Mediaba la neoliberal década del 90 y Silvia Delfino nos proponía al activismo y a la academia pensar “el valor crítico de la diferencia”, frase que Lohana Berkins convirtió en mantra e imitando la voz grave de nuestra maestra “la tía Delfino” repetía en cuanta ocasión requiriera romper con la hegemonía gay, blanca, porteña y de clase media. Y también contra las feministas separatistas que en aquellos años confundían falo con pene sin atender la masa cultural que los separa. Se convertían de este modo en condensaciones de posiciones conservadoras ya que toda diferencia “radical” con su postura de pretendida incontaminación termina santificando el status quo de islita.

Los usos de las causas lgbti en la guerra en el Europa

Productivos años aquellos, donde María Moreno habilitaba “La Gandhi Argentina” para debatir con los “gonzalianxs” que escribían en El Ojo Mocho y que nosotras rebautizamos como El Hijo Macho, ya que en sus páginas todo lo que retumbaba a diferencia era considerado fragmento, nimiedad, olvido del coso y del hombre nuevo al que Sandra Russo le dedicó una contratapa que conservo enmarcada. Pero estas críticas que realizábamos “a izquierda”, también la hacíamos hacia la “derecha”: al oenegerismo identitario; a lxs traductorxs literales de los debates butlerianos en la asepsia académica donde se llegó a decir en una introducción a una lectura de Butler que una cosa era el feminismo y las perspectivas teóricas que abría y que nada tenían que ver con los discursos sobre homosexualidad (sic) que no fundaban ningún tipo de interpelación (libro de tapa verde/blanca, escrito por una feminista de la UNLP), y a peleadorxs sólo aguerridxs por los fondos del vih y sida.

No hay que olvidar que por aquellos años se hizo un simulacro de votación presidencial en un aún todavía “moderno” (como si eso fuera posible) emprendimiento cultural en el que ganó López Murphy y que a muchxs dirigentes del movimiento no les tembló la jeta para reunirse con Patricia Bullrich (Unión por Todos) y proclamar luego su voto por ella. Claro que esta descripción no alcanza a toda la Academia ni a todo el movimiento, pero si a mucha de su dirigencia visible y no tanto.

Eran años duros, pero la lucha estaba más clara que ahora: un gobierno descaradamente neoliberal donde muchx peronista mordisqueaba pizza con champán. Y la industria cultural hacía una exposición de la diferencia como agenda de conflictos de un país del “primer” mundo, divorciando toda relación de eso que a Juan José Sebreli le duele tanto: la izquierda se hacía cargo de la agenda LGBTIQ+ reconociendo, en muchos casos, los “pecados” de su pasado.

Entre esos tejes y manejes, el “valor crítico de la diferencia” apropiado por Lohana y festejado por Jorge Salessi en una noche de copas luego de la presentación de su libro Médicos maleantes y maricas (evento realizado en Filo de Puán en el que Tomás Abraham no se bancó la mesa, negó que la sexualidad de Foucault tuviera algo que ver con su pensamiento y otras perlas del la filosofía criolla machirula) marcó ya en los años 90 que la diferencia no es un valor a festejar, sino un modo material de explorar modos de desigualdad y que el resto era fetiche apropiado por la economía cultural del neoliberalismo. Y allí Ernesto Laclau, al que tildaban de “teoricista”, fue nuestro aliado con su teoría de las equivalencias en el discurso populista lo que nos permitió a muchxs no ceder a las vernissages del menemato ni a la insistencia obtusa de la izquierda tradicional por el coso y demás.

Rarezas de la guerra: ¿Quién es más facho?

Si lo LGBTIQ+ no es entonces un fetiche, una cosa, una experiencia “pura”, sino una relación de desigualdad en la que unx pude explorar si se alía a lxs amxs o a lxs que luchan, la responsabilidad de nuestros movimientos siempre fue, va e irá más allá de nosotrxs, de nuestras intenciones, resultados y de los usos de los que fuimos objeto por parte de la industria cultural: como olvidar las horas y horas de programas que el Dr. Mariano Grondona dedicaba a la “transexualidad” mientras fuera de sus estudios la desocupación, la represión y la miseria hacía estragos.

