Es apasionante hablar de las películas de Almodóvar, su plasticidad, compromiso estético-político, esa originalidad que lo hace diferente. Su reciente film Madres paralelas no pasó desapercibido en su presentación en Netflix. Aconteció ya desde las primeras películas en el cine hace más de 35 años, recordemos por ejemplo ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984):  esa pregunta quedó grabada en la Argentina posdictadura, y fue inaugural de un amor que aún continúa y que atravesó casi veinte películas.

“Madres paralelas” trata sobre el drama social de los desaparecidos y sus consecuencias: las identidades apropiadas y falseadas que atravesó España durante el franquismo con más de cien mil desapariciones. Los métodos científicos que aseguran el índice de maternidad, paternidad y abuelidad, aportado al mundo por el drama de los desaparecidos de Argentina, por la pasión, búsqueda, memoria de las madres y abuelas de Plaza de Mayo.

En las historias almodovarianas hay varios niveles de acciones, conflictos, personajes al mismo tiempo, que muchas veces chocan unos con otros, armando thrillers, comedias, dramas amorosos y melodramas. El melodrama ha sido un género bastardeado al igual que los personajes trans que en la década del 80 eran considerados la escoria de la sociedad.

En Madres paralelas, además de la búsqueda de los cuerpos sepultados en tumbas N.N., existe otra historia donde se aborda, sin espoilear, ese momento inaugural donde una madre “reconoce” por primera vez a su hije y pueden ocurrir “confusiones” de identidad con inconsolables consecuencias.

Aristóteles hablaba en “ArsPoetica” que los géneros posibles eran la tragedia, la comedia y el costumbrismo. Con la caída de los dioses y del destino antiguo, la tragedia dejó su lugar según Nietzsche al drama. Desde la Modernidad, ha sido muy difícil la elaboración de lo imposible de ver, la tragedia, el desarrollo de la sociedad occidental conduce hacia un lugar privilegiado al espectador y al consumidor. ¿Cómo dar a ver, escenificar lo que no se puede mirar, lo obsceno, lo escandaloso, lo inquietante? El cine, que lleva en sí todas las otras artes, se las ha ingeniado.

Hoy que su obra se abre a nuevos públicos, conviene resaltar algunos puntos para seguir reflexionando, no sólo la valentía de poner en escena, apertura hacia la identidad queer, el mundo LGBTTTIQ+ sino acentuar cómo desde el melodrama se permite entrar a una zona de libertad de identidad de género, el deseo con el propio cuerpo que nos lanza hacia una creatividad que despierta nuestras emociones desde el humor, el absurdo, el desencuentro propio del género melodramático.

El melodrama, nos dice Almodóvar, es un droga, es como un “yonqui” que veinte años después de su máxima expresión en el film “Habla con ella” (Oscar al mejor guion, 2002) no ha querido “recuperarse”. Hay películas de las que no se puede volver y sobre todo personajes. En esa película cumbre del melodrama, el enfermero “Benigno” que cuida a la mujer en estado vegetativo, le habla, la cuida y le cuenta la obra muda llamada “Amante menguante”, unos enamorados, donde él toma la fórmula de ella como científica y empieza a empequeñecerse hasta esa escena donde ella durmiendo le dice que tiene miedo de darse la vuelta y aplastarlo, como él se achicaba día a día, y mientras ella duerme, él escala sus senos como montañas y se mete desnudo adentro de su vulva para hacerla sentir placer y nunca reaparecer. Un hombre que vuelve adonde partió que coincide con el lugar que fue parido. Es la pregunta acerca de la madre y la mujer que recorre la filmografía almodovariana. Y otra escena inolvidable donde Benigno le habla a Darío Grandinetti acerca de la mujer que cuida, que está en estado vegetativo, y le dice que “el cerebro de una mujer es un misterio y en este estado más” y luego Benigno --que jamás estuvo con ninguna mujer- dice cómo hay que tratarlas: “hay que hablar con ellas, tenerlas en cuenta, tener detalles, acariciarlas de pronto, recordad de que existen, y que nos importan”, y ¿qué experiencia tienes? le preguntaGrandinetti: “¿Yo? toda: he vivido veinte años día y noche con una (mi madre) y cuatro años con ésta”. La relación con la madre, y sobre todo la relación de una mujer/madre es fundamental a las problemáticas que resuenan en cada una de sus películas, así como la ubicación de lo que Foucault llamó “antipsicología” en Las palabras y las cosas, donde ubicó en el triedro de los saberes un agujero, “una marca en hueco” de la representaión que sólo se puede ser atravesado a través del arte.

