“Las casas de vacaciones son la cosa más triste del mundo –razona la protagonista de Miramar, primera novela de Gloria Peirano–. Son tristes aún en la niñez, cuando las llegadas y las partidas se deciden en otras esferas”. El recorrido de Miramar comenzó en 2007, al obtener la segunda mención en el Premio de Nueva Novela de Página/12, el mismo año en que Aurora Venturini ganó con Las primas. Luego de recibir una mención en un concurso del Fondo Nacional de las Artes, se publicó en 2012 en el sello El Fin de la Noche. Desde este año, cobra nuevo impulso al ser reeditada por Alfaguara, que en febrero de 2019 había dado a conocer la elogiada novela La ruta de los hospitales, otra de las historias narradas con vulnerabilidad controlada por la escritora, docente, guionista y directora cinematográfica. Semanas atrás se estrenó El piso del viento, film de Peirano y su pareja, el director Gustavo Fontán.

Protagonizada por Victoria, la novela enlaza escenas de historias de amor de destino incierto: la de ella y su expareja, Miguel; la de ella y su padre, Rafael, que ha muerto hace décadas; la de su padre y su madre, y la historia de amor secreto entre Rafael y una adolescente. “Las historias se entretejen a raíz de una pesquisa que hace Victoria, motivada por algunas circunstancias borrosas en la vida de su padre que la interpelan y la empujan a encontrar respuesta –dice Peirano-. ¿Cuánto se puede saber del otro, incluso de los seres que más amamos? Victoria intuye que hay algo insondable en la vida de su padre y ese deseo de saber se convierte en el motor de su acción”. 

La novela reserva escenas memorables, como cuando por pedido de su hija el padre moribundo se traviste para interpretar a Beth, la hermana de la voluntariosa Jo March, de Mujercitas, o cuando la protagonista, que acaba de perder a su padre, padece los festejos por el triunfo de la selección argentina de fútbol contra la de Holanda, en el sombrío Mundial de 1978.




¿Hiciste cambios para la reedición?

--Corregí algunos problemas de puntuación, la repetición de pronombres, el diabólico adverbio terminado en “mente”. Me gusta corregir, me parece una etapa fundamental del proceso de escritura. En este caso, fue diferente porque la publicación anterior era de 2012, pero, una vez que logré estar dentro de la novela, me gustó mucho.

¿Cómo se asocian las diferentes historias con la muerte del padre de la protagonista?

--Victoria, ya adulta, en el inicio de la novela, se separó hace un tiempo, pero la pregunta que la acucia en ese momento es con quién habló su padre mientras agonizaba, treinta años atrás, cuando ella tenía diez años. Es probable que ciertos momentos de crisis nos impulsen a preguntarnos cosas de nuestra vida. El modo en que se encadenan estas circunstancias siempre es misterioso y el intento de explicarlas es casi inútil. Son momentos en los que trastabillamos de manera más nítida y vamos hacia donde nos lleva nuestra sensibilidad. Puede parecer una huida, pero Victoria reacciona intuyendo que ese saber será liberador. Al escribir, percibo estas cuestiones como hilos invisibles, lo que está por detrás de los personajes y sus acciones, aquello que está detrás incluso de la trama. Supongo o me gusta suponer que las novelas toleran un equilibrio, una ingeniería, y un necesario y bienvenido desbalance a partir de la existencia de esos hilos invisibles, que son como visiones, flujos, pasadizos, imposibles, al menos para mí, de recuperar en palabras y transmitir como procedimiento. Es una de las experiencias más hermosas que me dio el acto mismo de la escritura. Escribir como una experiencia que en sí misma sería ir detrás de esos hilos como fragmentos a un imán.

La influencia de Louisa May Alcott y Mujercitas


¿Qué papel cumple Mujercitas en la trama y cuál es tu relación con esa novela tan popular?

--Cuando tenía diez años, me enfermé de hepatitis e hice una cuarentena. En mi casa no había libros, no provengo de una familia lectora, pero como no podía mantenerme quieta en la cama, mi mamá tuvo la idea de comprarme muchos. Yo ya leía desde muy chica. Me compró varios de la colección Robin Hood. Y los devoré. Hoy en día todavía conservo el recuerdo de esa cuarentena. La luz de la tarde. Los libros. La lectura como posibilidad cierta de movimiento infinito. Leí a Alcott, a Salgari, leí la saga de Bomba, leí La cabaña del Tío Tom. Louisa May Alcott marcó esa época de un modo notable. Descubrí algo que todavía tengo: un barrido rapidísimo en la lectura. No es velocidad, es concentración absoluta. De ahí viene Mujercitas. Entiendo que su aparición en la novela está vinculada con ese paraíso de lectora a tiempo completo.

¿Por qué Victoria usa la frase “Quiero ser precisa con el uso de las palabras” en varias ocasiones? ¿Es difícil narrar el pasado de manera verosímil?

