A mediados de los años sesenta se dio a conocer un libro que se convertiría, con el tiempo, en el manifiesto de numerosos grupos de teatro de todo el mundo. Se trata de Hacia un teatro pobre: el testimonio de un pequeño grupo teatral polaco dirigido por Jerzy Grotowski. Según las palabras del propio editor: “Fueron necesarios más de veinte años para que agotáramos los cinco mil ejemplares que habíamos impreso”

En el contexto de aquella Polonia socialista, este pequeño grupo de actores y actrices desarrollaban su trabajo de investigación a partir de un teatro con cierta reminiscencia religiosa. Se trataba de llevar los cuerpos al límite a partir de un riguroso trabajo corporal y vocal, lograr un acto de revelación frente a un espectador/testigo que observaba. Una verdadera ceremonia antigua en medio de un mundo moderno que comenzaba a tomar distancia de ese tipo de experiencias. Luego de un poco más de una década de trabajo, el Teatro Laboratorio dejó de realizar espectáculos, Grotowski entró en un período nuevo, un trabajo más íntimo, puertas adentro.

En 1990, mientras cursaba como estudiante el primer año de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, llegó a mis manos aquel libro. Quedé fascinado por la idea de actuación que proponía, desarrollar todas las capacidades psicofísicas para lograr un acto de revelación frente a un testigo, una experiencia límite donde “sucedía” el teatro. En la soledad de una sala de ensayo intenté reproducir los ejercicios que aparecían en el libro. Se trataba de unos dibujos rústicos muy difíciles de llevar al cuerpo. También se podían ver en el libro las obras que el Teatro Laboratorio montaba: había muchas fotos de sus diferentes puestas. Pasaba largo tiempo mirándolas, fascinado. De a poco se volvieron un álbum familiar, cercano. Quedé particularmente atrapado por la obra El príncipe constante; y por los relatos que narraban las hazañas de Ryszard Cieslak, el actor del que se decía “encarnaba” a la perfección aquel concepto teatral grotowskiano. En El príncipe constante hay una escena mítica, protagonizada por Cieslak, de la que se ha hablado mucho. Hay una secuencia de fotos de diferentes momentos de esa escena en el libro. Eso era eso lo que quería hacer, reproducir la entrega que ahí se veía. Miraba esas fotos como un analfabeto medieval veía las representaciones gráficas de los pasajes de la biblia en la pared de una iglesia.

Comencé a formarme, como actor, dentro de las rigurosas técnicas grotowskianas. Tuve acceso a los VHS donde se veían los entrenamientos de los actores y actrices de Grotowski, y también pude ver un fragmento de El príncipe constante. Se dice que las imágenes y el sonido de esa grabación fueron tomadas con dos años de diferencia, y que al juntarlas se combinaron a la perfección, dando fe de la rigurosidad de aquel teatro. En ese momento las grabaciones sólo las veíamos aquellos que dedicábamos cinco días de la semana al entrenamiento riguroso del cuerpo y la voz. Era una cuestión de respeto, de mantener ese material fuera de nuestra cotidianidad, mantenerlo en un espacio más íntimo, algo que no se llevaba encima todo el tiempo, sino que había que hacer el trabajo diario de encontrarlo. Algo no dado, algo especial.

Mientras arañaba la “utopía Grotowski”, el mundo se alejaba cada vez más de cualquier tipo de utopía. Los años sesenta de aquel Teatro Laboratorio había quedado muy atrás. Grotowski no hacía teatro desde hacía más de veinte años, y el mundo se acercaba a un nuevo siglo, bastante diferente a las experiencias teatrales que supo proponer aquel maestro polaco. Pero eso ya es historia.

El nuevo siglo reconfiguró su tecnología, trajo internet, y lo que todos ya sabemos. La representación del mundo cambió totalmente. Ahora se puede buscar información de Grotowski en cualquier lado, incluso se puede ver El príncipe constante por internet en una computadora. Todo al alcance de la mano del consumidor en este “mundo góndola”, un maravilloso mundo donde todo es posible, donde todos los secretos son expuestos para que “nadie se quede afuera”.

Grotowski murió en 1999. Diez años después, estando de gira en Madrid, fui a ver una muestra de fotos en su homenaje. Había muchas fotos de la actividad diaria en el Teatro Laboratorio. La que más me llamó la atención es la que se ve a Grotowski con un cigarrillo, sonriendo, y a Cieslak mirando a cámara y sacando la lengua. Esa foto se cerró el ciclo para mí.

Fui fan de El príncipe constante, me volví devoto de esa obra, devoto de una obra que nunca vi y de la que, sin embargo, de alguna manera fui testigo. Quizás se trató de un viaje en el tiempo, un tiempo absoluto, antiguo, teatral en su sentido más profundo. No voy a decir que hasta el día de hoy sigo en esa búsqueda, humilde, silenciosa, no lo voy a decir. Pero mientras miro la foto, mientras el “mundo góndola” nos da acceso a todos los secretos y nos invita a mostrar los propios, miro la foto y veo en esos dos hermosos bufones sagrados un gesto atemporal, el gesto de los que saben que hay un secreto imposible de ser revelado en palabras.

Cieslak junto a Jerzy Grotowski

Marcelo Subiotto es un actor argentino. Desempeñó su trabajo en teatro, cine y televisión. En teatro participó en más de cuarenta obras, tanto en el circuito off como en teatros oficiales, y en festivales internacionales. En el 2002 fundó el teatro Puerta Roja, y creó la compañía Colectivo Teatral Puerta Roja, con el que estrenó más de quince espectáculos durante los años 2002 y 2012, desarrollando diversos roles (actor, director o dramaturgo). Actuó en obras de Jorge Lavelli, Daniel Veronese, Mariano Pensotti, Guillermo Cacase, Silvio Lang, Rubén Szuchmacher, Camila Fabbri y Eugenia Pérez Tomas. En cine, entre otras películas participó en Piedra Noche de Iván Fund, Ciegos de Fernando Zuber, La afinadora de árboles de Natalia Smirnoff, Familia sumergida de María Alché, Animal de Armando Bo, La larga noche de Francisco Sanctis de Testa-Márquez, La luz incidente de Ariel Roter, El crítico de Hernán Guerschuny y Mientras tanto de Diego Lerman.