Creadoras como Phoebe Waller-Bridge, Michaela Coel, Aisling Bea o Daisy Haggard irrumpieron en la narrativa británica desde hace algunos años para transformar sus límites hacia adentro. Lo que antes parecía imposible abordar desde la comedia y el humor desenfrenado se tornó un territorio de reflexión propicio para una mirada aguda, desprovista de discursos solemnes y dotada de una inusual libertad. Las angustias cotidianas, los duelos familiares, las consecuencias de un abuso, el abismo laboral, la incertidumbre generacional, las dificultades para ser parte de una sociedad sin ser devorado por ella son temas que recorren las series de este grupo de actrices y creadoras que hicieron de la primera persona un gesto artístico único. Fleabag, I May Destroy You, This Way Up, Back To Life marcaron el rumbo de los nuevos relatos de la comedia británica, y allí se conjugan los temas más espinosos con una puesta audaz, que enlaza el quiebre de la cuarta pared con una lectura política atenta sin declaraciones rimbombantes, y adherida al cuerpo de sus protagonistas, siempre en carne viva.
La galesa Kayleigh Llewellyn se suma a esta camada de narradoras contemporáneas convirtiendo su propia historia en la materia prima de In My Skin, una de las mejores series de los últimos tiempos. Con su primera temporada disponible en HBO Max y la segunda a la espera de ser estrenada en nuestro país –ya se emitió en la BBC a fines del año pasado-, la historia de Bethan (la extraordinaria Gabrielle Creevy) se parece bastante a la adolescencia de la propia Llewellyn en Cardiff, marcada por la bipolaridad de su madre, el alcoholismo y la crueldad de su padre, su interés por la poesía y el descubrimiento de su sexualidad. “Vivía día a día con el temor de que mis compañeros de clase se enteraran que mi madre era hospitalizada a menudo. Pensaba que se burlarían de mí, me condenarían al ostracismo, o peor aún, se burlarían de mi madre”, contaba comienzos de 2020 en una entrevista con The Guardian. Por ello Bethan, como la adolescente Llewellyn, decide mentir, inventar una vida modelo de clase media, con salidas a conciertos y películas de domingo que la rescate de la hostil realidad de su presente; una vida que imagina como contrapeso de su soledad, nacida de una febril imaginación, de sus deseos vitales y postergados.
Al gesto de distanciamiento que supone el alter ego, decisivo en la mayoría de las comedias autobiográficas que definieron esta nueva ola de la TV del Reino Unido, en el caso de Llewellyn se suma la ardua construcción de la propia identidad de su personaje en un tiempo tan difícil de desentrañar como la adolescencia. Por ello su mayor mérito consiste en tensar la mirada adulta sobre los jóvenes, esquivar la ostensible sexualización de la que hacen gala muchas series contemporáneas, el énfasis en el glamour de los excesos, y ofrecer un tono honesto y desgarrador, diálogos ingeniosos y divertidos, una perspectiva que elude el patetismo y la misantropía. La Bethan de Llewellyn encuentra destellos de felicidad en las salidas con su abuela al bingo, de furia en los enfrentamientos con su padre hosco e intratable, cosquillas en el beso robado a la chica popular del colegio, lágrimas de amor y pérdida en cada visita a su madre durante la internación. Gabrielle Creevy ofrece una interpretación sublime, cargada de matices, arraigada en sus temores de ser descubierta en sus mentiras o amores secretos, y al mismo tiempo con sus enormes ojos como una ventana abierta a cada uno de sus sueños.
Lo que distingue a In My Skin de sus contemporáneas, además de la juventud de su protagonista frente a la crisis de los 30 de los personajes de Waller-Bridge o Aisling Brea, es el entorno social en el que se mueve, alejado de la urbanidad de Londres y los asuntos de todas las grandes metrópolis. Betham asiste a una escuela pública de Gales, y su familia es dependiente del sistema de seguridad social británico. La idea del piloto fue presentada en 2017 a la cadena BBC y quien demostró verdadero interés en el proyecto fue la productora Nerys Evans, también oriunda de Gales y criada en una familia de clase trabajadora, interesada en un retrato genuino de una de las regiones más pobres de Gran Bretaña. “Hay series ambientadas en Gales, como Sex Education o The End of the *** World, pero muy cercanas al imaginario estadounidense de cómo debe ser esa región de Europa”, explica Llewellyn. “Con Nerys [Evans] queríamos recrear con precisión la Gales que conocíamos. Mostrar una calle sucia y repugnante con colchones viejos tirados y basura por todas partes, pero rodeada de las colinas verdes más hermosas. En Cardiff las dos cosas existen una al lado de la otra. Y también queríamos mostrar a su gente, personas que hacen cola para recibir el pan y luchan por encontrar una buena atención en salud mental”.
El mundo del colegio secundario también escapa a los arquetipos frecuentes en los relatos juveniles. Bethan pasa las tardes con sus amigos tomando alcohol en el parque, compartiendo comida chatarra, pasando el tiempo hasta la caída del sol para llegar a última hora a su casa. Pero también escribe con fruición la tarea de literatura, establece alianzas atípicas con sus profesoras que la encienden en sus inquietudes sin terminar de ahogar sus miedos. El retrato de ese entorno escolar está plagado de matices y claroscuros, el griterío y las bromas pesadas en el recreo pero también la contención que sus amigos pueden brindarle en los largos paseos al atardecer. Aún con las mentiras y los recelos, el mundo de Bethan es propio, construido con sus excursiones a la fantasía de sus invenciones pero también con esas responsabilidades asumidas a edad temprana, las turbulentas visitas a su madre en el hospital, los desengaños amorosos, el tránsito por una comunidad que es peligro y abrigo.
Llewellyn ha conseguido capturar la complejidad del crecimiento de su personaje sin ceder nunca a lo previsto, a los caminos ya transitados, a lo más fácil para su espectador. La mirada es siempre honesta y desgarradora pero el humor gravita como una burbuja protectora, una aguda observación de cada conflicto: las idas y vueltas en la salud de su madre, las crueldades cotidianas en la convivencia con su padre, las charlas con sus profesoras entre retos y sonrisas, la permanencia en un sistema que cruje sin piedad, pero que deja a su personaje la llama viva de la resistencia. "Me encanta la frase de Bethan ‘hacelos reír, hacelos llorar’”, concluye Llewellyn. “Principalmente porque creo que así es la vida. Y me sale naturalmente. Como muchas personas que han sido marginadas o tienen algo que ocultar, te desvías con la comedia. He hecho eso toda mi vida”.