A los veinticinco años, Andrés Caicedo dejó un cadáver hermoso. Él creía que vivir después de esa edad era deshonesto, era repetirse, porque se había superado la capacidad de asombro. Tuvo un desencanto amoroso, no lo pudo resistir y viajó a Estados Unidos, a pesar de no decir ni hello y de sentir vergüenza por eso, como queda explícito en su novela ¡Que viva la música!, cuando la Monita le pide a Ricardito Miserable que le traduzca Moonlight Mile de los Rolling Stones.
Dicen que se sentía un analfabeto por no saber inglés; él, aficionado y obsesionado con el cine y la poesía. Lo innegable es que también amaba la música. Cuando en el '69 vio en vivo la orquesta de Ray Barretto, el compositor del tema Que viva la música, supo que era la mejor banda del mundo y que iba a cambiarle la vida.
Caicedo nació en Cali, Colombia, y probablemente por eso llevó cerca de treinta años descubrirlo en aquella primera edición publicada acá por Norma, con el certero prólogo de Fabián Casas, hace cerca de quince años. En aquella edición estaba impresa la discografía que recorre la historia, desde la canción que le da nombre al libro hasta las de los Rolling Stones que la Monita pedía que le tradujeran en la primera fiesta, esa "pary" que la deslumbra y arrastra de las narices a la perdición. Esta vez, la playlist se puede escuchar de principio a fin en Spotify.
Puede resultar difícil la primera digestión de la lectura por el slang colombiano. Pero enseguida la Monita, la "pelada siempreviva" de diecinueve años, se hace carne en los lectores y las lectoras. Caicedo (o María del Carmen Huerta, o la reina del guaguaancó o la Mona rubia) se va de rumba una noche y nunca vuelve a su casa, nunca se hace de día, nunca nadie la busca. La noche se pone cada vez más frenética, cada vez más loca y desquiciada. Entran las drogas, los amigos de la calle, el sexo, la violencia, todo se desvirtúa como en el peor de los viajes y desbarrancar es la única salida. De antemano, se sabe, no puede terminar bien.
Cuando se publicó acá la novela, del autor se sabía que había muerto a los veinticinco, el 4 de marzo de 1977, de una sobredosis de secobarbital el día que recibió la impresión de la que sería su obra maestra, ¡Que viva la música! Pero no se supo mucho más que eso y apenas algunas notas de lectores aficionados y contados fans. Hasta que apareció Noche sin fortuna, el documental de Francisco Forbes y Álvaro Cifuentes, que también se habían fanatizado con el escritor colombiano y allí fueron, tras la huella que Andrés dejó en las personas con las que compartió vida. El documental se llama como un libro inconcluso que dejó el escritor.
Con el tiempo, el nombre de Caicedo se fue horadando de mística. Hoy, ¡Que viva la música! se reedita por Seix Barral y estará nuevamente disponible en todos los estantes de las librerías, para deleite de quienes sintieron su nombre. Esa muerte dulce narrada en el libro se acopia de realismo.
Tal vez, su propia muerte se desprenda de algunas de las líneas con las que finaliza su obra maestra: "No accedas al arrepentimiento ni a la envidia ni al arribismo social. Es preferible bajar, desclasarse; alcanzar, al término de una carrera que no conoció el esplendor, la anónima decadencia". Antes había dicho: "Sé que soy pionera, exploradora única y algún día, a mi pesar, sacaré la teoría de que el libro miente, el cine agota, quémenlos ambos, no dejen sino música. (...)".
Y también todo esto: "Tú no te detengas ante ningún reto. (...) Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos. Nunca permitas que te vuelvan persona mayor, hombre respetable. Nunca dejes de ser niño, aunque tengas los ojos en la nunca y se te empiecen a caer los dientes. Tus padres te tuvieron. Que tus padres te alimenten siempre, y págales con mala moneda. A mí qué. Jamás ahorres. Nunca te vuelvas una persona seria. Haz de la irreflexión y de la contradicción tu norma de conducta. Elimina las treguas, recoge tu hogar en el daño, el exceso y la tembladera. Todo es tuyo. A todo tienes derecho y cóbralo caro. Aprende a no perder la vista, a no sucumbir ante la miopía del que vive en la ciudad. Ármate de los sueños para no perder la vista."
Y esto, claro: "Olvídate de que podrás alcanzar alguna vez lo que llaman 'normalidad sexual', ni esperes que el amor te traiga paz. El sexo es el acto de las tinieblas y el enamoramiento la reunión de los tormentos. Nunca esperes que lograrás comprensión con el sexo opuesto. Si te tienta la maldad, sucumbe: terminaréis por rodar juntas del mismo brazo. Tú no te preocupes. Muérete antes que tus padres para librarlos de la espantosa visión de tu vejez. Y encuéntrame allí donde todo es gris y no se sufre. De no haber conocido nunca este son salvaje, habría sido escuálida alma perdida, sin cuerdas por la selva. Yo seguiré de frente, porque la rumba es como ayer, nadie la puede igualar, sabor, la rumba es como ayer, nadie la puede controlar. Tú enrúmbate y después, derrúmbate."
Larga vida a la obra de Andrés Caicedo. Y a cuarenta y cinco años de su muerte, que viva por siempre la música.