Una cosa no invalida la otra. Pero la ausencia de una, sí. Y estos usos y abusos hoy vuelven a ocupar tinta de notas, tuits, posteos y discusiones cuando vemos que Vladimir Putin invade Ucrania ¿Hay una geopolítica de la diferencia? Pues claro que la hay, pero abordarla sólo en términos de presencias, como comunidades, puede ser muy peligroso. ¿Quién es más facho en términos de rechazo a las personas LGBTIQ+? ¿Putin o las legales fuerzas nazis Azov de Ucrania? ¿Y la humanitaria Polonia que recibe a lxs ucranianxs desplazados por balas, bombas y muerte?


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Todavía recuerdo que en el Europride al que fuimos invitadxs por la Federación Española LGBT, fuimos a protestar en las puertas de la Embajada polaca en Madrid y que frente a la propuesta que hicimos de cantarles “¡Cómo a los nazis les va pasar, adonde vayan los iremos a buscar!”, el “atlantismo” LGBTIQ+ español arrugó.

Y hay más: la Conferencia de Durban del año 2001. Muchxs recordamos que dicho encuentro en Sudáfrica convocado para elaborar un instrumento normativo internacional contó con preparatorias regionales: la de América Latina fue amplia, se incluía la discriminación a personales LGBTIQ+. Pero en la Conferencia, los hoy paladines de las libertades como EE.UU e Israel se retiraron directamente del encuentro y, a duras penas, el bloque europeo, latinoamericano/caribe, asiático y africano pudieron sostener un documento donde fuimos borradxs y, con una lectura bondadosa, barridxs a la categoría de “formas conexas de intolerancia”. Si, usaron el término tolerancia.

La doble vara de la OTAN

Ya más acá en el tiempo, el documento de Durban fue revisado, como lo son todos los instrumentos de Derechos Humanos, por lo que le llegó el momento de la Conferencia de Durban y viajamos a Ginebra, Suiza. Bajo el bombardeo diplomático de Israel y EEUU, una tenue alianza de los otros bloques regionales permitió sostener la revisión. Pero hubo un momento sintomático de la hipocresía de Occidente: el ex Presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad se fue hasta esas nevadas tierras y pidió la palabra. En ese momento, el lobby de las organizaciones gringas e israelíes fue descarado: pedían el abandono de las sesiones con una llamado a la disidencia. Lxs representantes de Holanda hablaron en nombre del bloque europeo y llamaron a cerrar las sesiones para congraciarse, claramente, con sus verdaderos dueños y lo hicieron con un argumento: el bloque europeo se retira porque el gobierno iraní es homofóbico ¡Vaya verdad! Pero también lo era y lo es su aliada Arabia Saudita y otras delegaciones que hicieron de lacayitos de la movida.

De repente el género y la sexualidad devinieron banderas, pero en los hechos, excusas. El bloque latinoamericano/caribe y el africano nos quedamos, y luego del delirante discurso del ex presidente iraní, nuestrxs representantes tomaron la palabra, retrucaron su negacionismo y sus políticas de persecución a las personas LGTBIQ+, frente a lo que el bloque europeo contando porotos tuvo que volver a negociar y ocupar sus bancas contra el deseo imperial.

Claro que Ahmadineyad es tan discriminador como Putin, pero también como las milicias nazis Azov que apoyan al patético actorcillo Volodimir Zelenski y el gobierno polaco que recibe a lxs ucranianxs y sigue la lista. Querer construir argumentos en contra o a favor de la guerra en Europa sobre las políticas hacia comunidades, es decir, construir una geopolítica tan limitada es caer en la engañosa doctrina de la Human Security que no tiene nada de Derechos Humanos, sino que es una teoría de excusas para invadir países en nombre de los géneros y la diversidad, cuando en realidad van por sus riquezas en un mundo que se está autodestruyendo. La guerra es un espanto, la OTAN prendió la mecha, se la dio a Ucrania y ahora Rusia la apaga con tiros y bombas. No en mi nombre.