generar políticas de desarrollo: se pidió un Decenio Internacional y la creación del Foro Permanente.
El enclave estará integrado por 10 personas de todo el mundo cuyos mandatos durarán tres años: 5 fueron elegidas en diciembre del 2021 por la Asamblea General, tras haber sido propuestas por los Estados gobierno. Las otras 5, propuestas por organizaciones, serán elegidas en los próximos días por el alto comisionado de Derechos Humanos. Aunque Carlos hace hincapié en el respaldo de organizaciones territoriales de toda la región, también reivindica su propia identidad interseccional, siendo “varón gay, afrodescendiente, migrante, religioso, padre”, dice.
¿Cuáles serían las propuestas más urgentes de este foro?
C. A.: La primera: generar acciones para frenar la violencia racista institucional. Brasil está denunciando ya desde hace años el sistemático genocidio de la población afrodescendiente. No solamente están matando a jóvenes varones afrodescendientes o negros sino también a las personas trans, están abusando y violando correctivamente a mujeres negras, lesbianas; el narcotráfico está matando en Colombia a lxs activistas sociales... La violencia institucional impacta de manera diferencial en personas afrodescendientes.
En segundo lugar, nosotres hablamos de una pandemia racializada y feminizada. Si bien el Covid 19 obviamente impactó en todos y todas, las poblaciones negras, afrodescendientes, sufrieron un impacto de la pandemia diferenciado. Hay lugares donde no había ni agua corriente. Hablamos de una pandemia racializada; y feminizada porque justamente han sido las mujeres negras las mayores víctimas de todo esto, mujeres y niñes también. Hablamos de exigirle al sistema de Naciones Unidas -y a nuestros países a través de los Estados- coordinar acciones para revertir esa situación.
La tercera propuesta importante es la creación de un Fondo de Desarrollo Afro Centrado. Las Naciones Unidas constituyen fondos fiduciarios, un aporte de los Estados que donan para este tipo de políticas, en este caso sería para nuestra población. En Argentina por ejemplo el censo de 2010 habla de 150 mil afrodescendientes, nosotres hablamos de 2 o hasta 3 millones. Seamos el 10, el 8 o el 6%, ¿no se puede pensar una política específica para ese núcleo poblacional? Es un desafío que tienen los países de la Región.
Reconstruyendo la historia afro en Argentina
¿Se puede hablar de un borramiento de lo afro en Argentina?
C. A.: Hubo un proyecto de país explícitamente construido mirando a la Europa blanca y queriendo quitar de esa construcción el aporte y la presencia de les afrodescendientes y los pueblos originarios. No podemos permitir que se sigan repitiendo estructuras y pensamientos racistas. Tenemos que generar acciones que realmente sean transformadoras, a través del sistema educativo con contenido, visibilizando los aportes afro. Que lxs docentes tengan herramientas para cuando hay una práctica o chiste racista. También se necesita un apoyo del Estado para la participación de lxs afro en los medios de comunicación.
En la TV suelen aparecer en relatos policiales, con especial énfasis en las religiones…
C. A.: Sí, pero siempre reivindico que las religiones de matriz afro, al menos en Argentina, son mucho más respetuosas de la diversidad sexual que cualquier otro tipo de religión. En casi todos los cultos -Umbanda, Batuque, Candomblé- las personas de la diversidad forman parte de los rituales, al punto tal de ser referentes en términos comunitarios. Vos ves a los católicos, musulmanes, judíos... y les re cuesta. Los protestantes ni hablar, con sus terapias de conversión.
¿Por qué el activismo antirracista va “más allá de la melamina”?
C. A.: Primero por algo fundamental: la lucha contra el racismo no es exclusiva de las personas afrodescendientes, no solo nos compete a nosotres. Muchos movimientos y aliades están entendiendo que el racismo tiene la misma base que tienen otras formas de discriminación. A veces nos dicen "para ustedes todo es racismo". Y no es que todo sea racismo, es que realmente tenemos una lectura racializada de las relaciones sociales, así como hay una mirada de género, una perspectiva de las relaciones de género socialmente constituidas.
Por primera vez para toda la población, el censo 2022 incluirá la pregunta “¿Es Ud. afrodescendiente o tiene algún antepasado negro o africano?”, consensuada con la sociedad civil, las principales organizaciones afro y el INDEC. Cada vez tenemos mejores condiciones para saber cuántos somos y en qué situación estamos. Aún así, tiene que haber una fuerte campaña de sensibilización sobre el tema -qué es ser afrodescendiente, cómo poder identificarte- para que no quede solo en una cuestión de melamina: podés ser fenotípicamente blancx pero tener una ancestralidad, o una ascendencia afro. Y, o no lo sabés, o sí lo sabés pero como pasás (producto del racismo) desapercibida, no te reconocés afroargentinx o afrodescendiente. Por eso el Estado tiene que ayudarnos, con responsabilidad, a realmente dar vuelta la página.