Melodrama, madre/mujer y antipsicología, tres puntos que permiten reflexionar sobre la filmografía del director. El cultor más acabado del melodrama, el que ha cambiado la pregunta psicológica acerca del deseo que nos habita por la pregunta acerca de ¿qué he hecho yo para merecer esto?, una pregunta donde aparece el deseo al desnudo con sus paranoias, narcisismos exacerbados, encarnada en personas que tienen historias y las quieren contar. Se trata de personajes egoístas que buscan el amor pero que no pueden desprenderse de algo exacerbado, ese goce absoluto, no esperan responsabilizarse sino escapar hacia alguna forma de arte: cantar, escribir, maquillarse con una nueva capa para actuar...

No se trata de contar las historias de los personajes y sus psicologías, Almodóvar se deshace de ese mito en la película La ley del deseo (1987) cuando la hermana trans que es Carmen Maura sin atuendos y ante repentina amnesia del hermano cineasta le cuenta su historia, y es el colmo de la antipsicologia, un padre que se lleva a su hijo para poseerlo y le pide que se vuelva mujer. No hay nombre para semejante historia porque esa historia “no existe”, la antropología y la psicología del siglo XX sostuvieron que la genealogía humana se sostiene en la prohibición del incesto, que permite dejar un espacio vacío para la exogamia. Si bien el incesto ha sido una constante, por lo general se ubica en pocos casos en el padre y muchos más en padrastros, en tíos, en amigos de la familia pero ubicarlo directamente en el padre tiene dos objetivos: abandonar a la psicología como instrumento de análisis. La filmografía de Almodóvar es dejarse llevar por el melodrama, que teje y desteje en la relación intrincada, llena de nudos, entre una madre y una hija. No hay historia de Almodóvar donde una madre y una hija no confrontan, las más reconocidas: Todo sobre mi madre (1999), Tacones lejanos (1991) y Volver (2006).

Almodóvar habla del amor, en cuanto a la ley del deseo que se aleja de lo esperable, que bordea la criminalidad, el masoquismo y la falta de nombre, amor en tanto hablado en una relación con ella, al borde de un ataque de nervios, un amor matador que no tiene correspondencia sino pasión, y que no se puede analizar desde variables de la psicología, genera una emotividad peculiar propia del melodrama.

Y éste es el aporte del director a la psicología. Por un lado, su antipsicología abre el campo del arte, esta posición la sostienen muchos analistas entre los cuales hoy destaco a Alejandro Ariel, quien falleció hace poco, pero en cuya corriente se ubican diferentes profesionales que pertenecen a diferentes escuelas, sería una posición no dogmática "trans" institucional, la clínica sería como una obra de arte, y no debe sobresaturarse de análisis psicológicos. Se trata del aporte del melodrama para el trabajo clínico. Se habló mucho de la intrincada y "estragante" relación entre una madre y una hija, pero en la alquimia de esos deseos, en los que siempre se intenta dar vueltas acerca del deseo de una madre, el melodrama nos da las herramientas de un atravesamiento diferente posible.

En Tacones lejanos, una hija mata, encubre a una madre que la ha abandonado por su carrera artística y cuando se reencuentran, la madre estaba esperando a la prensa y la hija quisiera reencontrarse con su madre a solas después de tantos años, la madre le pide perdón, le dice que tiene “jetlak”. Justamente esa es una buena definición de melodrama, se trata de un cuerpo “desincronizado”, se trata del tiempo y de un desacuerdo del reloj interno con el reloj externo que pide sumisión total, en esa rebeldía se yergue el melodrama, la posible miradura, neologismo entre mirada y cerradura (vouyerismo) donde un reflejo es posible de lo real sólo en la risa angustiada propia del melodrama. Almodóvar nos hace llorar y reír al mismo tiempo, justamente esa es una característica de su estética, dos partituras al mismo tiempo, dos claves, dos líneas de tensión, algo que se vuelve poderosamente real, un hombre que no ha estado con mujer alguna nos habla de cómo son las mujeres, un hombre empequeñecido se vuelve él mismo un pene para hacer gozar una mujer reapareciendo eternamente en su falta.

Martín Smud es psicoanalista y escritor.