--Es imposible narrar el pasado, te diría. Es cierto que, afectado por el presente, cambia todo el tiempo. “De la vida me acuerdo, pero dónde está”, escribió Jaime Gil de Biedma. Por eso, la idea de precisión en el uso de las palabras sería una confesión de ingenuidad. Cómo se narra el pasado es un tema que me deslumbra. Escribí Miramar hace años, es mi primera novela. No tengo ahora la misma visión del pasado que tenía cuando la escribí. Sin embargo, persiste la misma pregunta, el mismo deslumbramiento: ¿qué se hace con el pasado? Tenemos una idea lineal del tiempo, dada por nuestra lengua. Estamos atados a los verbos, al sistema verbal del español, que es riquísimo, pero es lineal. No todas las lenguas tienen una concepción lineal del tiempo. Hace poco leí algo que dijo Olga Orozco, me pareció hermoso, lo anoté: “Le envidio a la pintura la posibilidad de la simultaneidad; en la poesía, una visión es transcurso”. Tal vez en la escritura se trata de reponer esa simultaneidad pictórica. En una novela, lo que más me importa es el lenguaje. Ir contra la convención del lenguaje, armar un relato desde esa premisa, ese sería el punto en el que se cruzan relato y lenguaje. Son cuestiones que me interesan como narradora, como lectora. Y como docente. “El idioma es el primer lugar de nuestra desobediencia”, dice Anne Dufourmantelle, en Elogio del riesgo. El lenguaje desobediente acecha a la realidad, pero la realidad es esquiva siempre. Pienso en una frase que cierra uno de los capítulos, “El pasado tenía un esplendor incomunicable”. No hacemos más que narrar esa imposibilidad.

¿Qué tienen en común Miramar y La ruta de los hospitales? En principio, están los lazos familiares, las madres e hijas, el peso de la memoria.

--Los personajes principales de ambas novelas son mujeres. Me interesan mucho las mujeres. Estuve siempre rodeada de ellas: mi madre, sus primas, sus amigas, las mías. Y tengo dos hijas. Además, me interesan las escritoras desde siempre. Admiro a escritores varones, pero las mujeres tuvieron una influencia poderosa sobre mí, empezando por Virginia Woolf. Hace poco releí Al faro, escribí un prólogo para una traducción al español. Releí sus diarios y, en relación con la melancolía y la belleza, me vuelve algo que ella escribió en 1941. Con el fondo de los bombardeos en Londres, Woolf describe las colinas de su infancia y su casa como si nombrara una belleza que está a punto de extinguirse. “Mira, por última vez, todas las cosas hermosas”, escribe. También la memoria es algo común en ambas novelas. En La ruta de los hospitales hay una voz omnipresente, la voz de la madre, que le habla a la hija. Esa madre narra sus recuerdos, pero también lo por venir. En Miramar el pasado tiene la cualidad de lo luminoso, pero también está acuciado por el dolor y el enigma.

¿En qué medida influyeron los avances del feminismo en tu concepción de la escritura? ¿Cambió a lo largo del tiempo?

--Los feminismos cambiaron profundamente mi modo de entender la vida y las relaciones. Y cambiaron mi relación con la escritura. Logré tener un cuarto propio mental (siempre en proceso) y uno real. Cuando escribí Miramar, no lo tenía. Es algo no negociable ahora para mí. Ocurre que los avances de los feminismos tienen impacto directo en la vida de las personas, ya que se construyen nuevos sentidos que permiten pensar otras vidas posibles. Así como antes muchas extraordinarias escritoras se encontraban invisibilizadas (Sara Gallardo, sin ir más lejos), gracias al trabajo de muchxs, ahora se resignifica y se revaloriza su actividad. En este sentido, quiero aclarar que no creo que se trate de un boom o de una estrategia de mercado la existencia de voces literarias que históricamente fueron relegadas. Sencillamente, ahora se las reconoce y se las lee. Queda mucho por hacer todavía, por supuesto. En otro orden de cosas, entiendo que la centralidad porteña es algo nocivo y que existen muchos escritores y escritoras del interior del país que deberían tener acceso a mayor visibilidad.

¿Qué relación existe entre tu escritura literaria y tu trabajo como guionista? ¿Qué aporta una práctica a la otra?

--Son dos formas muy diferentes de utilizar las palabras. En la escritura literaria la materia con la que se trabaja es el lenguaje. Las palabras y su combinatoria. En una novela, además, la estructura, los personajes, la voz, la extensión. Es tan maravillosa la sintaxis, las distintas maneras que tiene el lenguaje para decir y no decir. Y los intersticios. En un guion cinematográfico las palabras tienen otra función. Responden a la posibilidad de delinear un plan, algo que ocurrirá después, en otro lenguaje, el audiovisual, donde la palabra es un signo más en un sistema complejo de signos. Cuando se escribe un guion, por ejemplo, se piensa en lo que es filmable y en lo que no es filmable. En la escritura literaria, nos queda la imaginación.