"Hay que ser leve para morir. Nunca morir de noche o en vacaciones. Joder lo menos posible".
Me lo decías desde ese humor sarcástico que nos acompañaba siempre papá, nos dejaba tejer realidades absurdas para escaparle al dolor. Una complicidad maravillosa. Hay que ser leve para morir, decías, cuando ni siquiera suponíamos tu enfermedad, cuando bromeábamos sobre la muerte del tío Eugenio, tan inoportuna, de un bolo fecal en vacaciones. Tan espléndida y a la vez tercermundista. Anónima, en un hotel tan estrellado como perdido, en ese lugar tan pobre de Salta.
Ahora, llegó tu turno. El ultimo de “los tres mosqueteros”, como te decíamos con Betty, a vos y a tus dos hermanos: el tío Eugenio y el tío Juan. Los tres dignos, inasibles y extraordinarios.
Las ocho de la mañana es un buen momento construías conmigo, sin saber que al año siguiente estaríamos esperando y rogando un final piadoso para ese cuerpo que apenas podía sostener una vida decorosa. Te conocía tanto… sabía que no tendrías miedo sino bronca por morir, pero que no dirías nada. Solo bromearías conmigo.
Te levantás a las siete, tomás tus mates de siempre, tratá de ir al baño, por lo de tu estreñimiento. Tenés tiempo de alimentar al canario y dejarle comida por dos días, por lo de la ausencia del velorio. Bañate y poné mas dinero en la cartera. Los trámites siempre son penosos, largos e inesperados. A esa hora estás fresca y descansada como para recordar de pedirle al de la funeraria que no me abroche el último botón de la camisa, para que no parezca un boludo; y mucho menos ponerme saco y corbata. No sé, será un delirio mío, pero cuando veo esos fiambres trajeados y arropados cuidadosamente con la mortaja, me imagino que abajo tienen solo calzoncillo y medias. Quizá ni siquiera calzoncillo. Bochornoso.
Yo te seguía las bromas con la garganta cerrada y el corazón detenido. La risa era apenas un ruido. No podía mirarte a los ojos sin riesgo de llorar todo lo que no debía, o decir todo lo que no quería. No era momento de romper con el humor negro.
Tu mamá tendrá tiempo de arreglarse el cabello y maquillarse; y hasta elegir alguna de sus ropas oscuras que tiene reservada para los “necro eventos”, viste que ella es muy cuidadosa a la hora de arreglarse.
Si, las ocho es un buen horario. Una vez que yo me haya ido y vos hayas acomodado a tu madre con un ansiolítico, vas a poder ir de compras con Betty. Ella ya pasó por esto con el tío Juan, y te dirá que no es tan serio. Ya se sabe que hasta pasadas tres horas no me llevarán a la sala velatoria y no me podrás ver. Yo tampoco. (Reías apenas, como podías, pero reías.) Acordate de darle apenas un cuarto de pastilla a tu madre. No querríamos que se repita el episodio lamentable del velorio de la abuelita, cuando se nos durmió y no podíamos callar sus ronquidos, ni tampoco despertarla.
Teníamos una manera parecida de decir nuestras angustias, de esa manera tan distante y aséptica, que nada parecía inquietarnos, ni afectarnos; cuando en realidad estábamos rotos por el miedo y el dolor.
Nada de misas, aunque insista Alicia. Sabés que la religión no me pertenece. Si fuera por mí te diría que tampoco velorio, pero no vamos a privar a la tía Angelita de sus escasas salidas. Viste que después del accidente en la pierna, sale muy poco, esa renga amargada. A las ocho ya es de día y podés conseguir taxi. No vengas en auto, así le podés pedir a alguien que te lleve a las oficinas de la obra social. Elegí con cuidado al empleado que te atienda, es un buen momento para sacarse un novio. No hay nada más conmovedor para un caballero que proteger a una dama en lágrimas. Hace mucho que estás sola, nena, ya es hora de volver al buen sexo y sonreír aliviada. No busques al Colorado, acordate que Betty sospecha que es gay. Hay que ser leve para morir, nada de pañales descartables ni papagayo. Si yo no puedo solo, me llevás a un geriátrico o un hospital. No te criamos como reina para que te ensucies, y menos conmigo. Distinto es un hijo, que su mierdita huele a vainilla. Pero un viejo como yo debe oler a podrido.
Me lo decías sonriendo y ahora lo recuerdo, ahora que te miro tan quieto y me cuesta creer que ya no estés. Que ya no existas. Tus pupilas me enfocaron en ese Suspiro Terminal. Yo entendí lo que me estaban diciendo, última complicidad entre los dos. Hasta luego; sí, sí, hasta luego….
No sé dónde estarás, o qué serás, pero se me ocurre que quizá ahora mismo me mires desde arriba con tus ojitos de laucha asombrada. Necesito pensar que ya te habrás encontrado con los otros dos mosqueteros y que ahora sean los tres chiflados. Libres y divertidos.
El dolor de tu muerte es inabarcable, sólido, denso. Irremediable. Me digo en voz baja, lo suficiente como para escucharme, estás muerto, estás muerto, y las palabras me suenan tan ajenas que por momentos sospecho que es otra de tus bromas macabras. Muerto suena a desgarro, quema desde dentro, ahueca mi propio cuerpo para dejarlo convertido en nada, vacío; una cáscara, como el tuyo.
De repente todo se me hace escenográfico, mentira, como si fuera una escena que no me perteneciera, como si yo estuviese allí por casualidad, y no por ser tu hija desconsolada; y vos el muerto. No sé con quién voy a compartir este humor negro que me dejaste en las venas y que no perdona, que se mete sin permiso en dramas y tristezas.
Siento que aun estás rondando por aquí, así que aprovecho para comentarte algunas cositas:
No llegué en taxi porque no me fui de tu lado.
La vieja está pastillada y roncando desde ayer, babeando la almohada, durmiendo en tu lado de la cama.
Te traje la remera azul, la que usabas para hacer esos asados que tanto disfrutabas. No la lavé y aun huele a chorizos. Nada de medias. Afrontemos el bochorno.
Todavía no empecé a llorar. Pero cuando empiece, no voy a parar.
Por ahora me contengo para que el caballero de la obra social no me vea con el rimel corrido hasta los pies, los ojos rojos como remolachas; y se escape despavorido. Ya no tengo edad para desperdiciar posibilidades.
El Colorado está de licencia.
La tía Angelita está internada, se quebró la cadera hace una semana, los médicos dicen que puede quedar con una pierna más corta, si tenemos suerte y es la derecha, la renga quedará emparejada.
Betty está conmigo, llorando lo que yo no puedo.
El canario se cagará de hambre, sólo por un día.
Miro el reloj. Las ocho de la mañana, viejo, como vos querías. En un ratito iremos con Betty de compras. Te traeremos muchos claveles rojos, las flores que más te gustaban.